Columnista:
Tatiana Barrios
La pandemia ha sido uno de los puntos de quiebre para la educación en el país. La dificultad en conectividad e insumos tecnológicos ha entorpecido los procesos de aprendizaje de niños, niñas y jóvenes para quienes beneficios de este tipo resultaron inimaginables. Basta pasarnos por pueblos alejados que, en medio del olvido de nuestra apatía inmortal, se ingenian formas de seguir impulsando a sus niños en el camino del conocimiento; vemos incluso dentro de la misma clase media, que tan equivocadamente ha sido planteada en cifras como una población “acomodada”, la realidad desesperante por ausencia de computadores, celulares o internet.
Definitivamente es esta una realidad que nos aflige como país madre, un peso en la consciencia por un país que pudo ser y no ha sido, arrastrando junto a sus errores el futuro de tantas almas jóvenes con un ancho camino por descubrir. Pudimos invertir en educación, ciencia y tecnología, pero no lo hicimos. En la tierra de sangre no se estaba saciado y por años sus líderes buscaron más armas que libros para las juventudes, y hoy, en la era donde las armas ya suenan caducadas, se han develado las gritas profundas en un sistema educativo precario y ausente.
Si bien a nosotros nos afecta y nos confronta la realidad educativa en Colombia, ¿qué será, entonces, de los que direccionaban, desde la cercanía, los rumbos de las mentes que apenas están descubriendo? ¿Qué será de nuestros maestros? Después de diversas situaciones que por los azares del destino tuvieron que ocurrir, consideré oportuno, y merecedor de un espacio de reflexión, analizar a los que están del otro lado de los procesos de educación, los que han impulsado desde sus posibilidades humanas (y a veces sobrehumanas) un aprendizaje de conocimiento y vida a tantos estudiantes alrededor del país que, en medio del olvido y la mediocridad de un Estado que los relegó a segundo plano por años, sacan fuerzas de la esperanza para continuar escribiendo este capítulo en sus vidas.
Antes de escribir esta columna preguntaba a Aurora y Mylina, dos docentes de colegios púbicos, cómo la estaban pasando con la pandemia, ambas profesoras, que dictan clases en lugares distintos (una en el municipio de Manatí y otra en Barranquilla), coincidían en cuán difícil están siendo los procesos de aprendizaje para las comunidades más vulnerables. La ausencia de computadores, internet y dinero, les ha puesto trabas a la hora de enseñar, pasaron de estar todos los días en un salón de clase, a mandar talleres por Facebook o WhatsApp porque la población estudiantil con la que trabajan solo tiene estos medios de comunicación. ¿Frustrante? Totalmente. Aurora lo definía como la brecha entre nosotros y el resto del mundo, y realmente no puedo estar más de acuerdo.
A estas mujeres, como a tantos otros profesores en el país, su lado humano y su pasión por la enseñanza las lleva a preocuparse por sus alumnos, y como dijo la señora Mylina, la necesidad de educación integral, que a tantos les es vedada, es la que sigue impulsándolas a moverse en la enseñanza del que más lo necesita.
Mylina y Aurora, junto a otros docentes escolares y universitarios, con el esfuerzo de quien quiere seguir ayudando a sus estudiantes a crecer y formarse, han asumido el reto de la virtualidad. Muchos venían de una enemistad con aquello de la tecnología, los correos electrónicos y las cámaras, pero las circunstancias, el querer seguir cumpliendo con sus misiones educativas y la necesidad de seguir llegando a los niños y jóvenes, los ha empujado a la implementación de nuevas estrategias que satisfagan, en la medida de lo posible, las necesidades de sus pupilos al otro lado de la pantalla.
Asumieron la virtualidad con valentía, eso es innegable. Yo misma he visto en mis profesores la adaptación y la apertura al cambio. Ciertamente no puedo decir que todos tomaron con tal docilidad y cariño el abrupto traslado de campos, pero al menos en su mayoría se han revestido con la armadura tecnológica para continuar con aquello que les llena la vida, la vocación que eligieron y decidieron tomar como el medio para desarrollar su vida.
Y es precisamente en la vocación donde encuentro la clave que ha evitado el colapso total de la educación en Colombia. No cualquier tipo de profesores mantienen en alto la búsqueda de conocimiento, solo aquellos que verdaderamente les mueve la vida enseñar a otros, y construir desde un aula con sus alumnos el sueño tan lejano como posible de un lugar mejor, son los que nos han ayudado a no perder los ánimos en medio del caos, los sueños en medio de una nube negra que parece querer opacar cada uno de los objetivos académicos que para este año se tenían.
La docencia es una carrera que se debe elegir con vocación, no es sencilla. En ellos siempre recae la responsabilidad formativa del futuro de un país. No soy docente y mucho menos estudio licenciatura, pero soy estudiante y siento de cerca la diferencia de las cosas hechas con pasión y las que nacen de una simple obligación, me han tocado profesores que marcaron mi vida en silencio y sin tanto decoro a la hora de tratarme, me marcaron con la exigencia, la pasión y la sed de conocimiento, dejaron en mi vida pruebas de que merezco más y que puedo dar más; esos son, precisamente, los profesores de vocación, los que se esmeran en mostrarte la belleza del estudio y la posibilidad de un futuro mejor.
Sé que si nosotros extrañamos los salones de clase, ellos los extrañarán tal vez con mayor intensidad. Mylina, que enseña a pequeños de cuarto y quinto, añora volver al ambiente escolar “Extraño el ruido de los niños, su cariño, sus abrazos”, y me atrevo a decir que todos a estas alturas soñamos con volver a una normalidad, a que el cansancio sea por el largo trayecto de la universidad a la casa y no por unos ojos cansados que no quieren saber más de luz artificial, a que en los colegios se hagan los partidos de los recreos y ya dejar descansar el parchís virtual.
Me parece necesario pensar, al menos en pocas letras, en aquellos formadores para quienes la pandemia está siendo profesionalmente un nuevo reto, y personalmente un vacío, a ellos les ha arrebatado la cercanía que gozaban, el roce de juventud que tanta vitalidad contagia, el debate, el cuestionamiento, las conversaciones de pasillo con quienes curiosos preguntaban más sobre el tema, pedían recomendaciones de lectura o solo les contaban de su día. Han de estar extrañando la aventura de ver rostros impresionados o indignados que piensan en cómo cambiar el mundo, construir territorio y transformar sociedades.
Este recorrido de letras trata de recordar la profesión que por estos días pasa momentos de crisis. Hoy este espacio lo tomo para agradecer su labor, el esfuerzo profesional y mental que hacen, porque son ustedes los que han logrado mantener vivas las esperanzas de corazones vibrantes que por un momento sintieron apagarse. Agradezco profundamente a los profesores que con cariño han hecho de sus clases un espacio de crecimiento, los que siguen fomentando el debate y la lectura, los que han trabajado el doble para no volver estos tiempos una tortura más profunda. A ustedes les digo, mil gracias por creer en la educación y enseñar desde el corazón.
En el paso por el caudaloso y enriquecedor río de la educación, me he topado con personas con un corazón noble que quieren cambiar un país desde los libros, el intelecto y la academia; docentes que animan e inspiran a seguir los sueños, no desde una utopía fantástica de cuentos de hadas donde hay caballeros y princesas que salvan el mundo con hechizos, en aventuras con caballos y armaduras o usando conjuros mágicos que devuelven la paz a un pueblo, estos maestros de vida me mostraron armas poderosas y valiosas que todos los que tienen la capacidad de desarrollar han de considerarse afortunados: conocimiento, aprendizaje, vocación. A ustedes, nuevamente, les digo: gracias.
Fotografía: cortesía de Semana.