Columnista:
Lina García Sierra
Esta semana vimos circular en redes sociales y en los grupos de asambleas del paro nacional para Bogotá la convocatoria a tomarse la ciudad empezando en horas de la madrugada en distintos puntos de concentración que abordaban desde portales de TransMilenio hasta plazas públicas.
El debate por el nombre de la acción de protesta no dio espera. Las reacciones en contra de la manifestación relacionada a la toma de Bogotá se centraron en la analogía de este tipo de acciones a las de antaño lideradas por grupos armados al margen de la ley que llegaban a los territorios a sembrar terror, cometer crímenes y tomarse el lugar para quitarlo de las manos (inexistentes en esas zonas) del Estado.
Tal análisis no puede estar más alejado de la realidad que acompaña las manifestaciones sociales pacíficas que se han vivido durante el último mes en la ciudad y en cambio, sí contribuye a la estigmatización con la que se ha intentado etiquetar tanto a la protesta como a los manifestantes que están ejerciendo su derecho legítimo, constitucional e inaplazable ante el panorama desesperanzador del país.
La toma de Bogotá a la que se hizo referencia con la convocatoria del paro nacional con sede en la capital era un llamado a las acciones de resignificación de lo público, a la apropiación de los espacios que nos han sido negados, ya sea por la pésima prestación de servicios públicos, por la inseguridad (especialmente para las mujeres, niños y niñas), o por concentrar la presencia de la mayoría de la población que se enmarca en la clase media o pobre de este país y que son a quienes les hablamos a través del paro, para que se unan a este sueño y acción colectiva que esta dando una nueva cara al país.
Esa nueva cara de Colombia solo se construirá sobre bases sólidas de solidaridad, de cuidado del otro, de dotar de nuevos significados tanto a las instituciones como al Estado, pues será la consciencia colectiva la que permita que el pueblo sea el soberano y los derechos se garanticen bajo una lógica de bienestar y no de lucro de unos pocos.
Así las cosas, la toma de Bogotá no inició esa semana con la convocatoria con la que se escandalizaron quienes opinan desde la barrera. Empezó de forma simultánea en todo el país aquel 28 de abril cuando la tasa más alta de pobreza en la historia de Colombia confirmó lo que ya se venia sintiendo en los hogares con la falta de comida y se anunciaba con aquellos trapos rojos que se tomaban calles enteras, la desigualdad se ubicaba como la peor pandemia que ha vivido el pueblo colombiano.
El virus del COVID-19 no fue el causante de la pobreza, el desempleo y la insuficiencia del sistema de salud, fue la corrupción aferrada a quienes han gobernado, la ausencia del Estado en los territorios y las secuelas de una Ley 100 que entregó el sistema de salud a quienes pudieran sacarle utilidades para privados en vez de dejarlo en manos del Estado para que garantizara calidad en el servicio y universalidad.
El virus solo nos puso una realidad en la cara que nos anunciaba que los malos gobiernos y la indolencia para negar oportunidades a quienes más lo necesitaban había condenado al país a la pobreza, la violencia y el odio.
Son quienes han actuado en contra del pueblo los que se han «tomado» ilegítimamente todas las ramas del poder público y las han explotado de forma criminal para llenar unos pocos bolsillos sin importar las consecuencias nefastas que deje para el resto de población.
Los jóvenes están demostrando en las calles que es con creatividad, con arte y a partir de su ingenio y amor genuino por este pueblo que se logran detener reformas que vulneran derechos fundamentales, que es con solidaridad que se puede hacer una nueva política y una nueva forma de gobernar desde la escucha activa y el reconocimiento de la diversidad y solo la presencia e incomodidad en las áreas de influencia del poder, que les han sido vetadas a la gran mayoría de colombianos logran poner los reflectores sobre quienes son ignorados por rutina.
Por eso cuando decidieron «tomarse Bogotá» se sabía que no era un llamado a las armas ni a la violencia, era un llamado legítimo de reconfigurar las formas en que se ha usado el poder, es una invitación a que las calles, plazas públicas y sistemas masivos de transporte estén al servicio de la gente y que sirvan de medio para que sean escuchadas las peticiones que reúnen a la ciudadanía en su infinita inconformidad y rabia justificada contra un Estado que aunque juro protegerles, hoy les discrimina, persigue y violenta.
Ojalá la toma de Bogotá, convocada como acto simbólico, evolucione en la toma del país, del gobierno y del Estado, para que de una vez por todas podamos izar la bandera del Estado social de derecho que nos prometieron en la Constitución del 91.
Pobre Colombia. Los asesinos: legales e ilegales, no han entendido que, asesinando a su juventud está llevando al país a ser inviable.
Pobre Colombia. Los asesinos: legales e ilegales, no han entendido que, asesinando a su juventud está llevando al país a ser inviable.
No, no he enviado,antes este comentario.
Qué pasa?