Columnista:
Ronald Ruiz López
Es claro que la confianza de los ciudadanos hacia la Policía nacional está cada vez más caída, y no es para menos, pues día a día se ven más abusos, escándalos y al parecer la institución no hace nada para levantar su imagen y lograr desmanchar su reputación.
Algo que todos sabemos es que pelear con un policía es una batalla perdida, así tengamos la razón y el agente esté equivocado y cometa abuso de autoridad. Lamentablemente, es algo que ellos también lo saben con claridad, por eso pasa lo que pasa aquí en Colombia. Pareciera que en la institución los educaran y entrenaran, no para servir y proteger como lo dice uno de sus lemas, sino para abusar y extorsionar a su pueblo.
Conozco de cerca casos de vendedores ambulantes a los que les toca pagar la famosa «vacuna» para que les permitan trabajar o de lo contrario les quitan la mercancía y de paso les realizan su comparendo. Eso, esperando que no pase a algo más grave, como se ha visto en redes y que termina en maltrato físico.
Hace aproximadamente dos meses, supe de un caso en una tienda ubicada en Suba. Pasadas las 11:00 p.m., fueron sorprendidos por dos policías, diez clientes consumiendo licor y jugado la famosa bolirana, por lo que los policías, de forma directa, les indicaron que no era permitido y que el local debería ser sellado de forma inmediata y realizar, además, el respectivo comparendo a cada uno de los clientes.
Pero como ellos mismos lo insinuaron; «todo en esta vida tiene solución». Resultados de la operación: cada civil tuvo que recompensar la «buena acción» de los policías y pagarles $50 000 por cabeza, como así lo propusieron (incluyendo a la dueña del establecimiento) para evitar el sellamiento. La dueña pagó el doble: $100 000. En conclusión, los «honorables policías», se llevaron en total 600 000 pesos. Que se traduce en una buena noche de trabajo duro que les generó $300 000 a cada uno; fuera del sueldo que se les paga por «protegernos». Se fueron campantes y al despedirse le dijeron a la dueña que para cuando fuera a trabajar pasadas las horas permitidas, no era sino que les avisara y así le saldría más barato.
De manera similar, y a principio de año, conversando con una vendedora ambulante de tintos, en la localidad de Chapinero, me contaba que tuvo un negocio de venta de licor y rocola—pero como ella misma lo dijo—«me mamé»—cada fin de semana pasaban agentes de Policía por la vacuna que era de $150 000. Ellos, argumentaban que era para protegerla y además, con el fin de no «joderle la vida», porque si ellos querían, podían por cualquier motivo sellarle. ¿Será justo esto? Pagarles con el objetivo de que le permitan al ciudadano trabajar.
Por el barrio la Castellana, también vi un caso, de otro vendedor ambulante que vendía empanadas, papas rellenas, gaseosas y demás. Estaban unos policías comiendo y llenándose como cualquier otro cliente, solo con una diferencia; no pagaron la cuenta. Después de que se fueron, hablé con el vendedor, que me dijo con rabia: «ni modos de cobrarles». De lo contrario, le harían levantar su carro de comidas y peor aún, se le llevarían la mercancía.
Y así, son muchísimos los casos que se ven en el diario vivir de los ciudadanos, por eso cuando preguntan si la Policía requiere de una reforma, la respuesta es sí; de fondo y con urgencia.
Si por alguna razón, algún policía lee este artículo, no lo hago con el fin de desprestigiar su institución, de eso ustedes se encargan solitos. De hecho, personalmente, nunca he tenido ningún tipo de encuentro desagradable con alguno de sus miembros. Solo que como cualquier persona, odio las injusticias y espero, ojalá algún día, la Policía recupere su buen nombre y haga que el pueblo se sienta protegido y orgulloso de los integrantes que la representan.