El pasado 17 de junio Bogotá se vio sacudida por el atentado ocurrido en un baño de mujeres del Centro Comercial Andino. Este acto, condenable desde todo punto de vista, revivió en muchos los horrores del terrorismo de los años noventa cuando los carteles de la droga ejecutaron acciones similares en la ciudad sembrando el terror en la ciudad.
Como ocurre en todos los hechos violentos, sobre todo en los más recientes, y con el ritmo vertiginoso de las redes sociales, las reacciones no se hicieron esperar. Muchas personas, la mayoría optaron por solidarizarse con las víctimas y de manera muy respetuosa rindieron tributo y honor a su memoria.
Otros, la mayoría políticos o fervientes seguidores de líderes políticos, prefirieron capitalizar políticamente el atentado sin ningún asomo de vergüenza o de respeto para con las víctimas.
Otros, por la simple miseria que envuelve su alma, prefirieron compartir imágenes de los actos, atropellando la dignidad de las víctimas y sus familiares.
En redes sociales el debate “político” giró en torno a si el acto era el resultado de la “paz con impunidad” o de un gobierno laxo sin autoridad para combatir a los violentos, o sí por el contrario, eran los enemigos de la implementación de los acuerdos los que habían querido desestabilizar dicho proceso en curso.
La búsqueda de culpables y explicaciones al hecho, marcada por la confusión, por un lado, y por las conjeturas apresuradas, se hizo cada vez más latente y urgente.
Como es por todos bien sabido, en estas situaciones, siempre se promete la rápida acción de las autoridades las investigaciones exhaustivas. A esto se le suma la presión mediática para encontrar a los culpables que genera un afán en las autoridades por dar resultados de manera rápida.
En este caso, con la particularidad de la dejación de armas de las FARC y el proceso de paz en curso con el ELN, los culpables inmediatos de antaño de estas acciones no parecían ser imputables de manera automática como hubiera sido en otros casos.
Otras hipótesis apuntaban a grupos de extrema derecha, como el Clan del Golfo, quienes, según información de inteligencia, habían manifestado su intención de perpetrar este tipo de acciones en las ciudades más importantes del país.
En medio de este escenario el Diario El Tiempo en su edición de junio 18 sugirió que una de las hipótesis manejadas por las autoridades indicaba la posible responsabilidad de “estudiantes extremistas” de la Universidad Nacional.
Las universidades públicas, como siempre, son el chivo expiatorio y sospechoso automático frente a cualquier tipo de acto violento en el país.
Es real, por todos conocido, que las universidades públicas son el reflejo del país y que en su interior se manifiestan los problemas, debates y situaciones que caracterizan al país.
Así mismo, tienen presencia todo tipo de actores sociales y políticos que le dan una vitalidad y sentido de realidad, para bien y para mal, a la cotidianidad que se vive en sus campus. Esto no faculta a los medios de comunicación a estigmatizar a la Universidad Nacional, como en efecto lo han hecho, lo hacen y seguramente lo van a seguir haciendo.
Las reacciones no se hicieron esperar. La comunidad universitaria de la Nacional es muy fuerte y sensible frente a estas situaciones. El rector Ignacio Mantilla envió una carta al periódico exigiendo una rectificación. La respuesta del diario fue aún peor ya que en su edición digital optó por reemplazar “Universidad Nacional” por “universidades públicas” ampliando el rango de responsabilidad y el estigma a todo el conjunto de universidades públicas del país.
Lo que más indigna es que días atrás la Universidad Nacional, a pesar de ser víctima de la desidia, desinterés y desfinanciación por parte del gobierno, ocupó el primer lugar entre las universidades del país en el ranking QS que evalúa la reputación académica, reputación del empleador e impacto en investigación de las instituciones universitarias. Esta noticia, como la mayoría de noticias positivas que generan las universidades públicas, no tuvo mayor repercusión.
Es curioso que una institución que fue fundamental en el éxito del proceso de paz a través del Centro de Pensamiento y Seguimiento al Diálogo de paz-Universidad Nacional de Colombia, especialmente en la realización de los encuentros regionales a lo largo del proceso, siga siendo vista como epicentro de sectores interesados en desestabilizar la paz y la tranquilidad del país.
Es hora de romper con los estereotipos y las estigmatizaciones. Lo digo como egresado de la Universidad Nacional y siendo consciente de que no todo es color de rosa, pero tampoco las cosas son como los medios las quieren hacer ver. Esa imagen es solo fruto de la ignorancia, el desconocimiento y el no querer valorar el invaluable aporte que hacen las universidades públicas al desarrollo del país.