Hernán Muriel, La Oreja Roja para Periodismo de Verdad
“Es una universidad que quiere ser un escenario de reconciliación y de reconocimiento del otro. (…) La Universidad de la Paz, es un espacio de escucharnos y reconocernos más allá de víctimas y victimarios, o afectados y responsables”. Esta es la forma en que Yajaira Salazar Córdoba se refiere al proyecto que busca llevar educación y transformación social a los territorios afectados por el conflicto armado en Colombia.
Yajaira es una madre perteneciente a la comunidad Nueva Esperanza en Dios, un asentamiento situado selva adentro en la cuenca del río Cacarica, en la zona norte del departamento del Chocó en la frontera con Panamá, a 4 horas de Turbo (dos horas en lancha y el resto caminando). Ella fue la encargada de dirigir la ceremonia del evento simbólico de apertura de una de las sedes de la Universidad de la Paz en ese lugar de Colombia, donde charlaron los delegados de los procesos organizativos del Comité de Impulso Nacional de la figura educativa.
La sede, que tiene por nombre Marino López, honra la muerte de un agricultor reconocido de la zona que fue torturado por los paramilitares en la masacre ocurrida en 1997 bajo el marco de la Operación Génesis. Este hecho, que marcó la vida de cientos de víctimas del conflicto, creó un hito en la historia violenta del Chocó y desde entonces, la puja continúa por parte de las comunidades afectadas para recuperar sus territorios por completo y asentarse, como antes, en terrenos de paz y prosperidad de diversidad de cultivos, como el de maíz.
“Hoy inauguramos en el Cacarica la sede Marino López, donde nuestros saberes territoriales confluyen para construir una sociedad con justicia socioambiental en el reconocimiento de que esa verdad, esa justicia, esos principios que guían el trabajo de los procesos organizativos, son principios que se fundamentan desde los territorios y se construyen en los territorios”, agrega Yajaira ante un público mixto expectante proveniente de diversos lugares de Colombia, articulados al proceso de la Universidad de la Paz, tales como el río Naya, Buenaventura, Putumayo, Cauca, entre otros.
Fue precisamente en el río Naya donde se inauguró la primera sede de la Universidad de la Paz en el 2016, nombrada Juana Bautista Angulo, en honor a una mujer afrodescendiente que también fue asesinada por paramilitares del Bloque Calima, el 15 de abril del 2001, en el caserío La Concepción, dentro del territorio colectivo de la cuenca del Bajo Naya.
Juana, que sufría problemas mentales, fue abusada sexualmente antes de ser asesinada, luego de ser una de las pocas pobladoras en negarse al exilio y al desplazamiento forzado que los paramilitares ejercieron en la zona.
Aquella sede constituyó el inicio del sueño de un megaproyecto que pretende reconstruir, dialogar, analizar y beneficiar a las comunidades víctimas del conflicto que han sido olvidadas a través del tiempo. Tanto la sede del río Naya como la de Cacarica, hacen homenaje póstumo a dos personajes icónicos del conflicto, y desde su nombramiento, reconstruyen memorias e invitan a la reflexión de un pasado que todavía debe conversarse para sanar.
Inauguración simbólica: garantía de permanencia en el territorio
En el evento simbólico de inauguración llevado a cabo en la comunidad Nueva Esperanza en Dios, los delegados de diversas partes de Colombia del Comité Nacional de Impulso de la Universidad de la Paz asistieron a un conversatorio y compartieron sus ideas sobre cómo esta propuesta podría aportar a los territorios. Las personas del comité fueron nombradas con anterioridad en un foro educativo simultáneo que se hizo en la cuenca de Jiguamiandó, de Curvaradó y de Cacarica.
Jani Silva, una de las delegadas del comité, quien es lideresa ambiental, de derechos humanos y paz, representante legal de la Asociación de Desarrollo Integral Sostenible Perla Amazónica ADISPSA, organización que representa la Zona de Reserva Campesina Perla Amazónica; afirma que esta universidad debe ser un instrumento más para alcanzar la verdad y bifurcar hasta lo más profundo de la memoria.
Silva asegura que es necesario que a través de la universidad se sepa “quiénes son los que están ganando con esa guerra, quiénes son los que están ganando con el negocio de las armas. Quiénes son los beneficiarios cuando somos tantas personas que nos toca dejar nuestro territorio tirado. (…) No con el ánimo de apuntar y decir este fue, ni de juzgar, sino de saber la verdad y que en realidad se pueda dar una reconciliación”.
Por otro lado, Lorena Paola Mosquera, también miembro del comité, y quien adelanta procesos campesinos en los límites del Cauca con el departamento del Huila, entiende esta iniciativa como una gran oportunidad de permanencia y progreso en los territorios. Ella sueña con una Universidad de la Paz que permita a cada joven de cada territorio por igual “capacitarse, pero no para salir de su comunidad, sino para ayudarla, para ejercer su trabajo dentro de su comunidad y mejorar su calidad de vida”.
Además, Mosquera invita a las juventudes a que revivan sus antiguas costumbres y pide que la universidad sea un espacio que permita difundir y revivir las creencias, la cultura y la música de cada territorio, que muchas veces se opaca con las nuevas tecnologías y la influencia de la cultura extranjera.
De la misma forma, las madres de las comunidades afectadas por el conflicto también resaltan la tranquilidad que este tipo de estrategias pueden llevar a las regiones. Por ejemplo, para Luz Marina Cuchumbe, madre de una joven asesinada por el Ejército en una ejecución extrajudicial; esta universidad otorga tranquilidad a aquellas madres de jóvenes campesinos e indígenas que pueden ver a sus hijos estudiando y formándose dentro de los territorios.
Diversos factores, como las precariedades económicas, el desconocimiento de las problemáticas y peligros urbanos; la dificultad y tiempo requerido para ir de los territorios a las ciudades; y la constante intimidación por parte de los aún existentes grupos al margen de la ley; son obstáculos que impiden a los jóvenes formarse en universidades alejadas de sus comunidades. Con la Universidad de la Paz llegando a sus territorios y no con sus hijos saliendo de la comunidad para alcanzar las universidades, la seguridad y las oportunidades se maximizan y facilitan el progreso del grupo mismo.
Luz Marina, vocera y representante de propuestas de reconciliación como Grupo Sembradores de Paz de Inzá, Cauca, deja notar su alegría en el encuentro de inauguración de la sede Marino López: “como madre me da mucho miedo decir que un hijo o una hija vaya a estudiar a una universidad de una ciudad. Por eso estoy muy contenta con esta propuesta de universidad que se ha dado. (…) No queremos más que un joven o un niño empuñe un arma. Queremos que nuestra juventud, nuestros niños, empuñen un cuaderno y un lápiz para aprender algo de la vida”.
La sede y la comunidad: una oportunidad llena de esperanza
Nueva Esperanza en Dios es una zona humanitaria que no permite ingreso de militares de ninguna índole. Con más de 100 habitantes, la comunidad cuenta con 50 hombres, 50 mujeres y 60 niños que han retornado a su territorio luego del asedio militar vivido en diversas ocasiones por parte de varios grupos armados del conflicto y, específicamente, de la masacre de la Operación Génesis en el 97.
A pesar de las distintas carencias de bienes y recursos básicos para la vida, los habitantes de Nueva Esperanza en Dios no dejan de creer que el futuro depara cambios y se acogen a proyectos como la Universidad de la Paz para impulsar su progreso y visibilidad ante Colombia.
Para Yajaira Salazar, “más que un espacio físico significa traer la universidad, traer la educación a los territorios, para que nuestros jóvenes no tengan que salir a buscar lo que ya tienen de riqueza, conocimiento y saberes en sus territorios”.
La Universidad de la Paz es un paso importante en la historia de la reparación de las víctimas del Chocó, puesto que Nueva Esperanza en Dios es solo una de las 23 comunidades asentadas en la cuenca del río Cacarica: todas tienen circunstancias preocupantes en cuanto a recursos educativos.
Luz Areiza Salazar Córdoba, mujer perteneciente a Nueva Esperanza en Dios y docente de la Comunidad Quebrada del Medio, que se encuentran a una hora de distancia, expone que son terribles las condiciones en las que se tiene que enseñar. “Tú (como profesor) no cuentas con colores, ni con juguetes para los de preescolar, ni con aulas adecuadas. (…) No hay un balón, una ula ula; solamente el cuadernito, el lapicero, y el libro que uno compra como docente para preparar las clases”.
Aunque la docente también resalta que a través de las Comunidades de Autodeterminación, Vida y Dignidad del Cacarica (CAVIDA) se han logrado grandes avances; el contexto educativo al que se ven expuestos los niños sigue siendo deplorable. El abandono inminente del Gobierno, (con el que se encuentran en una lucha constante desde el Gobierno de Samper) deja rastros que hasta ahora no han podido ser erradicados.
Por lo pronto, las comunidades de Cacarica, a través del constante trabajo en conjunto, esperan reencontrarse con la verdad, con la educación y con un cambio que les permita dejar atrás las diferentes condiciones de abandono en las que se encuentran. De la mano de la Universidad de la Paz y de proyectos de CAVIDA y otras agrupaciones sociales del Chocó, permanecerán en la lucha por recuperar la paz que un día les arrebataron y que aún hoy buscan distanciarlos de ella.