Columnista:
Fernando Carrillo V.
La prófuga Aída Merlano prendió la turbina, de la que volaron encendidas partículas y cortantes astillas que fueron a clavarse en la piel áspera y sebosa de los presuntos implicados; y otras, no pocas, estallaron en el rostro de una nación perpleja y verdaderamente herida. Y asqueada, ante todo.
Asqueada de escuchar las perversiones de las que es capaz la clase dirigente y poderosa de Colombia con tal de asegurar un tiquete o un periodo más de suculentos beneficios e incrementos patrimoniales escandalosos, a costa muchas veces, del esfuerzo de todos los contribuyentes.
Confesiones a granel, de esas que congelan la piel, de boca de alguien que, como Aída, sí que tiene cosas para contar de las perversas estructuras corruptas del país, por haber sido militante de ellas durante muchos años y por llevar en su alma un resentimiento que la obligó a destapar la caja de pandora de cuyo cerrojo tenía copia de la llave original.
Un país aturdido por las delaciones de la exconvicta, quien resolvió desentrañar felonías y transgresiones a gran nivel de lo que todo indica, es el reinado de la fechoría y la alcahuetería en el Atlántico. Hecho que hace parte del conocimiento de todos, de la complicidad de muchos, y de las rentas de unos pocos, pero nadie dice ni denuncia nada por temor, por socarronería o, sencillamente, porque se es payaso del mismo circo.
La democracia en Colombia es un sofisma. Gran parte del pueblo no elige libremente; vende, tranza, empeña, divide, granjea, pacta, cohonesta o, simplemente, negocia con el diablo de turno. Eso para nadie es un secreto. Participamos en unos comicios anhelando un resultado que, muchas veces, ya ha sido cuadrado con antelación. Y en fin, la tómbola del “coma callado”, del “tapen y tapen”, del “¿cómo vamos ahí?”, del “miti y miti”, del plato de lentejas y la descolorida y apolillada camiseta de la emética campaña electorera del momento.
Pero el hecho de que todo lo anterior sea una repulsiva e impune verdad conocida, no significa que debamos tolerar, el que salga uno de esos tristemente “célebres”, prosaicos, tumefactos y ajados gamonales de la costa, a decir que como tradición de la historia colombiana, la costumbre politiquera de la compra venta de votos, “no debería escandalizar tanto al país”; como quien dice: “indulgencia para el corrupto”, “ilícito pero no ilegal”, como pareciera ser el lema de quienes terminan siempre saliendo inmaculados de sus indecorosas jugarretas dentro de ese viscoso fardo que arrastra la tradición política nacional.
Para muchos, Aída Merlano es una embustera; para otros, una amante rencorosa o, simplemente, una oportunista y sagaz politiquera más, azuzada en este momento por el hálito del régimen de Maduro. Quizá solo sea una codiciosa mujer traicionada. Para mí, a juzgar por su trasegar en la vida pública, sus declaraciones y la actitud que ha asumido en sus recientes apariciones ante las cámaras, probablemente, todas las anteriores.
Cierro mi columna de opinión, dejando a merced del lector estas 13 “perlas” que soltó “doña Aída” en la entrevista que días atrás, Vicky Dávila le hiciera para la Revista Semana, para que cada quien, califique dentro de lo extremadamente delicadas que fueron, cuál podría ser el grado de veracidad de las mismas; a saber:
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- “Germán Vargas Lleras —con el auspicio de VALORCON y ODEBRECHT— recibió 15 000 millones de pesos de manos de Julio Eduardo Gerlein y Fuad Char destinados exclusivamente para la reelección de Juan Manuel Santos”.
- “Néstor Humberto Martínez Neira daba órdenes expresas de engavetar investigaciones a los Char y otros amigos bandidos de Germán Vargas Lleras”.
- “En la licitación del aeropuerto Barranquilla, un empleado de VALORCON cambió los sobres de las propuestas con el beneplácito de Luis Fernando Andrade y la presión de Germán Vargas Lleras”.
- “Luis Carlos Sarmiento Angulo le pidió a Néstor Humberto Martínez Neira que intercediera por VALORCON en el contrato entre ODEBRECHT y NAVELENA, para financiación de la campaña de reelección de Santos”.
- “El gran financiador de campañas presidenciales de los últimos años se llama Julio Gerlein”.
- “Vargas Lleras le exigía permanentemente dinero a Julio Gerlein”.
- “Alex Char quiere ser dueño de todo el país. Él es capaz de venderle el alma al diablo mil veces con tal de obtener su objetivo”.
- “Julio Gerlein, su hijo y su nieto deberían estar presos”.
- “Los medios de comunicación en Barranquilla están a merced de los CHAR”.
- “Yo le sé todos los secretos a Néstor Humberto Martínez. Sus secretos con Luis Carlos Sarmientos y con Odebrecht”.
- “Julio Gerlein le reclamó a Mauricio Cárdenas, ministro de hacienda de Juan Manuel Santos, qué pasaba con los cupos indicativos y el 15 % que por concepto de coimas habían pactado para mí”.
- “Julio Gerlein siempre financió mi campaña y compró muchos de mis votos”.
- “Por supuesto, la elección de Iván Duque se compró en gran parte por dineros que salieron de la costa atlántica”.
No le queda a uno sino regurgitar y decir “GAS” como en la cotidianidad suele escucharse, después de oír las confesiones de la fugitiva Aída Merlano. Que se investigue a todos los implicados. No dudamos un segundo que, «Cuando el río suena…».
Adenda:
Capítulo aparte merecen los penosos fragmentos en la entrevista en los que Aída Merlano lloriquea lamentándose de que sus hijos estén en el ojo del huracán por cuenta de sus habilidades, cuando ella “lo único que les inculcó fueron los buenos principios y la moral. “¿Buenos principios, moral?”… el ejemplo que ella demostró no fue propiamente conteste con aquel designio, y basta simplemente con recoger en su relato (al margen de la sucia corrupción al elector y demás delitos cometidos en contra del sufragante y la democracia), episodios como por ejemplo, donde sin empacho alguno, reconoce que le recibió costosos regalos a Álex Char, quien durante mucho tiempo la cortejó, pero con quien “no tuvo nada más”.
Esto previo o coetáneo —no recuerdo con exactitud— a los largos años que compartió con el polémico Julio Gerlein, ostensiblemente mayor que ella, de quien sin ruborizarse, acepta tácitamente, fue su antojadiza y exigente amante y protegida dentro de un sinfín de voraces designios electoreros. Y aun así, todavía alardea de “los principios” impartidos a su prole; vaya, vaya, una vocera más de la rancia, emblemática y purulenta clase política colombiana, al fin y al cabo. Muchos no la bajan de ser la “hetaira” del poder politiquero e industrial de la costa atlántica; no me consta, ni me importa, pero, que sus denuncias no pueden ser desoídas, es un hecho.