Nuestra televisión real es despreciable. Cada reality show se esmera en ser cada vez más bárbaro que el anterior. Sin embargo, quienes hacen ese tipo de televisión saben que el éxito del entretenimiento en vivo depende mucho de desnudar lo más visceral y enconado del ser humano. Para alcanzar el rating basta despojarse de cualquier ética, de cualquier moral. La obligación es sobrevivir a la descarnada competencia a como dé lugar. Y para ello, parecen existir muy pocos caminos creativos. La originalidad requiere el refinamiento que no tiene la copia. Con la copia se va a lo seguro y se tiene licencia para hacer relleno con lo autóctono.
Bailando con las estrellas tiene esas características. Es una copia tragicómica donde algunos nos preguntamos qué significa ser estrella en este país. ¿Ser exguerrillero, ex secuestrado, ser avistado por una cantante famosa? ¿En serio? Lo trágico funciona muy bien en crisis creativas, refuerza la idea de que se puede hacer poco con nada, y que la televisión está hecha para burlarnos de nuestras propias miserias, cualquier otro propósito está mandado a recoger.
Ayer lunes se cumplió la primera eliminación de parejas de Bailando con las estrellas, y no puedo negar que me alivió el alma que fuera la Tigresa del Oriente quien saliera, aunque luego- cuando llega esa pregunta aterradora e inexorable del Cómo te sientes- me entró una tristeza profunda cuando con voz compungida la Tigresa nos alecciona sobre cómo luchar por nuestros sueños sin importar la edad.
Una triste tigresa se asomaba en esa respuesta, y tengo la intuición que la tristeza no le viene de la eliminación sino desde mucho antes, cuando una sociedad del espectáculo la eligió para ser su mascota de lo kitsch y lo vulgar, y la convenció que con eso llegaría a la fama.
Y sí, la Tigresa del Oriente es tristemente célebre en Youtube por permitirse de carnada del absurdo. Le dijo sí a una industria que ama los seres humanos que se venden pese a todo.
De todas maneras, preferí ese golpe de lástima a tener que soportar un número más de baile de esa mujer septuagenaria que lanzaba rugidos de tigresa agonizante en medio de otras “estrellas”, un jurado y unos presentadores hipócritas que halagaban falsamente su voluntad y su alegría. Si la abuela de alguno de ellos estuviera ahí parada, seguramente no opinarían lo mismo.
La televisión cuyo objeto es hacer de la vida misma un show, es una vitrina que nos muestra heridos y maltrechos y que aplaude esa explosión de dolor con risas y burlas. No critico la edad de la Tigresa, ni mucho menos su actitud optimista y alegre. Hace poco vi la historia de una mujer cercana a los 90 años, quien se ejercitaba y dedicaba su vida al atletismo y a proyectos educativos en sectores deprimidos de Bogotá. Una mujer vital a todas luces. En mí se despertó una sincera admiración por esta mujer. Sentí que no estaba mal ser viejo, ser alegre y trabajar con pasión, mientras que todo eso sucediera bajo el imperio del autorespeto y la autoconsideración, cualidades que desconoce la triste Tigresa.
No soy ninguna moralista, tampoco soy feminista recalcitrante, pero sí soy una mujer del común que cree que la vejez no tiene que estar relacionada con la decadencia y el esperpento. La vejez puede ser en sí misma una canción, una oda, un homenaje a la juventud. Las mujeres deberíamos gozar de lo que somos en cada etapa de la vida: gozar de una piel lozana, unos senos erguidos, pero disfrutar aun cuando las arrugas y las canas arriben por capricho de la naturaleza, porque allí habita latente la belleza más genuina.
Mi deseo, cada vez que veo a mujeres como la Tigresa, es llegar a ese escaño de la vida con un profundo amor a mí misma, elegante, bella y jovial, sin la obligación vacía de impostar mi feminidad. En televisión nada es casualidad, allí está reflejado lo que somos, pero sobre todo, lo que nos gusta ver. Pese a esa certeza, las mujeres y hombres que están allí, tienen el derecho y el deber de disfrutar con dignidad su juventud y su vejez, sin miedo y sin aplausos insulsos.
Tienes toda la razón Catalina Velez en este articulo «La triste tigresa», yo no prendo la tele desde que comenzó ese programa, yo ya soy una vieja pero siento pena agena, ojala que encuentren trabajito toda esa parrandada de desempleados que hay en ese programa. Igual pasa con caracol con ese realiti tan aburridor. Ya me acostumbre a vivir sin televisión.
Tristemente Luz hay una carencia de oferta televisiva decente. Como bien lo dices, es mejor apagar la tele y abrir un buen libro. Saludes.
Magistral! Eres una muestra bella y determinante que nuestras mujeres usan la inteligencia para aportar a un mundo ya destrozado y caótico.
Felicitaciones por dibujar de manera tan exacta y clara la triste realidad de nuestra televisión nacional, bazar de los idiotas.
Muchas gracias Alex, creo que muchos comparten nuestra frustración respecto a los contenidos que nos ofrece la tele. Nos toca hacer propuestas desde lo ciudadano de forma creativa y responsable. Saludos.