La trata de personas: mercancía a bajo costo

El capital obliga, entonces, entre tantas cosas, a venderse en un mercado frente a los degenerados, por unos cuantos pesos. El ser humano pierde su calidad y pasa, por causa de estos fenómenos, a convertirse en un producto inherente.

Opina - Política

2023-07-06

La trata de personas: mercancía a bajo costo

Columnista:

Samuel Salcedo Londoño

 

Leyendo las noticias me encontré, entra tantas cosas que no hubiese querido haber visto, la desarticulación de un crimen trasnacional presentado en Cartagena, esta violación a la norma, usual —a mi pesar— en ciudades turísticas: es la trata de personas para explotación sexual. En general, mujeres y niños, obligados a prestar servicios sexuales para disfrute de nacionales y extranjeros, como si se tratasen de objetos puestos en vitrinas, cabezas de ganado ofrecidos en una feria agrónoma; todo resulta a que su calidad de individuo dejase de existir. Y no es por el hecho de estar en contra de las actuaciones policivas, sino que el crimen demuestra la existencia de un problema inmenso en nuestra sociedad contemporánea.

La redada policial llevada por la Investigación Criminal e Interpol de la Policía (Dijín), según varios informes periodísticos, desarticuló este entramado delincuencial dedicado a la «venta» de mujeres y niños para su goce sexual. Los capturados variaban: entre tratantes, proxenetas o aquellos que atraían a las víctimas para ser utilizadas. Utilizaban, además, establecimientos de comercio como fachada —llamados, la «chica linda night club» y el «Caique night club»—, para explotar y retener a las víctimas de este delito, en las condiciones más deplorables posibles.

Recuerdo que, además, días atrás, también había terminado una lectura que, en primera vista, no contempla ninguna relación sobre este hecho desastroso, pero en profundidad, revela una verdad absoluta sobre lo ocurrido: eso es lo que provoca una economía de mercado. Mediante la falsa promesa de un futuro más próspero, económicamente hablando, se ven las victimas obligadas a incurrir en las garras de la delincuencia; para buscar, al menos, la posibilidad de sobrevivir en una sociedad ambiciosa. 

Y es que el modelo actual de sociedad obliga, independientemente para quienes quieran participar de ella o no, a intervenir dentro del mercado, a buscar como sea posible una vía de acceso, por ejemplo, buscar productos básicos para subsistir, un techo en donde refugiarte y cualquier forma de ocio para recreación. Todo eso no se puede llevar a cabo sin la participación del factor dinerario.

El capital obliga, entonces, entre tantas cosas, a venderse en un mercado frente a los degenerados, por unos cuantos pesos. El ser humano pierde su calidad y pasa, por causa de estos fenómenos, a convertirse en un producto inherente. Así, su consecuencia es que estos, «el nuevo producto», no debe porque contraer «ningún tipo de derechos», porque llega a ser una cosa; y las cosas, por definición, no preceden de atención sino para beneficio de los hombres.

Así se relata, someramente, los casos en los que las victimas caen en el engaño a razón de buscar un futuro mejor por la situación económica en la que atravesaban. Pero no me llego a imaginar, ni en mi dolor más profundo, los casos por los que son raptadas, vendidas(os) al mejor postor, como «cosas» que son; alejándolas de cualquier vínculo familiar, derecho humano o mínimo vital.

Los paños de agua tibia para este problema, que particularmente afecta a las mujeres y menores de edad por su estado de vulnerabilidad, son necesarios debido a que mitigan el problema; es decir, que deben existir medidas estatales para cubrir estos actos criminales que tanto mal genera. Pero el problema no va a poder erradicarse si, dentro de la génesis propia del mercado, de las relaciones económicas, no exista un límite por lo que «algo» se pueda comerciar y por lo que no; y este límite es, a mi razón de ver, imposible de plantear porque la base del mercado actúa en modo expansionista: hasta no alcanzar toda forma para el comercio, no se detiene. Así también se sustenta el tráfico ilegal de órganos o el sicariato, actos delictivos que se encuentran en la parte oscura del comercio, y que desvelan la degeneración del individuo por dinero.

Todos detestamos estos actos inhumanos, pero pocos son capaces de reflexionar su génesis, su embrión que les ha dado origen: el mercado actual, que todo lo ha puesto en el comercio, porque si ello no puede vivir. Entonces, la reflexión culminaría en ¿qué podemos hacer de diferencia?, ¿debemos cambiar el modelo económico?

 

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Samuel Salcedo Londoño