Columnista:
Andrés F. Benoit Lourido
En Colombia existe una problemática social relacionada con los privilegios, el poder, el dinero, la fama o la influencia de un apellido que connota actuaciones de autoridad y superioridad de una persona hacia otra. He evidenciado en nuestra sociedad comportamientos vergonzosos que tienen una característica en común: valores equivocados respecto a una idea distorsionada de lo que significa el éxito.
La indignación personal sobre alguna situación en particular expone un reflejo de una sociedad enferma de soberbia, prepotencia y clasismo a través de impulsos emocionales. En medio de bochornosos escándalos, el sentimiento de una persona de creerse superior por tener dinero, seguidores en redes sociales o ser familiar de alguna persona reconocida o poderosa del país, es un mecanismo de defensa y una intención de esconder la inferioridad y frustración que realmente siente. Es un rol arribista que asume alguien porque dentro de sus deseos más profundos está sobresalir ante los demás sin determinar si los medios son éticos o no.
Ese arribismo parece que es parte de nuestro ADN colombiano y es un problema social grave que necesita atención como cualquier otra enfermedad psicológica.
Son muchos los casos de «usted no sabe quién soy yo» protagonizados por personas relacionadas con la política, con el reconocimiento mediático o simplemente por considerase de un estatus económico más alto que los demás. Pero, considero que estos escándalos están vinculados a una herencia social por secuelas de un país que, históricamente, ha pasado por la violencia, la corrupción y el narcotráfico.
Fabio Zambrano, historiador e investigador social dice:
Se trata de un legado español, un comportamiento propio de una sociedad señorial que exigía al vulgo identificar la jerarquía de los nobles, que en esas épocas todo el mundo debía conocer. Eso finalizó en el siglo XVIII, pero en algunos sectores que hoy ostentan el poder quedó como un anacronismo.
El clasismo además de ser una cultura bien arraigada es reforzada por una tolerancia a la misma, a la corrupción y a actitudes colectivas discriminatorias que son normalizadas y naturalizadas.
«Yo soy periodista, yo soy rica y voté por Duque… Y los paracos de por acá son amigos míos. Yo sí lo puedo mandar a matar», son las ofensas de Isabel Cristina Estrada en Medellín, gritándole a unos obreros porque ellos le pidieron caminar por el andén y no por la obra.
«Yo soy abogado. Yo no me gano un milloncito de pesos como usted. La voy a hacer echar, mi madre trabaja en la Contraloría. Fui candidato a la Cámara de Representantes», lo dijo Hernando Zabaleta a una oficial de policía de tránsito porque le puso un parte.
Y el más reciente caso, Ana del Castillo, cantante de vallenato quien hizo un escándalo porque no fue permitido su ingreso en una clínica en Valledupar:
Si no me abres suspenden a la clínica y no tienes trabajo. Con los seguidores que tengo, te cierran la clínica.
Cuando una persona se ve atrapada y desesperada en estos contextos por no obtener lo que quiere, actúa desde el ego, la arrogancia e incluso el miedo; es una sensación de vacío emocional porque la fama, el dinero o sus relaciones sociales no la han llenado ni le han dado el poder que quisiera.
También está la huella del narcotráfico porque creó nuevas élites que intentan abrir caminos al poder por medio del dinero o la violencia. Lo narco no solo es un negocio, además, es una estética que se adhiere a la cultura y ha sido la sombra de esta sociedad.
Hay un deseo consciente o inconsciente en las personas en demostrar que tienen poder y exigir que se les respete porque poseen propiedades, dinero, carros, ropa, una obsesiva ostentación materialista y una intención de estatus de que, con el dinero, la fama, los vínculos sociales o seguidores en redes, pueden comprar personas, instituciones y pasar por encima de ellas, así sea con el uso de la violencia.
Las reacciones de los colombianos ante los conflictos son, generalmente, motivadas por la discriminación y el clasismo. Es un patrón psicosocial, una tradición colombiana que nos influyen desde nuestra educación en las familias, en la academia y posteriormente lo reflejamos y lo vivimos en la sociedad. Queremos sentirnos exclusivos, privilegiados y esos deseos nos tienen enfermos, son nuestra sombra.