¿No le ha pasado que ese tipazo, “amigo” en su Facebook (aunque jamás lo había visto en persona) el día que lo conoció de verdad se dio cuenta que no era lo que parecía? ¿No se ha percatado que cada vez más, y con cursilería en unos casos y con fanatismo enfermizo en otros, los mensajes “religiosos” llueven por doquier pero las malas acciones jamás desaparecen? ¿No es atípico que nuestros muros estén llenos de consignas contra la discriminación, el racismo y la corrupción pero fuera de ellos cohonestamos por acción u omisión en las mismas conductas que supuestamente censuramos?
En las redes, nada es lo que parece: el cobarde es valiente; el hipócrita sincero; el alienado se convierte en alienador; el grotesco en romántico; el estúpido en pensador; el pensador en ocioso; la infiel en fiel, el religioso en fanático y el político en honrado.
Lo peor de todo, es que así los aceptamos y los aplaudimos cada vez que le damos un “me gusta” a un mensaje compartido aunque, en el fondo, sabemos que ese mismo no corresponde al proceder del que lo emite.
Hoy la interacción social no pasa por el rasero del conocimiento real. Existe, en cambio, un peligroso conocimiento “virtual” que forma una imagen distorsionada del otro para bien o para mal.
Cada vez menos valoramos al ser verdadero para darle ponderación a “ese otro ser virtual”. Ese que se fabrica a punta de Facebook, Twitter o Instagram, como una réplica moderna de aquellos a quienes, en mi época de jefe de redacción de El Heraldo, solíamos llamar “nísperos”, pues se maduraban a punta de periódico.
Deambulamos cada vez más sobre el peligroso camino que nos llevará a convertirnos en una sociedad hipócrita, apertrechada tras las redes sociales mostrando ahí, por lo general, una faceta que no corresponde al verdadero ser.
Y hasta el amor –ese sentimiento indescriptible que parece cada vez más ambiguo, abstracto y extraño en la medida que nos envuelve la modernidad tecnológica y sin corazón—se ve también permeado en el nuevo tipo de sociedad que cohabitamos.
Es un amor sin responsabilidades, gaseoso, lejano y cada vez más negado a un vínculo estrecho y duradero. Un amor que hoy no se busca en el alma de las personas, sino en las páginas web, o en un rincón del Facebook.
El sociólogo Zygmunt Bauman calificó a la sociedad de hoy como fría e insolidaria, aunque, algunas veces –y casi siempre para ser registrado con complacencia en algunas redes que circundan nuestro planeta– posamos de solidarios. Y lo hacemos, porque en el fondo perseguimos con ello un bienestar particular.
Es gracias a esta misma posmodernidad que las redes se han transformado en un enorme tinglado donde se escenifican luchas mitológicas. Luchas en las que se emplean armas sucias. La calumnia, la injuria, la mentira o las verdades a medias, invaden el Facebook y el Twitter para golpear «al enemigo».
Las redes no son escenarios de argumentación, sino de ofensas. Es esta degeneración de la posmodernidad, la que nos ha llevado a esta deplorable «posverdad» que no es más que una caricatura de la verdad verdadera.
Un estado en el que la realidad se distorsiona y se amolda a perversos intereses, muchas veces personales o, peor, mediáticos.
Vivimos –como en cualquier carnaval veneciano—con las máscaras puestas. Y es ahí cuando ese “extraño” que se atreve a emitir un juicio; lanzar una crítica; debate un consenso o propone un novedoso punto de vista, es visto como una amenaza. Es, sin duda, “el enemigo” al que hay que liquidar, así sea a través de la redes manejada por esa gran masa que muchas veces no razona, sino que se apasiona.
Las redes sociales se están convirtiendo ahora en la flauta de Hamelin que con su encanto hipnótico llevan a los ciudadanos a danzar tras su mágica tonada: un montón de corderos dispuestos hasta a ir al matadero con tal de no quedarse por fuera de lo que esas mismas redes consideran qué es lo que está de moda.
La sociedad ya no necesita más gente de mentiras: necesitamos ciudadanos reales, con acciones que sean propositivas para el desarrollo y el cambio social.
Si en su Facebook, usted o sus conocidos son tan buenos como parecen… ¡felicitaciones! De no ser así, es hora de que empiece a construir una imagen real. Una que se parezca mucho más, a esa desdibujada imagen virtual.