Póngase usted a ver: hoy en día abundan las páginas de Facebook y portales de internet donde ladrones callejeros y violadores de todas partes del mundo son sometidos al escarnio público. Ya no hay robo o ataque terrorista en el que la desenfundada del arma, la atropellada del camión o la linchada al ladrón no quede registrada en video; hemos convertido la desgracia generalizada en un reality, en un completo show.
En las publicaciones donde se pone en evidencia a los ladrones mientras son golpeados, abundan los comentarios de personas vulgares, desahogando su odio frente a una pantalla que les alimenta a diario su amarillismo. Aun cuando sabemos que es un video donde habrá sangre, golpes o cadáveres, lo reproducimos porque eso genera placer, porque nos gusta ver cómo se castiga al otro, cómo sufre; no parecemos querer verdadera justicia: lo aparentamos. Buscamos entretenimiento momentáneo con videos distintos en donde alguien encarne todos los males de la sociedad, lo incorrecto, lo juzgable, nos satisface sentirnos fuera de eso, lejanos a eso, el placebo de la sociedad moderna.
“La primera foto del cadáver”, “el primer video del atentado”, “el primer registro gráfico del accidente”, esos son los titulares que más venden, que más “me gusta” e interacciones tienen en las grandes plataformas de internet. En cualquier catástrofe, intento de asesinato o robo, alguien graba con su smartphone, ¿para qué? ¿para ayudar? No, casi nunca. Hay que grabar o tomar la foto porque serán los videos de la primicia del linchamiento o la imagen que dará la vuelta al mundo por ser un cadáver de un niño en la orilla del mar; por eso es que vamos y rodeamos la escena con nuestras cámaras como zombies de la tragedia. Y aparentamos llenarnos de dolor, indignarnos, pero al otro día sucede una calamidad peor y olvidamos la anterior con una facilidad alucinante.
Parece que muchas personas confunden el concepto de justicia con el de venganza. “Hacer justicia” no debería ser siempre sinónimo de que se “castigue a alguien”, pues justicia-castigo son precisamente términos diferentes, que pueden o no relacionarse de acuerdo con la situación. Pero más allá del castigo o de la esperanza de que alguien actúe de manera justa para evitarlo, están los juicios de todas las personas que tienen como papel ser espectadoras del caso. Los juicios son personales, por lo que en ese momento la ley entra a jugar con lo que considere cada quién frente al caso, tanto moral, ética y socialmente; y eso es justamente lo que constituye una de las situaciones más delicadas de cualquier escena convertida en un espectáculo.
Cuando es descubierto un violador el tema se vuelve tendencia en un país como Colombia, pero sucede por el significado moral que tiene para la gente que un hombre mayor viole a una niña, no porque la ley necesariamente estipule que ese es un acto punible (aunque desde luego sí lo sea). Lo que digo puede parecer obvio pero no lo es tanto: allí tienen más poder los juicios personales (que en su momento se convierten en generales) que la misma ley como tal. Ese es el preciso momento en que las personas dejándose llevar por sus emociones son capaces de ser victimarias con acciones mucho peores, olvidándose del principio de la justicia y confundiéndole con la venganza y el revanchismo -a cualquier precio-.
¿En realidad queremos justicia? Confiando en el principio de la buena fe, tal vez; pero no hacemos más que reproducir videos horribles y compartirlos en nuestras redes sociales. Somos, de hecho muy generosos y solidarios en la virtualidad, ¡hasta ponemos nuestras fotos de perfil con una marca de agua de la bandera de Francia! (o de cualquier país que sufra una tragedia). ¿A dónde hemos llegado? ¿Para dónde vamos? Hoy en día los asesinatos y los accidentes parecen un reality show. Frecuentemente veo que la gente comparte videos de personas desmembradas luego de tener un accidente automovilístico; sangre, partes del cuerpo, todo el dolor registrado en video por puro morbo, un morbo que parece satisfacernos. Qué tal si imagináramos ser nosotros los accidentados y estando cubiertos de sangre mirar para arriba y ver una docena de celulares apuntando a nosotros, todos registrando nuestra agonía.
Amamos que haya registros de todo acontecimiento que no nos toque directamente a nosotros, ya que probablemente nunca aceptaríamos que se difunda un video de un accidente que protagonice alguien de nuestra propia familia, ni que se someta al escarnio público a nuestro hermano o hermana, ni que salgan en los principales portales de internet las fotos de los cadáveres de nuestros seres queridos… ¡Qué justos somos!