El lema de campaña de Sergio Fajardo “La Revolución Serena” fue interpretado por muchos como “La Revolución sin revolución” dejando sin cabeza a más de un curioso del idioma, una ficha mal puesta en el rompecabezas de la lengua. Un oxímoron, una contradicción propia de cualquier populista y su discurso demagógico.
Lo cierto es que nuestra manera de entender el mundo está cambiando y no podemos desligar la evolución social de Colombia de los procesos globales. Es ahí donde la frase de campaña encuentra sentido.
Por mucho tiempo comprendimos el orden social como un algo inquebrantable, pilar de la sociedad y un ideal a conseguir; familia, comunidad (Patria), nuestra misión principalmente era preservar ese orden, defender el Status quo. La única manera de remodelar ese orden era a través de un cambio brusco: Una revolución. Cualquiera que hubiese puesto en cuestión ese orden fue visto como un enemigo público, un virus, algo que eliminar de la sociedad.
Ese orden social como columna vertebral, rígida e inquebrantable ha sido reemplazado paulatinamente por las dinámicas de mercado en un proceso que se inició en la revolución francesa, cuando los burgueses dueños de los negocios reclamaron independencia de las monarquías y con el poder y libertades conseguidas perfeccionaron las formas de hacer las cosas, patrocinaron avances, diseñaron máquinas y crearon industrias, lograron modificar la punta de la pirámide social hasta llegar a esta era digital donde la masificación de la tecnología y la creciente democratización de los recursos han permitido dirigir los avances del mercado.
El mercado se puede representar visualmente como una masa amorfa y gelatinosa que se estira y contrae mientras en términos generales se expande. Si sumamos y restamos esas expansiones y contracciones, encontramos que en definitiva el mercado se estira hasta el punto que nos engulle a todos, incluso hasta los que compran gorras con estrellitas rojas y se pintan la cara del Ché.
Hace setenta años era impensable que una mujer participara de los procesos democráticos, hoy vemos que las principales potencias europeas tienen como líder a una mujer, los negros fueron esclavos y considerados mercancía por más de trescientos años, hoy sabemos que un hijo de una mujer negra africana fue el presidente de la nación más poderosa del planeta.
El mes anterior la Corte Interaméricana de Derechos Humanos declara que todos los países asociados deben aprobar el matrimonio igualitario. En Colombia el año pasado fue el más bajo en cantidad de muertes por causa violenta de los últimos 40 años.
En Colombia se necesitan muchos cambios, mejorar las condiciones de sus habitantes: salud, educación, mejorar la producción, seguir aumentando los alcances de ese mercado, una economía sana es la que es capaz de incluir a todos sus habitantes y es contradictorio para el mercado excluir a parte de la población.
Ahora podemos pensar en otras necesidades y seguir avanzando: luchar contra la corrupción, conseguir una mayor inversión en investigación, educación y desarrollo.
¿Por qué no continuar en esta línea de cambios? ¿Es necesario que esos cambios sean bruscos? Muchos quisiéramos que esos cambios se dieran ya, pero la experiencia también nos cuenta que cambios bruscos generan resistencias y conflictos.
El mundo viene experimentando una serie de cambios que aunque se han dado de manera acelerada son casi imperceptibles, vivimos una época de movimiento, una época de revolución. A este ecosistema de cambio constante Yuval Noah Harari lo llamó en un capítulo del Libro De humanos a dioses la Revolución Pasmosa.
Vivimos una época de cambios, ya estamos viviendo una revolución. ¿Acaso tres mil muertos menos en el año ya no es una revolución?