La visita del Papa Francisco a Colombia tiene un enorme significado político. No se trata exclusivamente de un asunto religioso, con miras a mantener enlistados y re aconductados a los millones de feligreses colombianos que siguen la doctrina católica. Por el contrario, estamos ante una “refrendación político-espiritual” del Acuerdo Final, a cargo del Sumo Pontífice.
Santos, como ajedrecista, puso a jugar al Papa a favor del Acuerdo Final. La derrota electoral y política, ocurrida el 2 de octubre de 2016, lo “obligó” a postergar la bendición papal. Hoy, cuando las Farc como guerrilla desaparecieron y hoy son un partido político, y el ELN parece comprender el momento histórico por el que atraviesa el país, la llegada del Sumo Pontífice deviene cargada de ese carácter plebiscitario que se necesita para construir y consolidar escenarios de paz.
En sus intervenciones, el Vicario de Cristo no solo le habló a sus pastores, sino que envió mensajes, un tanto cifrados, a aquellos que desde el poder político han insistido en extender odios y venganzas en un país que se ha construido sobre esa mezquina y atormentada razón de vida; en sus palabras, Francisco llamó la atención a aquel que, engañado, “esgrimió alguna equívoca concepción de Estado”. No vale la pena nombrar al destinatario de dicho mensaje.
Es posible que su mensaje pastoral llegue a cientos de miles de colombianos que necesitan y esperan a que personajes como el Papa, les diga qué camino coger y qué decisión tomar. Habrá otros cientos de miles o quizás millones, a los que el mensaje del líder religioso no les llegará. Por el contrario, el discurso del Papa, escuchado bajo el lente ideológico del “castro-chavismo”, los animará a promover el odio, la polarización política, la venganza y todos aquellos sentimientos con los que buscan llevar al país al barranco de la frustración, por no haber podido construir una paz estable y duradera.
Estoy seguro de que su mensaje de reconciliación no logrará permear las tozudas y equívocas posturas de aquellos que insisten en hacer trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final y mantener, por esa vía, las condiciones de un Establecimiento que insiste en extender los históricos privilegios para unos pocos, en detrimento de las condiciones de vida de millones de compatriotas que sobreviven en oprobiosos suburbios, sin Dios y sin ley.
Como líder político, el Santo Padre usa su investidura para promover sus ideas y la postura crítica hacia un orden político y económico que no solo agrede a los ecosistemas naturales, sino que hace miserable la vida de cientos de millones de habitantes a lo largo y ancho del Planeta. Francisco es crítico del desarrollo, de la concentración de la riqueza en pocas manos, aunque guarda cómplice prudencia alrededor de sus pastores pederastas y pedófilos.
Sin embargo, y a pesar de la sangrienta historia de la Iglesia Católica, Bergoglio llegó a Colombia no solo a refrendar el Acuerdo Final, sino a proponer un camino distinto para un país agobiado por la mezquindad de una clase empresarial y política, tan sucia, cicatera y criminal como los actores armados que se enfrentaron durante largos 53 años de guerra.
Recomponer el camino es la idea que deja el Papa Francisco. Y eso implica, tener la grandeza de querer pasar las páginas de este largo y degradado conflicto armado interno. Insisto en la duda que me asiste de que ocurra algo trascendental en esta Colombia que de manera selectiva y ciega, sabe escoger a quién odiar, mientras mantiene los privilegios de aquellos- unos pocos- que han hecho todo para hacer invivible este país.
Qué bueno sería que las víctimas de los Paras, de las guerrillas y las del propio Estado, aprendieran de Héctor Abad Faciolince, quien supo y pudo escoger el camino de la escritura, para “vengar” la muerte de su padre, a manos de los sempiternos paramilitares. Y qué bueno sería, que millones de víctimas proscribieran la venganza como sentimiento y camino para hacer catarsis por el dolor que las guerrillas les produjeron. Y mejor aún sería para el país, que nadie más buscara llegar al poder del Estado, para desde allí, poner al servicio de sus objetivos de venganza, todo el poder represivo y coercitivo de esa forma de dominación.
Para que el discurso del Papa logre colarse por la dermis de cientos de miles de colombianos, se requiere de una sólida formación ciudadana.
Y quizás allí esté el gran obstáculo para transformar los espíritus contaminados por el odio y la venganza: aquí hay más feligreses que ciudadanos. Y eso no es culpa del Papa Francisco, pero si de su Iglesia y de sus pastores que hace rato le vienen haciendo el juego a las cicateras élites de poder económico, político y militar, al mantener controlados a sus domesticadas ovejas.
Santos hizo lo que el Establecimiento le permitió: firmó el fin del conflicto armado con las Farc. El Papa hizo lo propio: vino, habló y entregó el mensaje de la reconciliación. Ahora el turno es para los que odian. Y eso incluye a los “trizadores” y a periodistas influyentes que usan los micrófonos para perpetuar sentimientos de odio y venganza. Ojalá a estos estafetas les llegue el mensaje de Bergoglio.