La rebelión de los trapos rojos

La caridad puede sensibilizar nuestros corazones, pero no va a subsanar años de injusticias.

Opina - Economía

2020-04-20

La rebelión de los trapos rojos

Columnista:

Jean Paul Samon

 

Las medidas para controlar la pandemia de la COVID-19 han frenado los flujos de la economía, haciendo que en estos momentos la tan frágil estabilidad de los mercados tambalee y que ya se esté hablando de una recesión global que, a diferencia de la crisis del 2008, no dejará a nadie inmune. Desde ya se están viendo los efectos de una cuarentena que obliga a la población a estar aislada en sus hogares, evitando lo menos posible cualquier contacto o aglomeramiento para aplanar la célebre curva de contagios, mientras se le da tiempo, a la infraestructura sanitaria necesaria para recibir a los miles de contagiados que inevitablemente vamos a sufrir los padecimientos de una enfermedad cuyo virus se transmite tan fácil y, de manera tan rápida, que ningún muro ha podido frenarlo. 

Pero entre más pasa el tiempo tratando de resolver un problema de años, generado por un modelo económico salvaje que le metió en la cabeza a la gente que los gastos públicos debían ser mínimos, que debía recortarse el presupuesto a la salud pública, a la educación y a las ayudas sociales; un modelo que desreguló la economía para que la mano invisible del mercado agrandara la brecha de desigualdad social mundial, al enriquecer a una minoría que pagaba menos impuestos, mientras miles se quedaban en las calles, morían desde mucho antes de la pandemia en las puertas de los hospitales por no tener cómo pagar, miles desertaban de los colegios y no podían acceder a las universidades porque debían laborar para sostener a sus familias en trabajos cada vez más precarios, inestables y explotadores, teniendo que conseguir hasta dos o tres trabajos más para solventar los gastos y las deudas, excediendo las tan luchadas ocho horas de trabajo.

Ese mismo modelo obligó a que muchas personas recurrieran al trabajo informal ante la imposibilidad de encontrar un empleo, ya sea por la falta de títulos, la falta de experiencia, por la edad, su situación migratoria, su estado de salud, su condición de discapacidad, su identidad de género disidente, etc., lo que llenó las calles de sobrevivientes vendiendo tintos, dulces, refrescos, frutas y verduras, comidas, pantallas protectoras para teléfonos móviles, gafas, velitas de incienso, medias, trapitos; ofreciendo servicios sexuales, incluso obligados a delinquir en el negocio del microtráfico para poder subsistir.

Todas esas personas han sido las víctimas de un modelo de competencia feroz, egoísta, que culpó a los pobres de serlo por su propia voluntad, todxs fuimos víctimas del neoliberalismo, además de lxs campesinxs que se arruinaron por la llegada de productos importados, los pueblos indígenas expulsados de sus territorios para dar paso a los grandes monocultivos de la agroindustria o la explotación minero-energética, lxs mismxs desplazadxs que llegaron a engrosar las masas de toda esa economía informal, sin salud, ni pensión, ni cesantías y constantemente perseguidas por las fuerzas represoras del Estado al servicio de las élites para que no habitaran el espacio público, para seguirlas desplazando, despojando y maltratando, para que las personas ‘de bien’ y los turistas se sintieran libres, sin tener que tropezarse con el estorbo de la pobreza, de la necesidad, de la miseria que también intentaron exterminar por medio de la limpieza social.

En medio de esta cuarentena son esxs desheredadxs, esxs despojadxs, esxs marginadxs, esxs excluidxs, esxs invisibilizadxs, esxs nadie lxs que están aguantando hambre, lxs que están siendo desalojadxs a las calles por no tener cómo pagar su habitación, lxs mismxs que están pidiendo la ayuda para sobrellevar este aislamiento obligatorio, mientras una minoría se aburre del privilegio de ver las mismas series en Netflix y hacer retos en las redes para sobrellevar el estrés del confinamiento. Y, aunque hayan organizaciones y personas que han clamado por la solidaridad colectiva para recoger donaciones para llevarles mercados a estas personas necesitadas, no es suficiente para calmar el hambre de los estómagos de miles, millones que desde antes de la pandemia no tenían cómo comer bien. La caridad puede sensibilizar nuestros corazones, pero no va a subsanar años de injusticias, ni va a cerrar una grieta profunda de desigualdad que divide a los que más tienen y a los que viven del diario, incluyendo a aquellos seres olvidados cuya única opción para sobrevivir es mendigar o comer de la basura.

Esas personas, esas gentes, ese pueblo es el que hoy saca sus cacerolas para manifestar su angustia, ese pueblo es el que está comenzándose a impacientar porque se encuentra entre la espada y la pared, entre la inanición y el coronavirus, ese pueblo que prefiere morir contagiado a morir de hambre en sus casas, hasta ese nivel llega su angustia. Ese pueblo que hoy ha vuelto los trapos rojos en un símbolo de unidad de lxs hambrientxs, de lxs que no tienen nada que perder más que sus cadenas.

Y esto no es una invitación irresponsable para que salgamos a las calles a aglomerarnos haciéndonos más susceptibles de contraer el virus, pero la realidad es otra, la gente tampoco puede estar encerrada en sus casas sin tener qué comer. Las personas se tienen que dar cuenta que las protestas previas a la pandemia, que el espíritu del 21N y todas las revueltas que estaban estallando en el mundo, siendo Chile uno de los epicentros de la indignación ante este modelo económico, no eran un capricho, ni una nostalgia trasnochada de las revoluciones del siglo XX. Las condiciones de miseria e injusticia se han perpetuado. La corrupción de las élites enriqueciéndose a través del Estado, responsable de administrar el erario de los contribuyentes, erario que se supone resolvería las necesidades de bienestar del pueblo, según el relato de las repúblicas liberales, ha hecho que nos demos cuenta que, mientras el Estado esté en poder de esas élites mafiosas, vamos a seguir subyugadxs a un despotismo que nunca va a resolver la situación en la que nos encontramos, así queramos salir adelante con todo el esfuerzo de nuestra voluntad, como nos lo pregonan los ‘coach’, ‘influencers’ y ‘think tanks’ del capitalismo.

Es hora de despertar de la mentira que nos repitió el neoliberalismo desde la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS. El capitalismo también ha fracasado. Hoy de nuevo ronda un fantasma, el fantasma del comunismo presentido por Marx, ya no solo en Europa, sino en todo el mundo, como una pandemia. Tal vez esos trapos rojos ondeándose sean la señal de ese nuevo movimiento global en búsqueda de un cambio radical y sea el momento en que por fin se levanten “los esclavos sin pan”.

El capitalismo crea sus propias crisis y nos da las herramientas para combatirlo, si nos tomamos en serio lo planteado por Marx y Engels en el Manifiesto. Esto no es una profecía, no podemos fiarnos de que la historia de la humanidad se encamine hacia el progreso, pero sí creo que los paradigmas pueden cambiar; tal vez, Zizek no estaba exagerando cuando planteaba que esta es la oportunidad de renovar el comunismo, como una perspectiva diferente de ver y asumir nuestras relaciones en sociedad, entre pueblos y con el medio ambiente, una posibilidad de fortalecer el comunitarismo hacia la independencia del Estado, sea este liberal o proletario, de corregir los errores, de reemplazar nuestro modelo civilizatorio basado en el desarrollismo para sustentarnos en el buen vivir.

Ningún modelo de pensamiento, ni modo de organización social y económica, ha durado para siempre. La otra opción es que no hagamos nada y dejemos que el statu quo del capitalismo salvaje, patriarcal, colonial y desarrollista se refuerce con una maquinaria de vigilancia tecnocrática, autoritaria y distópica. En todo caso, la historia no acabará, como sí han acabado antes con la historia de nuestros pueblos. Este apocalipsis tiene que representar un nuevo comienzo. El fin del capitalismo tendrá que llegar algún día, así sea con nuestra extinción como especie, porque si no nos mata el coronavirus, nos matará el cambio climático. 

Esperemos que seamos más lúcidos para imaginarnos primero el fin del capitalismo a que llegue primero el fin de la humanidad.

 

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Jean Paul Saumon
Ibaguereño. Profesional en Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas. He sido docente universitario y editor de la revista El Salmón Urbano de Ibagué. Mi trabajo está enfocado en la poesía y el artivismo a través de la performance. Hablo desde mi posición como "marica" y transfeminista, además de tomar una postura contra el capitalismo y el extractivismo. Mi grupo favorito son los Beatles.