Autor: Alexánder Quiñones-Moncaleano
Cuando hablamos de política hablamos de poder, y esto es un asunto que se debe regular de diferentes maneras. Hoy por hoy en países como el nuestro, la política y el poder se manejan de la misma forma en que se ha hecho desde que el país es considerado república; es decir, lo manejan unos partidos establecidos y consolidados en el poder desde hace más de un siglo.
Podríamos decir que hay más pluralidad e inclusión que hace cincuenta años, puesto que hay por lo menos siete partidos establecidos y afianzados: Partido Conservador, Partido Liberal, Centro Democrático, Cambio Radical, Partido de la U, Partido Verde y Polo Democrático Alternativo. Sin embargo, el poder sigue en manos de unas cuantas familias y grupos económicos.
Colombia es un país centralizado que se maneja desde la capital y sus regiones se apostillan desde la Plaza de Bolívar. Los escándalos por corrupción casi no tocan a los más poderosos personajes, en su mayoría bogotanos, y sí a sus lugartenientes, es decir a los muchachos que tienen en las regiones como sus peones.
Es el caso de un «Ñoño» Elías, el caso de Musa Besaile, y otros tantos políticos de las regiones que terminan presos, mientras personajes como Ernesto Samper, Álvaro Uribe, o el mismo Santos, envueltos en grandes escándalos, nunca pagarán cárcel en un país donde la justicia está dispuesta a recibir coimas para archivar procesos, o sobornar a altos dignatarios envueltos en delitos para que sus procesos no prosperen.
Las últimas décadas han sido convulsivas para el país, y se ha evidenciado que los desplazamientos han sido realizados en contubernio entre paramilitares y políticos. Hay casos como los de Pretelt Chaljub, hoy en una investigación lenta por su participación en despojo de tierras a campesinos en complicidad con paramilitares.
Así las cosas, Colombia tiene un gran camino por recorrer, no por los políticos establecidos, sino por la sociedad civil que se debe esforzar para derrotar el cáncer que carcome la vida de millones de colombianos sumidos en cordones de miseria, desplazados por políticos avaros y mezquinos que piensan que aún están en un feudo y que los colombianos somos sus siervos. Es necesario encontrar una solución al caos en el que estamos sumidos.
Como ya enuncié, la clase política es la misma hace 100 años y quizá más. Los Lleras, los Santos, los Samper, los Gaviria, los Turbay, los Barco, los Valencia, los Sarmiento: están sentados en las sillas presidenciales y senatoriales desde el principio de la República sin querer salir de ahí así nada más.
Tenemos también el caso de un senador que tuvo más de 50 años en un escaño del Senado y que lo soltó en el 2018 casi que saliendo con los pies por delante: Roberto Gerlein.
En un país serio, con instituciones sólidas, esto no pasaría, como no pasaría que un sujeto suelte la Vicepresidencia y salga directo a inscribir su candidatura presidencial. Ni siquiera se salvan esos personajes que posan de rectos, como el señor Enrique Robledo, que ya va en su cuarto periodo en el senado.
Lo mismo pasa con los hijos de políticos que heredan sus curules cual reino rancio de la edad media. Es el caso de la familia Galán, que se ufana de una moral sin tacha, pero si así fuera, se esforzarían por pensar un país incluyente, con leyes para que los individuos no se perpetúen en los puestos de poder.
La ética, como dicen muchos, riñe con la política, y en Colombia eso parece ser una verdad clara, pues si tuviéramos personajes éticos en política no tratarían de perpetuarse en el poder y trasmitirlo por testamento, como tantos casos vemos: Rodrigo Lara Restrepo, José Horacio Serpa, Carlos Fernando Galán,… Acá es evidente que un hijo de un presidente, de un senador, puede llegar fácilmente a ocupar también uno de estos lugares.
Pero esto tiene una solución a la vista. En realidad debe tener muchas, pero acá queremos plantear la cuestión de la profesionalización de la política. ¿Es necesario para un país tener políticos profesionales? Pero, si no hay partidos, ¿no hay quien gobierne? ¿Cuál sería la mejor manera de gobernar un país? Si no hay partidos, no hay de dónde elegir a senadores, presidentes, alcaldes, gobernadores, concejales, ediles y un sinnúmero de representantes que deberían permitir nuestra gobernanza.
Pero es que esto es, justamente, uno de los obstáculos mayores para que no haya una renovación cada cierto tiempo en el manejo de la política y el gobierno de un país. Aquellos que son elegidos por el voto de un pueblo, al llegar al poder tratarán por todos los medios de perpetuarse en él, más si no hay contrapesos de poderes que impidan de manera eficaz este problema.
Esto lo hemos aprendido de manera directa; pensemos, por ejemplo, en el caso del expresidente Uribe: quiso ser reelegido, buscó todos los medios para que fuera posible la reelección, después puso a uno de los suyos en el poder, aunque tuvo oposición por parte de un sector político fuerte en el país; más adelante fue «traicionado» por el mandatario que había puesto, y se convirtió en la oposición… Y después de unos cuantos años volvió a poner uno de los suyos en el poder.
El asunto es complejo porque aquí surge el problema de la representación, ¿necesitamos un grupo o una élite que nos represente de manera perpetua? Creemos que es así porque así lo ha sido siempre, pero yo no lo creo.
Los cargos públicos hacen parte de un tipo de profesiones que deberían ser intermitentes. Nada más peligroso que la adicción al poder y al dinero fácil. Para llegar a reglamentar una política seria, responsable e inclusiva para el país, se debe involucrar a la academia.
Es necesario que desde las ciencias (incluidas las sociales, pero no solo ellas, sino también las naturales y la matemática) se diseñen pruebas y programas piloto que se puedan desarrollar a largo plazo. Y en esta implementación no debería importar qué partido o qué personaje los abandera, sino que debería acogerse por aquel a quien le correspondiera estar en el poder. Eso nos llevaría también a empezar a ver cambios de largo plazo, y no estar saltando de una postura a su opuesta cada tres o cuatro años.
Se requiere presión y apropiación de la sociedad civil, y para ello es necesaria la organización de la ciudadanía que pueda llegar, de manera ordenada, a pedir que se haga una reforma constitucional fuerte. Pues quienes están en el Congreso, el Gobierno y el poder judicial nunca van a querer modificar su status quo.
Llevamos años pidiendo reformas profundas, pero debemos saber que la única manera de lograrlo es con una organización clara, que penetre todos los sectores de la sociedad para llegar a cambios estructurales.
Esto quiere decir que los primeros que deben buscar este cambio son los jóvenes, pues son ellos que por espíritu puedan llagar a formar a una sociedad de manera organizada. Son los jóvenes comprometidos quienes pueden empezar a pedir a los otros sectores de la sociedad que nos organicemos: campesinos, transportadores, maestros, obreros industriales. Al final, debemos llegar a que todos podamos exigir cambios y pedir responsabilidad política.
La culpa la tenemos los votantes que nos dejamos conducir como borregos a las urnas alentados por unos cuantos pesos ,un tamal o una botella de ron.
Nos hace falta cultura política.
Excelente artículo, tenemos esperanza en los jóvenes. Como sociedad civil, estamos despertando.
Interesante propuesta pero, si profesionalizamos los políticos, seguramente las elites de hoy serían las únicas con acceso a esa profesionalización. La única garantía de cambio social es la participación y ojalá sea esta producto de una formación academica y un raciocinio previo, adecuada y accesible a todos y donde la voluntad del individuo prime en su derecho a elegir y vivir la vida que tiene razones para vivir.