Tan cotidiano pero a la vez tan ignorado, así resulta el problema de los habitantes de la calle en Colombia. Desde el desplazamiento forzado hasta inconvenientes intrafamiliares son las causas por las cuales nos topamos a personas en condiciones precarias en las calles de nuestra ciudad.
Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, entre otras ciudades del país poseen este problema de índole social que genera una sensación de inseguridad y de falta de interés del Estado por solucionar y respaldar a aquellas personas consideradas “habitantes de la calle”.
En un informe del periódico El Tiempo, se habla de una cifra cercana a las 40.000 habitantes de calle (pueden llegar a ser más) en todo el país. De esos 40.000 o más, vemos que más de la mitad está distribuida de la siguiente manera en las ciudades principales: Bogotá: 9641 en el 2011, hoy son aproximadamente 15.000; Medellín: 4379; Cali: 3770, hoy casi 6000; Bucaramanga: 3212; Barranquilla: 2020 y en Cartagena: 500.
Aunque se estipula que esa población que vive en calles, puentes, callejones y andenes tiene el derecho de hacerlo, si resulta preocupante que la mayoría de ellos estén sumergidos en problemas de drogadicción y en pleitos con bandas criminales. El consumo de bazuco, alcohol, pegante y demás sustancias alucinógenas o psicoactivas, han generado una dependencia y un estado de inconsciencia donde muchos caminan de lado a lado, tambaleándose entre calles y pasando como incógnitos en una ciudad que los observa con desprecio, lástima e indiferencia.
Los negocios de microtráfico como los que se conocieron en el Bronx (una de las mayores zonas de tolerancia y una de las ollas más grandes en Bogotá) o los hurtos que cometen a diario más de un habitante de calle para conseguir dinero para las drogas, nos habla de que el problema de estas personas va más allá de no tener o no querer tener un hogar y un trabajo digno, pues el vicio y la ausencia de obligaciones personales y con el Estado quedaron abolidas por las horas que dura el efecto de una droga.
Las consecuencias de la creciente población no solo incluye la seguridad de la ciudad, también incluye problemas de reconocimiento y desigualdad que derivan en ausencias de votos en épocas electorales y en vulnerabilidad de derechos que no son tenidos en cuenta pues al no ser reconocidos por el Estado y la ciudadanía, se dificultan los procesos de rehabilitación y reintegración a la sociedad civil.
Si bien se han realizados jornadas pedagógicas y espacios para la rehabilitación por parte de las autoridades locales, éstas no han sido lo suficientemente útiles para solventar y garantizar la condición de los habitantes de calle. Es innegable que el proceso de limpieza del organismo y el trato psicológico para los que poseen algún tipo de vicio requiere tiempo, dinero y paciencia.
Sin embargo, los esfuerzos no han sido suficientes, pues no basta con desalojar a los “indigentes”, como llamarían algunos, de las ollas donde estaban reunidos; tampoco se trata de encerrarlos por un día en una Unidad Penitenciaria y soltarlos al otro día. Se trata de consolidar un trato humano y de generar conciencia sobre la importancia de reconstruir la vida de quienes se empeñaron y eligieron vivir con un costal al hombro.
A los habitantes de calle hay que darles el espacio para que puedan sentirse útiles en la sociedad, ya que si no se guía el proceso de rehabilitación y no se genera alguna especie de ocupación, puede que tanto uno como otro reincida en sus delitos y considere como algo normal el hecho de volver a una celda o a una cañería por las malas decisiones que se toman.
Así, entonces, la generación de empleos y la capacitación para ejercer actividades como carpintería, cocina, arte, o limpieza, son algunas de las alternativas que pueden influir para que la población habitante de calle recupere algún interés por laburar y por dejar de lado la limosna o el hurto. De manera que si se lograra recuperar el gusto o la pasión de las personas que están en rehabilitación por lo que realizaban en el pasado o por lo que tenían pensado, quizá se podrían obtener resultados satisfactorios. De esa manera, no sólo ganarían ellos sino ganaría la sociedad colombiana disminuyendo las cifras de inseguridad, microtráfico, desplazamiento y violencia.
Hay que repensar la manera en que ignoramos este tipo de problemáticas, pues muchos las hemos aislado de los vacíos centrales del país y no recordamos que son causa y, a la vez, consecuencia de diversos factores que han mantenido la violencia y el odio de nosotros los colombianos por nuestro territorio.
Por ello es pertinente realizar una visión más integral, de modo que entendamos que solucionar un problema de cualquier índole, sea político, social, cultural o económico, logramos erradicar otro tipo de coyunturas y disgustos entre ciudadanos y así, por lo menos, logramos generar más cambios que los que (supuestamente) buscan lograr en las altas esferas del poder.