Santos tiene medido a Uribe a tal punto que se da el lujo de mamarle gallo, como decimos en el caribe. Hace poco lo invitó al diálogo a sabiendas del portazo que recibiría, en realidad quería dejarlo en evidencia como lo que es:un enemigo acérrimo de la paz.
Hace unos años Antonio Caballero, escribió una columna llamada “Jinete de Tigre”, en la que unía la supervivencia política de Uribe al trono presidencial, dados los escandalosos y macabros entuertos de sus dos largos gobiernos.
Por eso su senatoria, la candidatura de Zuluaga, la creación de su secta política -que ya sufre resquebrajamientos- y su odio a Santos, la necesidad de mantenerse en el juego político para evitar que la justicia vaya por él, pues, no hay ámbito de su vida política, familiar y social que no esté coligado al delito.
Su negativa al acuerdo de Jurisdicción Especial para la Paz, que ha sido aplaudido a nivel mundial por su milimetría y equilibrio para todas las partes del conflicto, a fin de lograr mayor justicia, mayor reparación, mayor verdad, condiciones sine qua non para la no repetición, que es lo que reclaman las víctimas del conflicto, sólo se explica al hecho que se allane el camino a la verdad y se establezca su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad, excluidos del acuerdo de Jurisdicción Especial para la Paz, que lo enviaría directamente a la cárcel.
Cuando afirma que lo pactado en La Habana busca meterlo preso se refiere a eso, a más nada, he ahí su temor.
La única salida política que tiene Uribe a su encrucijada es hacerse al poder nuevamente y torcerle el pescuezo al precario estado de derecho, mientras tanto sabotear a como dé lugar los Diálogos de La Habana es el principal punto de su agenda política, por ahora.
Ya que se aproxima el fin del fin del conflicto, esta vez sí, el oxígeno se le agota y eso debajo del agua desespera bastante.
Su llamado a renegociar dos puntos dentro de la agenda de La Habana, son balas de oxígeno para dilatar el fin del conflicto y ver cómo lo destruye, porque de todo lo dicho hay una cosa que no admite discusión, el fin de la guerra es el fin de Uribe y su séquito.
El poder del estado se aprecia con claridad al ver a un Uribe arrinconado por una parte y a Santos sonriente por otra, seguramente el cierre de este capítulo doloroso y deshonroso de nuestra historia nacional le valdrá el Nobel.
A pesar del ambiguo manejo político y mediático de Santos con los Diálogos, la gente en el fondo sabe que la guerra no es buena y que es mejor la paz, así no la conozca. Ese vértigo hacia lo desconocido lo queremos transitar con alegría y entusiasmo, para sembrar en el camino las semillas de la reconciliación que nuestros hijos verán germinar.
Hay quienes por cálculo político no le apostaron a los Diálogos desde el margen de los llamados sectores de izquierda, bajo la especie de que lo concluido “solo será el fin de la guerra o una paz chiquita de élites armadas”, hoy, el tren de la paz los devela en su mezquindad y estrechez mental y apuran a ver cómo se montan en él para darle forma a sus aspiraciones presidencialistas.
Las FARC terminaron no siendo esa camarilla de cavernícolas traga gente y come raíces que nos han vendido, sino un proyecto político alterno al bipartidismo causante de la violencia, que hoy reconoce que la lucha armada no bastó para la consecución de sus propósitos y que es necesaria la participación en política desde la legalidad, de lo que se colige con nitidez que su contraparte así lo asume, y reconoce de plano que no pudo derrotarlas militarmente, que es necesario pactar el dejar de matarnos para trascender en la resolución de las contradicciones políticas y la lucha por el poder por la vía de las urnas, en esta guerra no hubo vencedores ni vencidos, sólo centenares de miles víctimas y mucho sufrimiento y dolor.
La Paz es una fiesta que enmudece los alaridos del guerrerismo y el tableteo de las ametralladoras, también un llamado a la grandeza y a la generosidad, cualidades muy esquivas dentro de amplios sectores de la izquierda, paradójicamente.
Gocémonos la Paz, seduzcamos al de al lado poniéndole el apellido de la Justicia Social.
Nota: «El fin del fin del conflicto» se refiere a la confrontación bélica entre las fuerzas del estado y las FARC-EP, que son motivo de este artículo y en particular a la cacareada expresión que algunos comandantes de las Fuerzas Militares acuñaron bajo la era Uribe anunciando la extinción de dicho grupo insurgente. Huelga destacar, que existen grupos insurgentes en contienda como el ELN, cuyos diálogos están estancados en la fase exploratoria y el EPL
Ay chico como se nota que conoces la historia solo a medias,mejor dicho lo que le conviene a tus ideas de izquierda, y estas un poquito equivocado, Uribe y Santos son o están tan salpicados por la corrupción y el crimen como cualquier familia de políticos colombiana, y si no, averigüe, estas pensando con el DESEO, y visto que la popularidad de Uribe supera con creces la de Santos esperamos y deseamos ese gran número de Colombianos que no queremos impunidad para los asesinos de las Farc. Deseamos Justicia y la buscaremos a costa del premio al farsante mayor
Colombia, único país del mundo donde un genocida, descendiente de familia mafiosa se le demomina ‘popular’…
Para los violadores, genocidas, narcotraficantes y terroristas de las farc todas las gsrantias impunidad y elegibilidad política y para nosotros las víctimas que?… Que ejemplo dejaremos a nuestros descendientes…