El acuerdo de paz pone fin al conflicto armado más antiguo del país y a uno de los grupos beligerantes más longevos del mundo; la ambiciosa propuesta de Santos -no por menos logró un premio Nobel- es un éxito, e independiente de quienes gusten o no del presidente, también es un logro y un reconocimiento merecido por su apuesta y constancia. “La paz de Santos”, nos ha ahorrado la bobadita de centenares de miles de asesinados, desaparecidos, secuestrados, heridos y desplazados, cuyo índice, en las estadísticas, se ve indiscutiblemente en descenso. Si esto no es un motivo de alegría y esperanza, ¿qué puede serlo?
Apoyar el acuerdo de paz no lo hace a uno santista; seamos serios: la demagogia como práctica de quienes gozan de poder, también debe ser erradicada en la izquierda. La paz o el fin de un conflicto se hace con los enemigos, y si en la lista hay narcotraficantes, corruptos y demás, ¡que se haga la paz! O ¿perpetuamos la guerra? Así que reducir el histórico proceso que resarcirá a millones de campesinos víctimas a un cálculo político es, por menos, maquiavélico.
A diferencia de Piedad y Cepeda, parte de la izquierda brilla por su ausencia e indecencia. Tímidamente se ha pronunciado; su sectarismo disfrazado de coherencia no permite estar a la altura de este momento histórico. Más de un líder de izquierda o derecha daría lo que fuera por pasar a la historia. Y no, no estoy “enmermelado”: es necesario que todas las ciudadanías dejen la lógica ilógica de ser oficialistas u opositoras. No más. Seamos objetivos, y busquemos ser parte de un proceso que demanda altura y sensatez. Busquemos ser parte de la solución.
Ese segmento de la izquierda a la que hago mención está representado por dos caudillos cuya danza política es antagónica pero, curiosamente, hoy sintonizada. Me refiero al exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y al actual senador Jorge Enrique Robledo. Ambos son como el agua y el aceite; no caben en un mismo espacio político, así ambos se llamen a sí mismos pluralistas y demócratas, no porque tengan una visión política muy diferente, sino porque sus personalismos no caben en ninguna colectividad, repito: ¡en ninguna colectividad!
Respecto a Robledo, su participación o apoyo al proceso de paz han sido mínimos, por no decir nulos. Desde el congreso actuó como dueño del Polo; desde su partido actúa como presidente de Colombia; si bien como congresista ha sido excelente, adelantando control político, su visión sectaria y calculadora frente al “proceso de paz” dejó ver que le importa más su imagen que el futuro del país.
Por otro lado, con Petro pasó un fenómeno más curioso; mientras fue alcalde respaldó a Santos en su reelección desde la primera vuelta, aludiendo su espaldarazo al “proceso de paz”; además, desde la “Bogotá Humana”, patrocinó de manera contundente el proceso que se adelantaba en Cuba. Incluso, miembros de su gabinete renunciaron e ingresaron a la campaña en favor “de la paz”. Pero, desde que terminó su administración, las cosas cambiaron. Ahora el exalcalde habla de una “paz chiquita”. ¿Será que al pasar de alcalde a candidato, el enfoque o la visión cambian? ¿Por qué antes la paz no era chiquita, cuando apoyó a Santos en su reelección?
Lo curioso es que criticar o cuestionar el proceso de paz, no solo es decisión de Petro y Robledo, sino también del uribismo, el cual sí resultó triunfalista, fuerte y favorito -nuevamente- para las presidenciales del 2018. Uno pensaría que esta coyuntura uniría al exalcalde y al senador del Polo, pero no. Como había dicho anteriormente, sus personalidades no caben en un mismo espacio, y esa izquierda sigue dividida, como de costumbre. Petro se fue del Polo no solo por la corrupción de Samuel, sino también por el sectarismo de Robledo. Curiosamente vemos cómo algunos “progresistas” también dejan las huestes del petrismo, no por corrupción, sino por el exceso de personalismo y ahora, sectarismo.
Nuevamente, en la izquierda impera el llamado a la unidad, pero con la lógica de “todos detrás de mí”. Robledo candidato ya dijo que no haría alianzas con Petro ni con las FARC, pero sí con el Centro Democrático. Petro, solo, como de costumbre, alude a la coherencia filosófica, dice que la paz es chiquita y que no se subordinará a la unidad nacional.
Tan «ambiciosa» es la propuesta del doctor santos que deja por fuera al ELN y la disidencia del EPL y ni hablar de su ofensiva nula contra las bandas criminales prácticamente se ha hecho el de la vista gorda, Córdoba está plagada de grupos ilegales nuevamente, yo vote si al plebiscito pero como ciudadana de padres campesinos cordobeses, no veo además de desarmar a las FARC y meterlos en política en que más ayuda el «ambicioso» proceso de paz, la «reforma» agraria no baja de ser una total burla al campesino, todo lo que está ahí plasmado ya se hizo durante el gobierno de Lleras Camargo con el INCODER y no dejo de ser más que un fracaso, muy acertado aquellos que no le siguen el juego a la unidad nacional y el centro democrático con el cuentico de la paz y la guerra que solo les beneficia en cuestión a aquellos, allá Iván Cepeda y piedad si quieren hacerle el montaje de unidad al santismo en las elecciones para que esté se haga con el poder y haga de las suyas en 2018 como pasó en 2014.
Uno de los principales problemas de el conflicto en Colombia es la acumulación de la tierra pero que causa la acumulación de la tierra? Una de las razones más grandes es la expeculacion inmobiliaria sobre esta y en más de 300 páginas del acuerdo solo en línea y media se habla de la expeculacion, y lo que habla es «el gobierno hará mecanismos para evitar la especulación» de que mecanismos habla, de la ley Zidres???? pasaron más de 50 años dando bala para eso? Es un Chiste y una burla al campesino, concuerdo con el comentario de arriba no le veo lo ambicioso al acuerdo
Qué pereza de artículo. Una visión corta del sentido común frente al tema de paz y una contradicción inmensa con el titulo.