Columnista:
César Augusto Guapacha Ospina
Hablar de sociedades en el siglo XXI es una inmersión hacia el universo de lo infinitamente posible, una amalgama de contextos superpuestos que evolucionan trepidantemente. De igual forma, hablar de sociedades significa comprender los sistemas a escalas en las cuales la definición de la palabra límite es cada vez más desafiada en el firmamento. No obstante, también significa coexistir con espirales interminables de problemáticas ambientales debido a la naturaleza sistémica de las ciencias complejas y su desarrollo contextual. Este escrito, pensado como una reflexión comprimida en un texto superficial, deja entrever que la omisión de las ciencias ambientales como eje estructural de una sociedad pensada para este siglo, puede significar la destrucción de la biósfera en su totalidad.
La omisión es la abstención de hacer algo, ya sea voluntaria o involuntariamente; una definición concreta como punto de partida para examinar sus dos aristas, así como su incidencia en la configuración de escenarios de problemáticas ambientales. La discusión sobre las ciencias ambientales es relativamente nueva en comparación con otras ciencias, pero suficientemente transcurrida en escala temporal para generar impactos sustanciales en la forma en la cual se organizan y desarrollan las sociedades, en este caso en particular, la sociedad colombiana. Infortunadamente, el país tiene una larga tradición de omisiones ligadas a diversos factores económicos, políticos, sociales y culturales que repercuten en la incidencia de las ciencias ambientales.
Al hablar de omisiones voluntarias, ineludiblemente salta a relucir la responsabilidad del Estado en materia de gestión ambiental pública. Esta gestión es muchas veces diezmada por la voluntad política, la cual permea las instituciones y ralentiza el proceso administrativo del Sistema Nacional Ambiental (SINA), así como por una indiferencia hacia el saber ambiental construido culturalmente mediante el diálogo social y que representa una identidad invisibilizada con un peso superlativo en la configuración del pensamiento ambiental. De igual forma, el desconocimiento de las ciencias ambientales y su importancia en los procesos de organización social demarcan el peligro de omitir con causa. Sin una gestión, un saber y un conocimiento ambiental unificados en la búsqueda de una sustentabilidad ambiental, el calificativo de país megadiverso y todo lo que ello significa no es más que una etiqueta de protocolo; de allí la importancia de entender que los procesos biofísicos y socioeconómicos son paralelos, complementarios, superpuestos y dinámicos.
Por su parte, la omisión involuntaria podría entenderse desde la relación educativa cultural. Los patrones educativos producen patrones culturales y viceversa. De esta manera, los hechos sociales, como los denominaba Durkheim, están estrechamente relacionados con la cosmovisión construida mediante procesos de formación individuales que se colectivizan. Para el caso de las ciencias ambientales, existen comportamientos propios de la sociedad colombiana que reflejan esos hechos culturalmente establecidos y aceptados. Un ejemplo muy claro se encuentra dentro del proceso de gestión de residuos sólidos, en el reciclaje específicamente. A pesar de percibirse como un proceso importante, ser tratado en instancias educativas, normativas, económicas y sociales e incluso obligarse a su práctica, seguimos con índices de reciclaje bajísimos en comparación con otros países. ¿La razón? Puede deberse a que las omisiones reflejan que las sociedades avanzan más rápido que sus instituciones.
En este punto, es indispensable aclarar que la convergencia de los tipos de omisiones, si bien constituyen un problema serio respecto al papel preponderante que deberían tener las ciencias ambientales en Colombia, tan solo reflejan parte de una realidad compleja en términos de desafíos para el pensamiento ambiental. Algunos consideran que el coronavirus es la antesala de futuras crisis ambientales, cuando el coronavirus per se, es una crisis ambiental, un producto de siglos de omisiones. Así las cosas, probablemente el horizonte de sucesos refleje que entramos en una espiral de crisis civilizatoria, la cual no permita ver más allá de una década esta vez.
Omitir para morir es egoísmo por incompetencia para decidir…