Columnista:
Julián Escobar
La masacre del pasado, 11 de agosto, en el oriente de Cali en la que murieron cinco menores de edad y la última registrada en el departamento de Nariño en el que fueron asesinados 8 jóvenes universitarios, son las terribles consecuencias del regreso del uribismo y su sacralización del miedo como política de la «seguridad democrática».
Y no es que se quiera politizar estos punibles y barbáricos actos cometidos en contra de la juventud colombiana, como señaló cínicamente el ministro de Defensa Holmes Trujillo en televisión nacional. Es que los datos hablan por sí solos.
Solo en este año, según datos oficiales de la ONU y Medicina legal, en Colombia se han registrado ¡42 masacres!; 37 asesinatos a líderes y lideresas sociales y más de 1 563 personas reportadas como desaparecidas. Paradójicamente, esta situación contrasta con uno de los frutos del acuerdo de paz en el que por fin se había conseguido disminuir la tasa de homicidios en Colombia después de medio siglo en conflicto con las FARC. Por eso, pareciera que el actual Gobierno pretendiera inflar las cifras conforme a las medidas correctoras del Gobierno pasado y la repetición de la seguridad a través del miedo.
Pero para rematar, lo obsceno de este contexto de muerte en Colombia se refleja cuando observamos a los cómplices medios de comunicación abordando estas masacres como si fuese una situación aislada al contexto de la pandemia. Hasta el reportero de Caracol, David Sánchez, comenzó la nota de la masacre de los ocho compañeros asesinados en el sur de Nariño señalando primero que estos estaban violando el toque de queda impuesto por los propios paramilitares en esta zona del país. Como si este aparente incumplimiento de la ley justificara ese macabro hecho.
Esto solo evidencia el oscuro método de dominación de masas en el que se inserta la muerte y la zozobra en la cotidianidad de los ciudadanos a partir del crimen—el castigo y la aniquilación del otro.
Y es que con Duque la muerte se puso de moda. No se puede olvidar por ejemplo, cuando se bombardeó en diciembre del año pasado a un campamento del ELN cuyo saldo fue el asesinato de ocho menores de edad ilegalmente retenidos por este grupo armado; y que decir de los ya olvidados campesinos asesinados al parecer por miembros del ejército en el Catatumbo, y así mismo, algunos militares asesinados por bandas criminales y guerrillas que se disputan el caos de los cultivos de coca en las periferias del territorio nacional. Aquí, nos estamos matando entre todos y los poderosos siguen armando su escabroso proyecto.
Si profundizamos el tratamiento que le está dando el gobierno de Duque frente a la muerte de sus ciudadanos, podemos llegar a la conclusión de que Colombia se ha convertido en un cementerio de proporciones colosales. Aquí, la muerte prima sobre la vida. Ni los páramos se salvan de ser aniquilados por la política del capital y el patético temor de convertirnos en una «segunda Venezuela». Por lo menos, allá la cifra de homicidio es muchísimo más baja que en nuestro país, esto según datos un informe de la BBC titulado ¿A qué se debe la disminución de homicidios en el país sudamericano?
Si a esto le sumamos el tratamiento que le ha hecho a la amenaza del COVID-19 podemos concluir que para Duque y su partido de Gobierno, la muerte es lo que permite orientar la política desde la institucionalidad. Por ejemplo, los nefastos días sin IVA solo expusieron masivamente a gran parte de la población colombiana, pues la economía naranja tenía que seguir a toda marcha. Y qué decir de los colombianos que han muerto por negligencia estatal y el abarrotamiento de las UCI en el país y el infierno del desempleo.
Para este año, Colombia rompió record llegando al 20 % de su población inactiva laboralmente, lo cual acarrea otro problema ya que el desempleo está fuertemente ligado al factor de la violencia y de la muerte.
Qué nos espera como colombianos si seguimos por las sendas de la política de la muerte y el miedo desenfrenado y aplicado en la sociedad colombiana. Este oscuro pasaje nos debería recordar que la ficcionalización del enemigo por vías del asesinato y el terror es cerrar la puerta de ipso facto a una alternativa democrática que destruyó Uribe, por allá a comienzos de este siglo.
La muerte en Colombia es tan naturalizada desde su estamento político, que ahora ni el coronavirus es un tema secundario de tantos problemas que aquejan a la ciudadanía.
Ahora no nos dejan de doblegar con violencia y masacres de nosotros los ciudadanos, para después salir a vender la solución que se traduce a seguridad, muchas veces administrada por los propios grupos ilegales que alimentan subterráneamente al gobierno presente. O ¿qué es la ñeñepolitica?
Parece desempolvarse nuevamente la lucha de la democracia ante la muerte en un país que de manera paradójica salió de las fosas del infierno de la guerra para absurdamente caer nuevamente por las vías políticas.
Duque, ya no puede hacer nada con esto. Es una bestia de 7 cabezas que empezará de manera totalitaria, violenta y sangrienta a imponer la seguridad democrática que ahora podemos llamar, la violencia y la muerte democrática.
¡NO MAS POLÍTICA DE LA MUERTE EN COLOMBIA!
Teniendo presente que no se respeta la vida de los niños, el gobierno de Duque los bombardea y no pasa nada.
total, nefasta nuestra situación actualmente