En Colombia existe un movimiento social diverso, multicultural y pluriétnico, pero débil, desarticulado y coyuntural. Ha soportado la estigmatización, la persecución, la cárcel y el asesinato de muchos de sus líderes y sus bases, y debido a ello es que su impacto e influencia en el conjunto de la sociedad es limitado. Con mayor presencia y capacidad organizativa y de movilización en el campo, que en las grandes ciudades, y ese sería uno de sus principales problemas a resolver.
De hecho, la carencia de un movimiento nacional en favor de la paz y que se apropiara de los acuerdos como un objetivo supremo de la sociedad, que aglutinara las mayorías, permitió a la derecha ganar el plebiscito de refrendación de los acordado en La Habana y mantener por todos los medios (la mentira, el miedo, la represión, el asesinato de líderes sociales, el incumplimiento del acuerdo) el consenso mayoritario en contra del acuerdo de paz.
La tesis que aquí se arriesga, es que no hay claridad en cuanto a la definición del nuevo sujeto histórico del cambio y que los movimientos sociales que, hasta ahora han incursionado en la vida política del país, no han sido capaces de trascender su propia particularidad y circunstancia ideológica.
Salvo una visión dogmática de la lucha de clases, el sujeto histórico del cambio dejó de ser exclusivamente el proletariado industrial organizado y dirigido por el partido comunista y cuyo papel central fue la de ser el brazo político y la vanguardia de la lucha de clases y la transformación revolucionaria de la sociedad hasta entrados los años 80’s o época dorada del fordismo, cuando producto de la ofensiva del capital, el impacto del neoliberalismo, la tercerización laboral, la represión y dominio ideológico y cultural de la clase capitalista trasnacional, se transformó y debilitó tanto que tuvo que replegarse hacia una posición de derrota que no ha sido superada, particularmente en este país.
El debate sobre quién o quiénes encarnan el sujeto de cambio sigue aplazado en Colombia, por múltiples razones que no son objeto de este artículo. No obstante, el nuevo sujeto que se constituya no podrá simplemente repetir la consigna de que el proletariado industrial organizado en el partido será el principal o único sector social que lo encabece o jalone, porque restaría el carácter diverso, pluriétnico y multicultural que caracterizan a la sociedad actual, excluyendo sectores sociales y grupos de interés que también hacen parte de la lucha de clases que se está librando intensamente en todas partes.
El reconocimiento de este hecho lleva necesariamente a la conclusión de que uno de los principales objetivos que tendría que trazarse el movimiento social, es la articulación del nuevo sujeto político del cambio que, como se ha argumentado aquí, debe incluir, convocar y llamar a los nuevos grupos, ciudadanías y subjetividades que hayan surgido a partir de la dinámica de cambio que arrastra toda sociedad.
Así, los sectores obreros, campesinos, pueblos originarios y afros que históricamente han asumido este papel particularmente en Colombia por la realidad social, histórica y cultural que los determina, podrán proyectarse estratégica y políticamente a convocar y desatar el movimiento social urbano.
Tal vez, lo más fundamental en esta etapa de transición, la consolidación de un movimiento social de nivel nacional y base local-regional, hacia la consolidación de un proyecto político para el cambio democrático, y el tránsito de la guerra hacia un acuerdo o pacto nacional por el fin del conflicto armado, que tenga la legitimidad y el respaldo mayoritario que no tuvo el actual Acuerdo ni los anteriores cuatro intentos fallidos de paz desde la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en 1953, que desmovilizó treinta mil guerrilleros liberales, pasando por los acuerdos de Belisario Betancur (1982-1986), César Gaviria (1990-1994), Andrés Pastrana (1998-2002) hasta el actual acuerdo de Juan Manuel Santos que desmovilizó y desarmó a más de siete mil guerrilleros y guerrilleras de las FARC.
Por supuesto, la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos, la Minga Indígena, el movimiento de miles de familias campesinas que dependen del cultivo de la planta de coca y otras expresiones sociales, políticas y culturales que reúnen a amplios sectores alrededor del tema del género, los derechos humanos, de grupos humanos discriminados como el arcoíris LGBTI, el movimiento cannábico, grupos ambientalistas y defensores de los derechos de los animales y una inmensa pléyade de grupos de interés, han llegado a concurrir en escenarios de movilización, lucha y reivindicaciones, generando coyunturas únicas e importantes, pero que no trascienden lo del momento, lo coyuntural.
Una de estas grandes manifestaciones fue la que convocó y realizó el paro nacional agrario del 2013, desde una plataforma como la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, paro que fue respondido por el Estado de la forma que ya se sabe, con represión y asesinatos de campesinos, indígenas y afros, y que pese a ello se hizo fuerte en el sur del país, en el Catatumbo, Cauca, Valle, Antioquia, Chocó, Arauca, Eje cafetero, logrando paralizar por varios días el país y presentar un pliego de peticiones unificado que fue prácticamente incumplido por el Estado.
De tal manera que, la propuesta con la cual surgió Marcha Patriótica fue principal, pero no únicamente, levantar con fuerza la bandera de los diálogos de paz desde el 2010 coincidiendo con el bicentenario de la Revolución de Independencia, objetivo a mediano plazo que podría decirse logró en tanto ayudó a ambientar y movilizar la opinión a favor del diálogo y el acuerdo de paz que se firmó entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, bandera de lucha que sigue vigente, más ahora que se evidencia el fracaso del Acuerdo Final.
Ahora bien, el objetivo de proyectarse hacia un movimiento social de carácter nacional, amplio, pluriétnico y diverso, más horizontal que vertical, que aglutine y articule las históricas reivindicaciones del campo con las de las ciudades donde el movimiento urbano juvenil, caracterizado por su rica iniciativa, diversidad y pluralidad, pueda jugar un papel más decisivo, le implica a un nuevo movimiento social asumir las reivindicaciones y luchas de la población urbana que ha sufrido la exclusión y negación como sujeto de cambio, objetivo político que no lo logró la Marcha Patriótica debido a la complejidad del contexto y la coyuntura en que surgieron, pero también debido a la falta de claridad en su proyección estratégica y estructuración como movimiento social y político.
Tal vez, uno de los problemas que no fue capaz de superar fue la falta de claridad para diferenciar entre lo que es un movimiento social incluyente caracterizado por la diversidad, flexibilidad, amplitud y plasticidad de los sectores sociales en tanto sujetos partícipes directos del cambio; de lo que es un partido político de militantes disciplinados y formados ideológicamente en el comunismo, que la llevó a perder el norte y la capacidad de convocatoria, influencia y perspectiva.
No se sabe, aunque es probable, si este tipo de problema aplica para otros movimientos sociales diferentes a Marcha Patriótica, que centró su esfuerzo y direccionamiento en articular un amplio número de organizaciones y colectivos de diferente composición y carácter, pero que erró en ello, en parte, porque así su dirección tuviera en la cabeza la idea de un movimiento social, en la praxis se comportó, más hacia adentro que hacia afuera, como un partido.
Y es bien sabido que un partido comunista marxista-leninista no está constituido por sujetos plurales y diversos, pluriétnicos y multiculturales, sino por un proletariado con una consecuente consciencia de clase, disciplinado, si es que ese carácter es defendido por algún partido comunista hoy.
El modelo clásico y ortodoxo de partido, no ha servido de instrumento organizativo determinante y aglutinador en las recientes experiencias históricas de movimientos alternativos al capitalismo, como ha sucedido en el caso de Venezuela, Bolivia y Ecuador, por ejemplo, con la excepción de Cuba, quienes precisamente han sido sabios consejeros y llamado a no copiar modelos ni a repetir errores, sino a inventar para no fracasar.[1]
Si el reto es la conquista del poder presidencial para producir un viraje y cambio, se tendrán que tejer finamente los asuntos concernientes al carácter, naturaleza, composición y proyecto (programa-objetivos) del movimiento social de base local-regional y de nivel nacional.
Donde su tarea principal sería abanderarse de la plataforma de lucha por el cambio a partir de un pacto nacional por la paz y el fin del conflicto armado con garantías reales, que comprometan al Estado, no a la delegación de un gobierno y de una guerrilla, que trascienda la esfera gubernativa misma y se movilice a nivel nacional por dicha agenda más allá de un programa en particular aunque coyunturalmente esa sea su bandera de lucha, partiendo de la realidad concreta, de sus límites, capacidad de expansión y alcance, en el mediano y largo plazo.
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[1] Ver Isabel Rauber, América Latina. Movimientos sociales y representación política: http://www.rebelion.org/docs/4518.pdf