La nariz del diablo

La eliminación del otro, hace parte de la lógica de este gobierno y es reproducida por quienes la comparten, lo vemos en Lafaurie.

Opina - Política

2020-10-28

La nariz del diablo

Columnista:

Daniel Avendaño

Estoy de vuelta, y esta vez, para hablar sobre lo peligrosa que ha de ser una nariz y una lengua tan larga como la del diablo, digo, como la de José Félix Lafaurie, presidente de FEDEGAN y esposo de la ‘ilustre’ senadora y politóloga uribista María Fernanda Cabal.

Este ‘pobre’ diablo y autor del diccionario de las mentiras, es un obsesionado y promotor de la política de seguridad democrática de Uribe; una obsesión que nos ha demostrado el peligro que representa la manipulación del lenguaje en la política para ofuscar, en un país donde ser crítico es un delito.

Su nariz, estampada con el eslogan: ‘mano firme, corazón grande’, es tan enorme, como sus mentiras. Su cabeza es todo un libro de fábulas, en ella, transitan los personajes más cómicos de la política colombiana, desde marionetas hasta cerditos. En su invento de país, hay dragones feroces que encarnan el socialismo y comunistas que, amenazan con tumbar el mandato de Reyes, Duques, y Marqueses. 

Es el cuentero perfecto o, cómo olvidar, cuando a finales del 2019, en plena víspera del paro nacional, salió alarmadísimo a trinar que, unos encapuchados estaban haciendo rituales satánicos frente a la iglesia de El Poblado en Medellín, 13 días antes del paro; que el número significaba rebelión y por eso, tocaba rezar por Colombia para que no la destruyeran.

Al final, terminó siendo otra estrategia más para estigmatizar las luchas sociales, pues, el supuesto ‘ritual’ era un performance artístico que tenía el respaldo de la Alcaldía de Medellín, de la Secretaría de Cultura y del Museo de Antioquia. Por esos días, fue la burla en redes sociales.

Sin embargo, por muy tontas que parezcan sus ‘confusiones’, también ha hecho señalamientos muy graves. Por ejemplo, cuando compartió una foto recortada de jóvenes sosteniendo una pancarta durante una manifestación en Samaniego con motivo de la masacre, que decía: ‘Somos juventud Farc’ y abajo, ‘Nuevo Ejército del Pueblo’; no midió el daño y por el contrario, le puso una lápida a la juventud colombiana. A pesar de borrar el trino y especificar que fue un error, siguió culpando a ‘FarcSantos’ y al narcoterrorismo de tener al país en crisis.

También, lo hizo con los indígenas en la minga, al compartir una foto de ellos, montados en una chiva; en esta, invitaba a observar sus ‘uniformes’ y botas, insinuando las supuestas infiltraciones —que no existieron— de grupos al margen de la ley. Para él, la minga no tenía sentido, pues, considera a los indígenas como los terratenientes más fuertes del país.

Y, su comentario más reciente, donde compara al periodista y politólogo Ariel Ávila con alias Uriel, un excomandante del ELN, dado de baja en los últimos días; ha desatado el rechazo de muchos sectores y pone en tela de juicio su estabilidad mental.

No es primera vez que lo hace, de eso ya nos dimos cuenta, de hecho, faltan muchas cosas por mencionar. Parece no importarle o caer en cuenta que, en un país donde se criminaliza la otredad, se castiga el disenso y se mata por encargo o intolerancia; cualquier acusación irresponsable, es peligrosa.  Y más, si viene de parte de quienes dicen ser ‘líderes de opinión.’

La eliminación del otro, hace parte de la lógica de este gobierno y es reproducida por quienes la comparten, lo vemos en Lafaurie. Muchos caen en el anacronismo e incluso, en el fascismo, sin saber que lo están haciendo y diciendo. El desespero por mantener el ‘orden’, los lleva a crear enemigos en cualquier lado.

Acciones contradictorias de un personaje que se ufana de ser partidario de la paz, de la ‘democracia’, de los principios y valores. Pero al mismo tiempo, propias de un clasista, racista y fiel defensor de la ultraderecha que va diciendo lo primero que se le atraviesa por la cabeza; tanto él, como su esposa, ocupan paulatinamente las páginas de los periódicos y no por el nivel de intelecto o el desempeño de cada uno, sino, por los escándalos que provocan sus discursos, cargados de odio y mentiras.

Sentimientos y falsas afirmaciones que hacen de la mentira, el arma de la guerra. Sin ella, individuos como Lafaurie, Cabal y a quienes representan, no estarían en la posición que ocupan, porque, para los que hacen de la guerra, su negocio, no les interesa una ciudadanía crítica, que defienda la construcción de Nación o permita una verdadera inclusión política. Por el contrario, la alineación ciudadana es su objetivo, una vez controlados, manipulan a las masas y las atemorizan con mentiras, porque carecen de ideas y de líderes que puedan materializar sus proyectos políticos sin necesidad de usar un cuerpo ajeno.

A esto debemos renunciar. La política de muerte no puede seguir señalándonos el camino, es necesario oxigenarnos con nuevos liderazgos, capaces de interpretar las necesidades de los ciudadanos y dispuestos a dejar sus egos atrás. Y, para eso, es necesario entender que nuestro rol como sujetos políticos va más allá de asumirlo en épocas electorales; hace parte del terreno personal, de cómo interpretamos nuestra realidad y qué importancia le damos a ella, a través de nuestras acciones, es luchar por lo mío y por lo del otro; es luchar por un buen vivir.

De lo contrario, nunca dejaremos de ver a dementes en el poder; necesitamos una ciudadanía bien informada, crítica y lista a enfrentar cualquier cantidad de sandeces que busquen eliminar la capacidad de pensamiento y criterio propio. La opinión pública no puede seguir siendo una trinchera de guerra, donde los ‘debates’ sustentados a partir del odio y sin intelecto, dan por vencedor al que más grite, o destruya a su contraparte con falacias y calumnias.

Dicho esto, la pregunta final es: ¿Será posible seguir conviviendo en democracia al lado de quienes dicen defenderla pero en la práctica, atentan contra ella?

Puede ser. Para el caso del uribismo que es la bandera agitada por Lafaurie, el año 22 les interesa tanto como a nosotros; a ellos, por mantener su débil poder y a nosotros, los verdaderos demócratas, por reconstruir el país. Porque, con o sin poder, nos tocará vivir con el uribismo y sus personajes, por un buen tiempo. Pero sí de algo hay claridad es que, hoy, los miembros y simpatizantes del partido de gobierno, no son ni de centro ni democráticos.

 

Adenda: Me ausenté casi un mes, 27 días sin escribir. Agobiado en exceso. El Covid-19 tocó mi entorno y en él, a quienes quería. Pensé, a modo de consuelo que, tal sensación era exclusiva de un mal momento pero, me equivoqué. Quizás, hace parte de nuestra identidad nacional; un agobio que puede variar, dependiendo la condición social, cultural y territorial. Finalmente, con respecto a Lafaurie y a todos los mentirosos, decirles: ¡Seguimos adelante, no comemos cuentos!

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Luciana Avendaño
Comunicadora Social y Periodista con enfoque en asuntos políticos y parlamentarios. Apasionada por la Historia.