La nación del himno

Hoy los cánticos que se escuchan no son lo del himno, son arengas, saxofones, tambores que denuncian la historia. Pero de repente, tras la orden, se transforman en estallidos y gritos. Son disparos, alaridos, y son muertos.

Narra - Seguridad

2021-07-16

La nación del himno

Columnista:

Lucía Collazos

 

Arrancó el partido con las graderías vacías, sin público, en silencio. Sin quienes coreaban los himnos, por el riesgo de contagio no podía ingresar nadie como público. Sin embargo, afuera había una banda sonora que ya parecía haberse instaurado en las calles, que las había hecho propias. Pero está también contrastado con el ímpetu del estado, que sin música suena.  Los estallidos retumbaban en el cielo, y se colaban en las transmisiones, el sonido fatal de aquella banda, y olor que inunda el cuerpo, esos gases que la leche calma. La nación del himno rodeaba el estadio, se colaba por el aire. La nación del himno se desbordaba en las ciudades y se coló por sorpresa en la televisión.  

Hoy los cánticos que se escuchan no son lo del himno, son arengas, saxofones, tambores que denuncian la historia. Pero de repente, tras la orden, se transforman en estallidos y gritos. Son disparos, alaridos, y son muertos. El himno son los cuerpos que ya no se llevan la mano al pecho, ni a la espalda, no se mueven, no acomodan su postura. El himno es de la muerte, miente, la horrible noche nunca ha cesado.

Mientras la pelota rueda, hay quienes se quedan sin ojos, sin vida. Hay quienes son arrastradas, despojadas de su cuerpo, violadas. La pelota rueda, y fuera las aturdidoras ruedan, y los gases. Corren unos tras la pelota, otros tras la vida, que se la quieren robar, no con una barredora, no, de un tiro, a quema ropa. Corren hacia el frente, con dignidad, que es lo único que les dejaron. Corren, y los enfrentan, con un escudo artesanal entre las manos se defienden de una las tanquetas. El coro que los observa desde la tarima trasera quiere decirles que resistan, que no los maten, que, por favor, se detengan. A veces como aullido de rabia, otras como una súplica.

Entonces gritan gol, y hay quienes lo celebran, el júbilo. En las calles se desdibuja el júbilo inmortal de quienes van hacia al frente sabiendo que son mortales. Los llaman héroes, los de primera línea, son jóvenes con sueños, fracasos, emociones, familia. Los héroes dejan la vida en la calle, y no, no como el jugador que dice que deja la vida en la cancha. Ese héroe que hemos impostado cae tendido, sin justicia. Adentro gritan gol, y afuera gritan por el muchacho que cayó y quedó inmóvil en la calle, por la muchacha de ayer que se suicidó tras ser violada. Gritan y rompen, porque les rompieron el alma.

Se saltaron la primera estrofa, no se les olvidó que ya no creen mentiras, y no lo cantan. Todos hemos cometido la desfachatez de cantarla y de proclamar una gloria inmarcesible. Nadie la ha visto. Nadie sabe si fue que marchitó, o si es que aún no florece. Nadie ha visto la gloria pasar, no hay quién se proclame testigo. Tal vez un día sean ellos quienes se aclamen victoriosos, cuando la tierra no tenga más dueños que nuestras manos, y los campos solo sean regados con la lluvia que desborda el cielo. Será la victoria de las gentes, o no será, no habrá gloria inmarcesible, ni ningún matiz de triunfo.

No se levantará ninguna copa. Quizá, se levantarán las manos y no habrá armas. Correrán tras alguna pelota, y nadie nunca los perseguirá. No tendrán miedo de desaparecer. Ni de noche ni de día. Correrán jugando a la lleva, para darse un beso, para bailar con la lluvia. Correrán tras la pelota sin que el mundo explote tras cada pase. Correrán sin nadie tras ellos que les pise los talones, que los lance a un río, que los divida en partes. Correrán solo porque serán libres. Jugarán fútbol o lo que les plazca.

La humanidad entera no ha podido entender cómo fue que eligieron el no. Hay quienes gimen entre cadenas, vestidos de blanco disparan en nombre de su libertad sublime. Mientras que otros las desatan, las escuchan, y con ellas luchan. Son sus cadenas las que impiden el camino, es su hambre, su dolor, su tristeza, es la carencia lo que bloquea la vía.

Tampoco se han comprendido aún las palabras de tantos a quienes han sentenciado con una cruz en la frente. Ya no lo había traducido Jaime Garzón, «nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, aunque piense o diga diferente». Pero no comprenden y se los llevan por delante pisando un acelerador, con chorros de agua, con aturdidoras, con balas de goma y reales. Tampoco a Gonzalo Arango quien profesó el curso de la nación cuando nos habló de Desquite, nos dijo que el cielo de otra patria le hubiera dado un lugar en la historia, que le regalará otro destino que la sevicia.

La pelota rueda. ¿Serán estos los surcos de dolores? ¿Cuánto dolor más necesitan para construirlos? ¿Será aquí donde germinará el bien?, Porque nace en las miradas, pero ellos siguen buscando que florezca. Buscan, hasta con desesperanza, ese júbilo inmortal del que todos cantan. Parece no haber nacido aún, la historia todavía no lo ha parido. Es el no nacido de la patria.

¿Dónde germinará? No ha sido en los campos ni en los cultivos de los campesinos sobre los que se ha vertido sangre. No ha sido allá. Tampoco en las iglesias, parques o escuelas de los pueblos donde se ha masacrado a su gente. No está ahí. Ni en las ciudades donde la miseria ahoga a la población. No ha sido allá. No ha sido en este croquis llamado Colombia, donde la vida no vale nada. No ha sido acá. ¿Dónde germinará? 

La nación del himno no canta jamás las verdades que ahí proclaman, no se canta sobre como el Orinoco se colma de despojo, de sangre, ni del llanto del río. No. Tampoco del hambre a la orilla del Caribe. La nación del himno se cree que un héroe coronó invicto, pero aquí se sabe que no, que cada héroe ha sido una víctima impune. Porque en otra cosa tenía razón, el gran clamor no acalla, y si la justicia es libertad, nadie se callará nunca ninguna impunidad.

Aquí no hay inmortales en ningunos surcos. Hay muertos de todos los lados y colores. Hay muertos con o sin nombre. Hay muertos completos e incompletos. Hay muertos vivos. Hay vivos muertos, que andan con la sentencia en la frente. No hay gloria ni nada inmarcesible. No hay surcos que no hayan sido de dolor. Esta es la nación del himno. Y toca desbaratarlo y volverlo a escribir.

Dirá que de cada persona serán los derechos, que Cali ha predicado con su ejemplo la lucha, serán las gentes las que prediquen el futuro. Con colores pintarán todas las paredes, no habrá espacios en blanco. No habrá ningún deber antes que la vida, habrá amor por la vida para comenzar.

 

 

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Lucía Collazos
Soy estudiante de Antropología y Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana. Escribo sobre las situaciones que puedo observar, escuchar, e incluso oler o saborear en mi entorno, y a partir de ellos creo historias cargadas de opiniones o denuncias. Son también una compilación de hechos que le dan cierto carácter de ficción pero que aluden a aquello que tienen lugar en el día a día de un país como Colombia.