Columnista:
Daniel Fernando Rincón
En los calendarios litúrgicos cristianos se celebra, el séptimo domingo después del domingo de Pascua, la Fiesta de Pentecostés; fecha en que se conmemora la venida del Espíritu Santo, en cumplimiento de la promesa que Jesús de Nazaret hizo a sus discípulos antes de su crucifixión.
En los últimos tiempos, además de la interpretación interna que se le puede dar a esta fiesta, de manera externa se toma como excusa para fomentar el ecumenismo y el diálogo interreligioso entre las tradiciones cristianas protestantes, las tradiciones posprotestantes, el catolicismo romano y los cristianismos orientales.
Considerando que según el relato bíblico, el Espíritu Santo se manifestó con una oración políglota pronunciada en todos los idiomas conocidos por el autor del mismo y, asumiendo que todos los cristianos a pesar de pequeñas o profundas diferencias, le rezamos al mismo Dios, se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que en el país es convocada por el Departamento para la Promoción de la Unidad y el Diálogo de la Conferencia Episcopal de Colombia, quien también convoca al llamado Comité Ecuménico conformado, además de la Iglesia Católica, por la Iglesia Episcopal de Comunión Anglicana, la Iglesia Ortodoxa Griega, la Iglesia Colombiana Metodista, la Iglesia Evangélica Luterana de Colombia, la Iglesia Luterana de habla Alemana, la Iglesia Menonita y la Iglesia Presbiteriana de Colombia.
Ahora bien, a pesar de lo atractivo que puedan llegar a ser los diálogos ecuménicos entre las llamadas iglesias históricas, algunos de estos son tan formales, tan poco profundos, tan débiles, que se tambalean por cosas tan simples como el traslado de membresía de fieles, sobre todo de pastores o pastoras con determinados carismas o ministerios innovadores o provocadores.
Y es que para algunos dirigentes de dichas iglesias, pareciera que estos diálogos en lugar de entenderse como escenarios para fortalecer la fraternidad, la solidaridad, se entienden en términos políticos de apoyo a posiciones específicas que quieren validar ante otros, hasta incluso en términos politiqueros de intercambio de favores, llegando al punto de presiones indebidas para lograr su cometido.
Ese es el caso de Emma*, quien en los últimos meses se ha constituido en el florero de Llorente entre dos de las iglesias que hacen parte del Comité Ecuménico colombiano.
Todo empezó cuando esta pastora, quien entre su prole tiene un descendiente con orientación sexual diversa, luego de separarse de su esposo, también pastor, empezó a vivir su llamado pastoral con los excluidos de la sociedad moderna: los gais, los y las trans, las lesbianas, las personas que viven y conviven con VIH, algo que en su congregación no fue tan bien recibido, llegando al punto que el pastor de la comunidad, donde se congregaba ella, el reverendo Santiago*, expulsó, eso sí, de sutil manera, al retoño diverso de esta pastora y, la hostigó de tal forma, hasta lograr la autoexcomunión de ella, no solo de la congregación donde asistía, sino de la denominación, ya que ningún otro pastor en Bogotá quería tener a esa oveja rebelde y díscola entre sus feligreses, con sus ideas locas del amor cristiano al gay y del acompañamiento al portador del VIH.
Sin embargo, como si se tratase de una jerarquía vertical, a pesar de que la estructura de dicha iglesia obedece más a una democracia representativa con elección de juntas directivas en cada congregación, que al interior de la misma llaman honoríficamente “ancianos”, este pastor, decididamente machista, discriminador, misógino, creyéndose poseedor sempiterno de la fe de esta pastora, empezó una campaña de persecución en todos los lugares donde conocen a Emma.
A punta de mentiras y verdades a medias, delante de líderes y obispos de otras iglesias, delante de funcionarios del Ministerio del Interior y delante de cualquier persona cercana, cuestionaba el carácter psicológico de la pastora Emma y el ministerio que ella ejerce.
Emma, quien en la nueva denominación estaba en proceso de ser aceptada como pastora de manera formal, curiosamente, luego de todas estas intrigas, vio de un momento a otro truncado su objetivo.
¿Es posible que gracias a la misoginia del reverendo Santiago, a la pastora Emma le haya sido negado el acceso al pastorado en la iglesia donde se congregaba?
¿A tal punto llega el desprecio y el odio por la diversidad sexual que siente el reverendo Santiago, que es capaz de perseguir a los pastores, especialmente mujeres que se dedican a esos temas?
¿A qué Dios le reza el reverendo Santiago?
Porque definitivamente no es el Dios que en las Escrituras afirma que hombres y mujeres son iguales, no es el Dios que en el texto sagrado dice que hay que amar a quienes nos odian, no es el Dios que dice que hay que perdonar.
Es una lástima que la cultura machista, la misoginia y la violencia de género al interior de las iglesias cristianas y, especialmente entre las protestantes, aquellas que se supone son distintas al catolicismo por sus doctrinas sociales, lleguen al punto de normalizarse y de trascender a relaciones interinstitucionales.
Por ello, y coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret de estar del lado del indefenso, es menester escribir este tipo de líneas y desnudar la vileza del machismo misógino que todavía domina en el protestantismo.
Ante tal situación, Emma tuvo que autoexcomulgarse por segunda vez.
A ese nivel llega el amor de los pastores machos, varones, masculinos, que se piensan dueños de todo y de todos en el país del Sagrado Corazón de Jesús.
Posdata: Feliz Pentecostés.
*Los nombres fueron cambiados por petición expresa de la denunciante.