Columnista:
Alejandro Villanueva
Como joven colombiano tengo la obligación de ser optimista. Tener fe en que este virus nos hará cambiar esa mentalidad envidiosa, arribista, clientelista y corrupta; o aún más importante cambiar el paradigma que tenemos sobre ¿qué es ser colombiano? Dejar a un lado esa manera en la cual muchos deshumanizan al otro. Como lo hace Juan José Lafaurie (hijo de ‘Mafe’ Cabal) en sus peleas de prom o en sus comentarios machistas contra la modelo Ashley Graham. Llevarnos a que la sociedad colombiana se replantee sus límites.
Pero una parte de mí, se repite constantemente que eso no será así. Que una vez encontremos la milagrosa vacuna se nos olvidará nuestro “viacrucis de progreso” durante el encierro. Y sí, todos esos “influencers” que motivaron el cambio personal con frases sacadas de los libretos de Dago García como “Ponerle una buena actitud a estos días lo cambia todo” – (Luisa Fernanda W), habrán perdido el tiempo.
Ya que durante un supuesto fin del mundo seguimos sin poder creerle a nadie. Luis Carlos Sarmiento Angulo y su parche manejan los medios de comunicación como exnovio tóxico. Maquillando como le convenga a través de Semana o RCN, (por eso apostémosle a los medios alternativos) cada situación donde el Gobierno colombiano se vea inepto a la hora de repartir justicia, equidad e igualdad. Entonces no me quiero imaginar qué va a pasar después.
Por ahora la Policía está siendo recordada por hechos detestables, como la violación en Bucaramanga a una niña de trece años, y gloriosas frases literarias como “haz la prueba que te pego tu tiro”, copla dicha por el ilustre oficial ante una ciudadana en Cali, así lo expresa el video compartido por Caracol Radio.
También recordaremos la manera confidencial de los entes de control a la hora de saber ¿qué pasó con el manejo de 80 000 millones de pesos en temas de contratación pública, que gracias al Decreto Legislativo 440 del 2020 permite que esta sea a dedo?, que según 60 evidencias recopiladas por la Contraloría, están como raros. Tan efectivos son que ni ellos mismos saben que está pasando.
Estas situaciones me hacen recordar la primera clase que tuve en la Facultad de Derecho. El profesor nos miró fijamente y nos comentó “Si están en esto para ayudar a la gente vayan pa’ otro lado, porque acá la justicia no existe”. Yo creo que sí existe, pero luego del indulto mundial que dio el papa Francisco, los entes de control tuvieron que ejecutarle a los funcionarios y contratistas; eso sí, siempre y cuando sean de las afinidades del presidente, el famoso “borrón y cuenta nueva”. Ese que le da a su pareja por salir de rumba con su ex después de severa rogadera y mil promesas falsas, comos las que el alcalde de Bucaramanga, Juan Carlos Cárdenas, realizó en campaña sobre la socialización del Plan de Desarrollo.
Por este tipo de situaciones mis pensamientos hacia el futuro están en un panorama no muy diferente al que ya teníamos antes. Lo único diferente será el nuevo tipo de objeto de contratos estatales. Contratos como los que el alcalde y líder innato del municipio de San Gil, Hermes Ortiz, se encuentra realizando para manejar la crisis de manera innovadora; convenios con funerarias y cementerios. Todo mi análisis de un futuro en Colombia seguirá basándose en lo que ya sufrimos antes como país.
Por eso en mi hipótesis (ojalá esté equivocado) Colombia seguirá exportando eso que los extranjeros adoran con cierto gusto culposo, y muchas veces sale del país de manera ilegal. Sí, los jóvenes con sueños.
En el año 2019, según el informe de flujos migratorios presentado por Migración Colombia, 416 308 jóvenes migraron, de los cuales 20 471 lo hicieron por motivos laborales, y otros 22 616 por motivos académicos, con ilusiones más destrozadas que el valor del peso colombiano, salieron en búsqueda de nuevas oportunidades, ya que en Colombia no es buena idea, para los jóvenes entre los 18 y 29 años, realizar proyectos artísticos, montar un empresa desde cero, buscar trabajo siendo recién egresado, ser periodista, profesor (peor si es de cátedra), político alternativo, escritor, abogado honrado, dedicarse a la ciencia o practicar un deporte que no sea el fútbol.
Como el caso de Simón Gómez, deportista olímpico, quien ha tenido que considerar varias veces la posibilidad de abandonar su nacionalidad colombiana por una chilena para competir en vela. En conclusión, ser joven en Colombia y desempeñarse en alguna de las profesiones que ha realizado la muñeca Barbie, es muy jodido.
Si Arthur Miller en su libro Muerte de un viajante, plantea que el sueño americano no existe, Iván Duque con su Economía Naranja deja al descubierto que tiene más valor un “te amo de un borracho”, que la realidad de esta misma. Ya que en abril del 2019 Duque afirmaba que 45 000 empresas “naranjas” fueron creadas, cuando contradictoriamente su viceministro Buitrago afirma que solo 80 empresas realmente aceptaron. Y el cumplimiento de los TLC, los cuales después de varios años siguen dejando a Colombia en desventaja ante el comercio internacional. Como lo expone el doctor en Economía Germán Nova, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, Colombia ha reducido en un 51,7 % su número de exportaciones hacia Estados Unidos. Estas dos cuestiones dejan claro que lo que tenemos es una pesadilla colombiana.
Una pesadilla que tiende a no acabar, ya que ser joven es una travesía, aparte de intentar salir adelante con unos tratados inviables y un supuesto apoyo hacia la innovación, se vive día a día con todos los tipos de violencia existentes y, la que no existe, se la inventan. A la vez que la edad es un factor de subestimación, como si los boomers hubieran dejado un país donde se respete la dignidad humana y la vida en general.
Cuando intentamos crear, investigar, informar o innovar; la sociedad de la Economía Naranja nos tira un sermón, cuya conclusión es que nos vamos a morir de hambre. Estudiamos e intentamos ser buenos profesionales, pero a la hora de buscar trabajo se lo dan al lambón del político de turno, como pasa con el infamoso “kinder” de la Alcaldía de Bucaramanga, al hijo de la dueña o dueño de la empresa, y eso si es que no piden una cantidad ridícula de años de experiencia. Así que nos ponen a aprender trabajando gratis, para luego mirar si es posible recibir un mísero salario por algo que para aprender a hacer, costó una deuda millonaria con el ICETEX, que en este punto, es el equivalente al cobrador de la plata del perico de Pablo Escobar.
Por eso no entiendo el afán de algunos que se quieren graduar lo más rápido posible ¿para qué si no hay trabajo? El DANE afirma que en febrero del 2019 el desempleo juvenil llegó a 18,9 %, número que nos es mayor, debido a que muchos no se han podido graduar, gracias a los pobres recursos que tiene la universidad pública o a los altos costos del nuevo general de la mafia, el ICETEX. Eso significa que tenemos muchos jóvenes doctores, abogados, administradores, que ya no pueden realizar su labor en Uber porque este cambió su modalidad.
Países como Canadá, Alemania y Francia, al ver toda la oferta que Colombia tiene de mano de obra barata, emprenden severas campañas como las de Work and Travel, con el ánimo de motivar a los jóvenes ya desilusionados, a migrar hacia estos. Con la visión de tener todo lo que el gran neoliberalismo de Colombia no les permite: equidad, justicia, movilidad social, dignidad, trabajo estable, educación de calidad, igualdad de género, amar a quien se le dé la gana sin aguantarse una turba de pedagogos liderados por Alejandro Ordóñez; entre otras cosas, lo normal, ya que estos países conocen que el desarrollo viene desde lo social aprovechando el talento, el conocimiento y la innovación. ¡Eso sí! tenemos muchos colombianos exitosos, pero por fuera.
Se que este panorama no es optimista, pero siguiendo la ley de Murphy, puede ser la realidad y, una terrible, con el desenlace de la COVID-19; pero para nuestra bendición o desgracia, la solución no está en esos que siguen usando como argumento principal “usted no sabía cómo era el país antes de Uribe”; está en los jóvenes, no obstante, se tiene que quitar esa maña de que el único vínculo emocional hacia Colombia que tienen algunos, es el amor por la selección y chupar aguardiente mientras se narra un gol con destiempo.
Tenemos que dejar de comer entero y nosotros mismos generar espacios de participación juvenil, con el ánimo de recobrar el futuro que siempre nos han robado; lo que ha obligado a muchos a abandonar Colombia, ya que por ahora es una vil mentira decir que la mayor exportación del país es el café, el cacao, el petróleo o la cocaína, pues lo que más exporta Colombia son soñadores, y en cantidades.