Cuando Gallup International evaluó la felicidad del mundo, y en el resultado que fue publicado hace un año, Colombia ocupó el segundo lugar. Seguramente los 88 de cada 100 colombianos optimistas que entrevistaron, pensaron en sus perfectos y disfrutables empleos con generosos salarios, o en los comprensibles impuestos determinados por el Congreso de la República conformado por incorruptibles funcionarios; sé que ese tal puntaje de Transparencia Internacional solo han sido calumnias a este país. ¡Incompetentes!
Es probable que a la fecha, un año después, continuemos siendo el segundo país más feliz del mundo, o quien quita, el primero. Solemos llevarnos los mejores puestos en rankings; por ejemplo, somos el segundo país de Latinoamérica con más contaminación de aire premiados por la Organización Mundial de la Salud. Orgullosamente destaco que vivo en Colombia, lugar en donde la felicidad se respira en la polución de las ciudades principales.
Somos felices; nada qué envidiarle a la República de Fiyi que ocupó el primer puesto el año pasado. Qué otro país es la sede de la Cumbre Anticorrupción y tiene fiscales como Gustavo Moreno y Humberto Martínez. Cuál otra sociedad cree en la patria y en la unidad social cuando la Selección juega fútbol.
¿Algún otro como Colombia con una educación desfinanciada y un presidente que envía recados de tiranos, habla de cuentos de Disney, y apoya la cultura desde la Economía Naranja en artistas como Maluma? Ninguno.
La felicidad se siente en este país porque son respetados los derechos humanos. Aquí no matan líderes sociales cada día. No. Aquí no censuran a los periodistas por decirle la verdad al poder. Quién dijo que acá en Colombia hay depravados sexuales que violan, torturan y asesinan niños. Tampoco nunca se han escuchado misteriosos casos de muerte por cianuro.
Por otro lado, los políticos de este gobierno son los que nos hacen más felices. Ellos no desfalcan, ninguno es un delincuente; todos merecen estar en sus cargos por los ideales y discursos sin discriminación como Viviane Morales, embajadora en Francia, país de libertades individuales. Alejandro Ordóñez, embajador de la OEA, gracias a él evitaremos la infiltración de los mamertos del comunismo en nuestro continente; algún día quemaré un libro a su lado. Pedro Agustín Valencia, cónsul de Colombia en Miami; es un hombre que se ha dedicado toda su vida con esfuerzo a ser el hermano de Paloma Valencia. E Iván Duque, el joven presidente de este país feliz, con una larga y concentrada carrera política sin guachafitas y con una oralidad brillante.
Cómo no ser el segundo país más feliz del mundo cuando: según el Dane, hasta el 2017 (año en que la Gallup estudiaba la felicidad) en el total nacional, la pobreza monetaria fue de 26.9% y extrema pobreza de 7.4%. Cuando Forensis determinó, que, de las muertes violentas durante el 2017, el 47.12% fue por homicidio. O en ese mismo año, fueron 22.519 casos de agresiones sexuales y más del 80% fueron contra menores de edad.
Gallup International sabe muy bien que en Colombia no vivimos gente ignorante. Que bien merecido ese puesto de la felicidad lo tenemos porque como sociedad no estamos condenados a la repetición de equivocaciones. No tenemos vicios históricos como los que inventó en la literatura el aficionado a los mitos Gabriel García Márquez. Y nuestra representación política, y los comportamientos que asumimos al pie de la letra de la Constitución, son el reflejo de nuestra razón.
¿Será que los fiyianos sentirán tanto orgullo como nosotros por estar en primera lista de los países más felices? o cuando su equipo de algún deporte gana ¿también salen a las calles celebrando con harina gozosos y patrióticos? Debemos tener algo más en común aparte de la felicidad con Fiyi; ojalá, un respetable fiscal, o un presidente admirable por su impresionante talento en la guitarra, y prodigioso en la historia.
Al menos, me conformaría de que no sean una sociedad ignorante y enferma, como nosotros, un ejemplo a seguir internacionalmente. Sé que George Gallup no se está revolcando en su tumba por Colombia.