La huella de Escobar y la historia indeleble

Opina - Cultura

2017-04-02

La huella de Escobar y la historia indeleble

Después de un largo día que ya completaba casi 24 horas de corrido, de cuenta de unos descuadres en el horario de los vuelos, el señor del remís (taxi) me esperaba con un cartel que decía mi nombre, como en las películas. Mi amiga, a la cual le había dicho que llegaba en horas de la mañana, se las arregló para saber, mientras yo rodaba por pasillos de aeropuertos extraños, y convivía con la zozobra de no saber si alcanzaría la conexión del siguiente vuelo, que ya no llegaría a la hora inicial, sino a cualquier otra hora, posiblemente en la tarde.

En el camino, en medio de una tarde gris y fría, mientras yo hacía un ejercicio de reconocimiento de Buenos Aires, tratando de palpar la patria de Mafalda, intercambié algunas palabras con el señor del remís, que finalmente cuando me escuchó decir que salí desde Medellín, cambió el tono aburrido que le habíamos impreso a la conversación, y entonces pasó una de las cosas que más temí: empezó a hablar de Pablo Escobar. ¡Claro!, escuchó “Medellín” y algo se le encendió por dentro.

La persona empezó a hablar con tanta pasión y curiosidad que tuve que tomarlo en serio, obligándome a salir de mi silencio letárgico, el que le estaba dedicando a la contemplación, al paisaje, a los semáforos, a la lluvia, a las calles. Abandoné entonces la monosilábica conversación para ponerme al frente. Me transformé en la mujer que desde niña, escuchando sobre Pablo Escobar, se había preguntado una y mil veces por ese señor, había despertado una curiosidad inusitada por el Pablo que, por un lado era un monstruo de muchas patas y tentáculos, y por otro lado era el héroe y redentor de miles de familias pobres y sin oportunidades.

Traté de ser lo más breve y concreta posible, explicándole que Pablo Escobar era muchísimo menos del héroe mundial que algunos creen, y que las consecuencias de sus “travesuras” son, de lejos, muchísimo más profundas y devastadoras de lo que parecen. Me impactó escuchar su versión del “Robin Hood criollo”, sello que también caracterizó a Escobar, con cierta sensación en su discurso de estar aludiendo a una rebeldía patriótica encabezada por Pablo al enfrentarse a un Estado inoperante y abusivo, algo por lo que nuestro país ha tenido reconocimiento a nivel mundial.

Imagen cortesía de: SudAméricaHoy

Y si a eso le sumamos que en general, y no aplica sólo para Pablo Escobar, personajes tan emblemáticos y polémicos despiertan curiosidad, y más cuando envuelven semejante universo de cosas nada fácil de descifrar, como el contundente hecho de haber llegado a ser el hombre más buscado del mundo, con el poder suficiente para doblegar un Estado, con el dinero de sobra para construir y repartir barrios enteros y estadios, traficar con lealtades y consciencias, construir todo un imperio y nadar en la extravagancia, encarnar ese hombre de amores y odios, de pasiones y obsesiones, de esperanza y muerte; podemos entender un poco mejor de qué está hecho el imaginario de quienes nos escrutan desde afuera.

Sí, también tenemos que aceptar la palabra esperanza dentro de lo que representó Escobar en nuestro medio, aunque nos moleste reconocerlo, aunque no nos quepa en la cabeza (a mí todavía me cuesta entenderlo) que semejante sujeto pueda encarnar “esperanza” para algunas personas, porque mientras cobró la vida de miles de inocentes en el marco de su guerra contra el Estado, le llevó mejores condiciones de vida a otros tantos marginados y excluidos por nuestra sociedad, a esos tantos que nunca habían sido prioridad para el Estado, con sus millones de dólares untados de sangre, drogas e ilegalidad.

¿Qué le vamos a hacer? Eso también es parte de nuestra historia, y no sólo de sicarios, sino también de las familias enteras que literalmente salieron de la basura de cuenta de Escobar.

Y es ahí, en esa penumbra, en la que la imagen de Escobar se pasea entre el cielo y el infierno, donde converge la mirada de los curiosos que desconocen el legado de terror de Escobar, donde cada tanto revive el dolor de cuenta de cualquier J. Álvarez, o algún Khalifa. El problema, entonces, no es que Pablo Escobar despierte amores y odios en el mundo, que famosos visiten Medellín y terminen posando al lado de las ruinas de Pablo Escobar, sino que nosotros mismos, como sociedad y como víctimas, no hayamos sido capaces de canalizar, a estas alturas, toda esa memoria a través de expresiones visibles, que muestren esa otra cara.

Traigo a colación este tema por la polémica suscitada hace unos meses con J. Álvarez, y más recientemente de cuenta del “narco-paseo” que realizó el famoso rapero Khalifa alrededor de las ruinas de Pablo Escobar. Al respecto, entonces, vale la pena preguntarnos si la polémica es por el solo hecho de ser famosos, porque estoy segura de que hay miles de

Imagen cortesía de Konbini.com

“personas de a pie” que hacen el mismo recorrido de personajes como Khalifa, quizás posando para fotos más polémicas, con el agravante de que esas personas anónimas llegan y se van, con la misma imagen, incluso peor, y nadie lo nota.

El problema, entonces, no creo que radique en un famoso que posa para la foto y se ufana de compartir con las ruinas de Escobar, creo que el análisis que hay que hacer es qué estamos haciendo como sociedad para mostrarle a esas personas, que desconocen por completo la realidad de lo que pasó en nuestro país, cómo pasó. Somos nosotros los llamados a contar nuestra historia, a desnudar las heridas, a enseñar las cicatrices, a mostrarle al mundo que, muy a pesar de ese pasado lleno de dolor, hoy somos un país que se ha buscado en lo más profundo de sus heridas, tratando de entenderse y explicarse, tratando de reinventarse y, buscando por todos los medios, la no repetición.

Que no nos dé pena decir que por aquí pasó el terror, pasó la muerte, pasó la sangre. Que no nos dé pena admitir que aquí sucedieron cosas más graves que unas bombas, unos secuestros y unos sicarios. Lo que sí debería darnos pena, después de lo padecido, es pretender reducir la historia a un “de eso no se habla”.

Creo que nos hacen falta más procesos de memoria simbólica que muestren este periodo de nuestro país. Tenemos una tumba de Pablo Escobar, unas ruinas de los lugares que habitó, unas construcciones de un legado que dejó, las cuales son visitadas por miles de personas, pero no tenemos suficiente recordación física en nuestro medio de las bombas estalladas, de las víctimas, del rastro de sangre, que cuenten la transformación. La historia no se puede borrar, y si nosotros los protagonistas no la contamos, otros la van a contar por nosotros.

Maria Jimena Padilla
Guajira, soñadora incorregible, aventurera innata, errante, despelucada, melómana... "Nací en Riohacha frente al mar caribe de donde muy pequeña me llevaron, allá en Planeta me bautizaron y en todo mi Caribe me hice libre"... Dizque economista, dizque abogada. Amante de la escritura.