En la sociedad colombiana existe un grupo de individuos que quiere legitimar las prácticas de represión y, de esta manera, mantener el statu quo en todo el territorio nacional. Ellos suelen acuñarse el término de ser “la gente de bien”.
La gente de bien no contempla que las mujeres estudien ni mucho menos que incursionen en la política y hagan valer sus derechos. Para ellos, las féminas solo existen para cumplir dos oficios elementales: 1. Traer hijos a este mundo. 2. Estar pendiente de los quehaceres de la casa y servirle a su esposo en todo su esplendor.
La gente de bien no ve con buenos ojos que los habitantes de la calle hagan parte del paisaje. Para ellos, a estos individuos hay que invisibilizarlos, porque son considerados como personas no gratas. Un claro ejemplo fue la política que implementó en el Bronx el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, quien convirtió a los seres de este lugar en un objetivo militar.
La gente de bien se indignó con el suicidio de Sergio Urrego, se enfureció por el asesinato de Yuliana Samboní, pero no toleran que se hable sobre el enfoque de género, porque consideran que esto podría desembocar en una “dictadura homosexual”. Para ellos, las parejas del mismo sexo son individuos que poseen una enfermedad y que, además de esto, atentan contra la moral y las buenas costumbres de una buena familia. ¿Recuerdan las palabras promulgadas por el senador del Partido Conservador, Roberto Gerlein, en medio del debate en el Congreso para la aprobación del matrimonio igualitario? “El sexo entre hombres es sucio, asqueroso, sexo que merece repudio y es un sexo excremental”.
La gente de bien aprueba las prácticas de linchamiento contra los ladrones. No ven que ellos son la consecuencia de un ambiente donde ha prevalecido el abandono del Estado, la falta de oportunidades educativas y laborales y, sobre todo, de estar inmersos en la cultura de la violencia, donde los problemas se solucionan con más violencia.
La gente de bien mira con indiferencia a las poblaciones minoritarias de Colombia. Para ellos, los campesinos, los indígenas y los afros son seres que son un obstáculo para el “progreso”, donde explotar la tierra con maquinaria pesada es estar a la vanguardia en el sector empresarial. Tal como lo mencionó el diputado antioqueño, Rodrigo Mesa, en medio de las discusiones sobre el plan de desarrollo ‘Antioquia, la más educada’: «la plata que uno le mete al Chocó es como meterle perfume a un bollo».
La gente de bien es esa misma que el pasado 2 de octubre les dio un espaldarazo a las víctimas del conflicto armado colombiano y que, como consecuencia de aquel suceso, provocó que los acuerdos pactados entre el Gobierno Nacional y las Farc estuvieran en el limbo. Para ellos, la única salida que existe para la guerra en Colombia es a través de la vía militar y, por esta razón, hay que aniquilar cualquier camino que esté ligado al diálogo. Un breve retrato es la senadora del Centro Democrático, María Fernanda Cabal, quien afirmó lo siguiente: “Es que el Ejército no está para ser damas rosadas, el Ejército es una fuerza letal de combate que entra a matar”.
La gente de bien va detrás de los puestos públicos, dirigen las compañías más importantes del país y promulgan las leyes y los impuestos con los que manejan a Colombia. En síntesis, como me dijo un amigo: “habrá que redefinir el concepto de ‘gente de bien ‘, ‘familia prestante ‘ y ‘buen muchacho ‘, porque de ahí devienen los peores males para esta patria”.