Columnista:
Alejandro Bonet González
Hace varios días, el periodista Charles M. Blow publicó una columna de opinión en el diario The New York Times, cuyo tema y argumento central es que debe eliminarse el racismo en la cultura, especialmente la cultura infantil. En una parte de su texto, menciona caricaturas que, según él, promueven actos que de por sí deben ser reprochables para la sociedad; aparte del racismo que ataca constantemente. Por ejemplo, la caricatura Pepé Le Pew normaliza la cultura de la violación, Speedy González divulga un estereotipo de borrachos mexicanos y letárgicos, o que en Tarzán se dibujan a los afroamericanos como gente primitiva y salvaje.
Desde mi punto de vista, comparto la opinión de Charles sobre eliminar el racismo en todas las culturas. Sin embargo, exagera con decir que algunas caricaturas normalizan acciones de hostigamiento y discriminación.
En primera instancia, la columna no demuestra evidencia científica respaldando que hay una incidencia en aquellas afirmaciones. Por otro lado, las caricaturas mencionadas no se crearon bajo esos objetivos de corromper mentes infantiles, sino que están ahí para ser un objeto de entretenimiento para los jóvenes.
Con respecto a mi caso personal, crecí viendo varias caricaturas viejas que hoy podrían categorizarse como inapropiadas para un sector de la sociedad. No obstante, eso no influyó a que mi personalidad, conducta y mentalidad se vieran influenciadas negativamente.
¿Por qué motivo? No es difícil de entender, simplemente porque sé diferenciar entre la ficción y la realidad. Del mismo modo, estoy seguro de que no es solo mi caso, sino que varios de los que están leyendo mi columna pueden sentirse identificados con mi postura personal.
Por decir unos ejemplos, yo no vi a Johnny Bravo para tener estereotipos machistas, tampoco Tom y Jerry a fin de incitar a la violencia. Yo no vi a Don Gato para ser un pandillero, ni a la Rana René y Miss Piggy con la finalidad de fomentar relaciones dañinas de pareja. Los casos de Pepé Le Pew y Speedy González son evidentes, porque también los vi cuando era pequeño. A pesar de todo, nunca he hecho algo tan desagradable como acosar a una mujer, ni ser xenofóbico viendo solamente lo malo de una cultura extranjera.
Otro dilema que se desprende sobre la columna de Charles es la supuesta propuesta de cancelar Pepé Le Pew, junto con otras caricaturas. Cabe notar que, si leemos bien la columna de Charles, él no dice específicamente que se deben cancelar. Esto solo ha sido un malentendido que se ha transmitido en los medios de comunicación, a partir de un efecto dominó que hasta el momento ya es incorregible.
Obviamente, algunos estarán de acuerdo con que se dejen de transmitir, pero es mentira que Charles sea el principal promotor de esta idea. Lo único que hace es tomar de ejemplo las caricaturas para decir que se normalizan actitudes reprochables en los niños, debido a que con el racismo pasa un caso similar.
Bajo ese orden de ideas, nuestro mundo debe cambiar sus problemas centrándose en los actos demostrables, ya que esconder el pasado no afectará el presente. Con una buena educación en la crianza, recibida por nuestros profesores, amigos o familiares, podremos acabar con acciones inadmisibles que se relacionen con la discriminación, la violencia y el acoso. Así podremos entender que las caricaturas, como un simple producto de ficción, no tendrán motivo para afectar nocivamente nuestra realidad.
Me parece que la columna es pésima. Más allá de si el autor de ella ha reproducido o no comportamientos que se construyen en los simbólico, en todos los productos culturales, esta columna desconoce que dentro de las caricaturas, como en la música, como en el cine, es decir, en la hegemonía sí se construyen narrativas del mundo. Muy ligero análisis, que debería pensar más en la resignificación del personaje más que en la justificación nefasta de que «la ficción no debe imponer nuestra realidad» siendo que en casos como las caricaturas, estas son resultados de percepciones de la realidad. Es un debate semiológico que esta columna está lejos de presentarnos.
Si bien la columna es de opinión y el columnista ratifica desde el principio que es su punto de vista personal, hay que aclarar que los argumentos de él son un poco endebles.
El machismo y todos los estereotipos que él nombra y que son tácitos en la cultura, no solo en caricaturas sino en la música, novelas y en las relaciones personales del día a día, son construcciones sociales. De esta manera, nosotros mismos ayudamos a que dichas construcciones sigan en pie dentro de la sociedad, ahora bien es un poco exagerado pedir que cambien las caricaturas por el simple hecho de asumir que atribuyen comportamientos específicos, si ese fuera el orden, el 80% de la parrilla debería tener una adaptación o ser erradicada.
La pregunta es, ¿alguien es consciente de los estereotipos que nosotros mismos seguimos avalando en la sociedad con los comportamiento «naturales»?. Porque es fácil calificar una caricatura, hacer un juicio, el problema está es nuestros comportamientos diarios, eso si se puede cambiar de manera precisa.
En general, me gustó la columna. Aparte de estar de acuerdo con lo que dice, también importa que no niega explícitamente que los productos culturales en general construyen la realidad, sino que solo es en el caso de estas caricaturas.
Tal vez cambiaría algunas cosas como pasar los ejemplos personales a un ámbito más común. Aún así, considero que ofrece otro punto de vista diferente porque está en toda su libertad de hacerlo.
Esto comparación de un comentario que le hicieron más arriba, en el cual no me parece lógico que le digan forzosamente que debe estar defendiendo una postura.