Los científicos sociales consideran inapropiados estos antónimos para describir la lucha entre las clases sociales, antagónicas o no. Tampoco aceptan los opuestos ricos y pobres. Prefieren los vocablos clásicos burgueses y proletarios, los mismos que usaran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
Capitalismo versus socialismo o comunismo, enfatizan en el sistema socioeconómico; fascismo y conservatismo versus liberalismo o librepensamiento, hacen énfasis en la ideología.
En esta confrontación lo más frecuente hoy es el empleo de las palabras derecha e izquierda, heredadas de los legisladores monárquicos y jacobinos por su ubicación en el recinto donde redactaron la primera Constitución francesa en 1791.
Obviamente cada uno de estos vocablos contiene gradaciones desde el extremo hasta el centro. Sin entrar en detalles acerca de la precisión y validez de tales conceptos, lo importante es que el pueblo sepa distinguir las concepciones de cada uno de ellos, lo cual todavía es muy incipiente.
Los intereses económicos, políticos e ideológicos que los motivan y cómo conciben el mundo unos y otros es lo que nos mantiene a los seres humanos en guerra permanente.
En Colombia vivimos ahora enfrentados por la implementación de los Acuerdos logrados entre el Gobierno (derecha) y las FARC (izquierda). En Venezuela la pelea es entre los seguidores de la Revolución Bolivariana con su Proyecto Socialista del Siglo XXI (izquierda) y los enemigos de la misma, la burguesía sometida a las órdenes de la metrópoli gringa, aupada y financiada por la derecha mundial, destacándose, además de USA, México, Colombia y España.
Los Estados Unidos y la OTAN llevan seis años tratando de derrocar al gobierno legítimo de Siria, dejando como resultado millones de muertos, heridos y desplazados. Lo mismo sucedió en Libia, Irak y en casi todo el Cercano y Medio oriente. En todos los Continentes se vive una confrontación similar.
En cualquier Estado capitalista su gobierno proclama a los cuatro vientos que en su país se garantizan el pluralismo político e ideológico, el respeto a la soberanía de los demás Estados, la convivencia pacífica, el empleo digno para la PEA, la democracia real, la igualdad social, todos los derechos humanos consagrados en la Declaración Universal de 1948; pero esto no pasa del mero bla bla bla, de la retórica hueca, pues para ellos estos valores no merecen ser atendidos porque son más bien antivalores, exigencias de gentes que no las merecen por innobles, incapaces, perezosas, inútiles, o porque el Estado carece de recursos para ello.
Los Estados capitalistas más poderosos, enriquecidos mediante el saqueo de los recursos naturales a muchas regiones invadidas por ellos desde hace varios siglos, se ufanan hoy de sus ingentes riquezas y hasta le cierran sus fronteras patrias a quienes emigran de sus antiguas colonias en busca de refugio. Todos sus desafueros los justifican invocando los derechos de propiedad privada ilimitada y de libertad de comercio, y que se acogen a las leyes del capitalismo y la libre competencia.
Para ellos el Estado no puede ser paternalista, aunque muchos teóricos del Estado afirman que la función principal de éste es nivelar la sociedad, resolviendo las carencias de los débiles. Consideran más importante el capital que el trabajo, por ello le quitan al trabajador una parte de su salario (plusvalía) para invertirlo en engrosar su capital inicial, desconociendo que lo que genera la riqueza es la fuerza de trabajo, así valorizan sus patrimonios, en forma arbitraria y desmedida.
El otro factor de la economía, la tierra, aunque la degradan cada día más, es para ellos lo más importante; por ella amenazan, desplazan y asesinan campesinos raizales, les arrebatan sus pegujales o se los compran a precio de huevo para establecer allí cultivos industriales con mercados garantizados en el resto del mundo.
La derecha coloca toda su inteligencia y astucia en manos de los dioses a quienes les encomiendan su protección personal y patrimonial. Según su filosofía “el mundo es de los valientes y osados, no de los cobardes”; “medio mundo vive del otro medio”; el dinero es el dios de la tierra”. A pesar de la protección extraterrestre también le exigen al Estado que les proteja sus privilegios con armas de todo tipo: físicas (aviones, cohetes, fusiles, granadas, etc.) e intelectuales (leyes, jueces, educadores, medios de comunicación, etc).
Quienes interpretamos el mundo con otra lupa, con la utopía de construir una sociedad solidaria, igualitaria, democrática, un mundo donde quepamos todos, confiamos en las capacidades de los seres humanos para trabajar en hermandad a fin de mejorar la vida nuestra y de la naturaleza. Claro que necesitamos disponer de los medios de producción indispensables para ello. Por pensar así, la oposición derechista nos asesina, nos castiga o nos excluye.
Desgraciadamente hay sectores sociales empobrecidos tan alienados por la propaganda de la derecha egoísta e inhumana que a lo único que aspiran es a vivir como ella, cual ostentosos monarcas, para lo cual venden sus conciencias, convirtiéndose en enemigos de su misma clase y en marionetas útiles de los dueños de las riquezas.
Lo único que podría garantizar la paz en la tierra sería que todas las personas nos guiásemos por una cosmovisión humanista abierta, sin egoísmos ni prejuicios religiosos, filosóficos y políticos, es decir, una Constitución Universal ajustada a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.