Columnista:
Ricardo Cifuentes
Cuando llegué a dar clases a un colegio ubicado en una vereda lejana de un municipio cundinamarqués, entre tantas cosas que la profesora saliente me indicó, orientó y recomendó, también me entregó los resultados de las pruebas que le habían realizado a uno de los niños que tenía dificultades académicas. ¿El diagnóstico?, coeficiente intelectual más bajo de lo normal, problemas de atención y memoria, entre otros; con ese caso y, un panorama incierto, comencé a dictarlas.
La adaptación fue fácil, los estudiantes de zonas rurales son mucho más respetuosos con los docentes, además del cariño que por lo general emanan, suelen ser muy entregados al estudio, esto último por cuestión del empuje que les dan sus padres a diario en busca de un porvenir mejor que el de ellos, padres que por cierto, también son muy colaboradores con el proceso de sus niños.
Durante esta época de pandemia global, la comunicación y las clases han sido toda una odisea, no hay señal para celulares, menos de internet y el porcentaje de familias con computadores es bajísimo, casi nulo; a pesar de este panorama, las familias y los niños caminan largo tiempo a zonas donde les tome algo de señal el celular y llaman para sus clases. Una entrega total.
Se han presentado unos retos irreales, como tratar de seguir un proceso por llamada con un estudiante cuyos padres son analfabetas y él tiene los problemas de aprendizaje arriba mencionados, ellos cumplían mandándolo al colegio, pero ¿ahora?, solo queda persignarse y rogar para que, de lo conversado y, en teoría realizado en casa, algo quede.
Lo sé, todo hasta aquí suena hermoso y puede contarse como una historia de superación y entrega sin igual, pero no lo es y tampoco deseo que se lea así, como este caso o mi situación debe haber miles en Colombia y la idea de romantizarlo es como mínimo ofensiva. ¿Por qué?, porque historias como esta solo demuestran la brecha cada vez más amplia que hay en el país, donde los pobres cada día cuentan con menos recursos y el abandono estatal se acentúa a cada ley que se hunde, como la de las Rutas Escolares Rurales, por ejemplo.
Falta educación en Colombia, cobertura y calidad son ideas cada vez más utópicas en la tierra donde decirle “indio” o “campesino” a alguien continúa siendo un insulto, donde una gran cantidad de niños caminan horas para recibir clases, cuando llegan están agotados y, en muchos casos, el colegio está por caerles encima; sí señores, esa es la realidad de muchos “futuros” del país.
Falta educación en Colombia, para que los niños de bajos recursos puedan tener herramientas básicas como un computador o internet, pero también falta, para que quienes tienen estas herramientas las sepan aprovechar y sean conscientes del privilegio al que tienen acceso y no estén aprovechándose del docente mayor que está también aprendiendo a manejar las tecnologías para insultarlo o hacerlo salir de las reuniones; también falta educación para que los estudiantes sean respetuosos y no tengan sexo durante la clase virtual ante los oídos de todos, pero sin ir más lejos, hace falta educación para que eso no se convierta en la noticia relevante de un país donde han matado líderes sociales casi tanto como el presidente sale a hacer alguna hilarante declaración.
Esta pandemia nos ha demostrado la educación que falta.
Romantizar las historias en las que se evidencia la desigualdad rampante del país. Una estrategia más para que la «superación» individual y personal sea la protagonista que anime nuestros corazones a mejores situaciones.
Ricardo, en un municipio central cundinamarqués, durante la pandemia es que más se expone la brecha social.
Ese es el problema, romantizar la desigualdad y la injusticia en un país donde la miseria abunda, excelente columna.
No hay forma de no ver cómo cruel y arbitraria la brecha social, el amplio margen que hay entre una educación inmersa en los medios digitales y el estudiante de ruana, que camina horas para recibir una educación que los docentes cerezales deben dar con las uñas y con los pocos recursos con que pueden disponer.
La recomendación más importante es que el autor aprenda a hacer un uso correcto del lenguaje escrito. No hay en todo el artículo un uso adecuado de los signos de puntuación; hay que diferenciar la , el y el . Ellos también se sienten discriminados aquí.