El Metro de Medellín está de bola bola. El Sistema de Transporte, no sabemos si por su cumpleaños número 22, nos invita a comilonas y a juergas etílicas a lo largo de sus estaciones. Prepárense para vivir momentos emocionantes en cada recorrido, puesto que la mesa está servida y las viandas listas para ser consumidas.
En las plataformas de algunos abordajes hay una provocación gastronómica o una invitación a libar, porque “vengo a beber… cincuenta copas de licor si es necesario”, como lo cantan Posada y Burbano. Escojan ¿Qué quieren?
Emparedados o sándwich como dicen los esnobistas; el mejor whisky escocés de la cosecha; helados, bebidas azucaradas, carnes frías y cremas, hacen parte del menú que ofrece el Metro para que usted lo consuma a su gusto y en cualquier momento, en cualquiera de las líneas para el destino elegido.
La publicidad de nuestra “cultura” Metro va en contra de las normas éticas en estos casos. Eso es preocupante.
Según El País de España, la Encuesta Nacional de Situación Nutricional presentada por el Ministerio de Salud, “el 56% de los adultos en Colombia presenta exceso de peso, el porcentaje más alto registrado desde que se realiza el estudio”.
Por su parte, Red PaPaz lanzó la campaña “No comas más mentiras” para evitar la exposición de niñas, niños y adolescentes a la publicidad de productos altos en azúcar, sodio o grasas saturadas, de mal recibo en las cadenas de medios que comparten dueños y franquicias de gaseosas, bebidas azucaradas y comida chatarra.
Pero al Metro de Medellín, empresa de naturaleza pública, es decir, que recibe recursos de nuestros impuestos, no le importa eso. Presta sus instalaciones para publicitar productos que promueven la obesidad, el sobrepeso y que ponen en riesgo la salud de niños, adolescentes y adultos. Y peor, estimula, con esa misma publicidad, a consumir licor.
Prohibiciones
Tan grave como lo anterior es que el Sistema de Transporte Masivo tenga un reglamento draconiano para sus usuarios al respecto. En las normas expuestas en las instalaciones, su capítulo 04, cláusula 18, el título de “Prohibiciones”, reza: “en las instalaciones y vehículos del Sistema Metro está prohibido para todos los usuarios, entre otros puntos:
- Consumir bebidas alcohólicas o sustancias psicoactivas o viajar en el Sistema Metro bajo sus efectos.
- Consumir alimentos”.
¿Cuál es el criterio para exigirle a un usuario que aborde las estaciones Acevedo o Caribe, por ejemplo, que no consuma licor si en ambas aparece una gran valla promocionando un whisky? ¿Por qué en el reglamento y por los altoparlantes exigen que en las estaciones y trenes no se debe consumir alimentos, ni deje que los niños los consuman, si en varias plataformas hay sendas vallas con fotografías de cremas de helados altamente provocativas para niños y adultos? Bueno, y ni se diga de la bebida que en un tiempo nos decía que era la chispa de la vida, cuyas fotografías aparecen acompañadas de comida chatarra. O la marca que lleva el nombre de una de nuestras tribus indígenas.
Es decir, el Metro incita a realizar lo que prohíbe consumir y de paso recibe dinero de las multinacionales que ponen en circulación publicidad para que se consuman sus productos en detrimento de la salud pública. Eso es doble moral. ¿Para el Sistema de Transporte es más importante la plata que recibe que la salud de sus usuarios? ¿Quién le pone el cascabel al gato en la promoción de vallas publicitarias en el Metro?
De acuerdo con un artículo de la revista Semana, existe normatividad para ese tipo de publicidad: la Ley 1480 de 2011, Estatuto del Consumidor; Decreto 975 de 2014 del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo; y Ley 1355 de 2009, Ley de Obesidad.
En ese mismo artículo Juan Carlos Morales, de la Fian, por sus siglas en inglés, expresa que esa normatividad no es suficiente “frente al mercadeo y la publicidad de productos comestibles ultraprocesados que atentan contra sus derechos (de niños, adolescentes y adultos) a la salud, alimentación, educación e información”. Por eso, se radicó un proyecto de ley que busca ser menos permisivo tanto con las empresas productoras como con quienes se prestan para promocionar sus productos como el Metro o los medios masivos. ¿Funcionará? En este país para cada problema hay una ley. ¿Se cumplen?
El Estatuto del Consumidor, en su Artículo 5º, Numeral 7, define la información como “todo contenido y forma de dar a conocer la naturaleza, el origen, el modo de fabricación, los componentes, los usos, el volumen, peso o medida, los precios, la forma de empleo, las propiedades, la calidad, la idoneidad o la cantidad, y toda otra característica o referencia relevante respecto de los productos que se ofrezcan o pongan en circulación, así como los riesgos que puedan derivarse de su consumo o utilización”.
Por su parte, el Artículo 31 del mismo Estatuto establece: Publicidad de productos nocivos. En la publicidad de productos que por su naturaleza o componentes sean nocivos para la salud, se advertirá claramente al público acerca de su nocividad y de la necesidad de consultar las condiciones o indicaciones para su uso correcto, así como las contraindicaciones del caso. El Gobierno podrá regular la publicidad de todos o algunos de los productos de que trata el presente artículo”.
¿El Metro obliga a las empresas de gaseosas, bebidas azucaradas, hamburguesas, helados, a advertir los riesgos de salud que conlleva el consumo de tales productos? ¿Qué tipo de regulación interna existe en el Metro para la promoción de licores y productos que atentan contra la salud?
Mientras El Metro contesta estos interrogantes, si es que los contesta, hagamos fiesta y amor en el Sistema de Transporte, pues nos ofrecen licor y comida. Dice una de las empresas que publicita con el Sistema que “algunos momentos en la vida se disfrutan más con los ojos cerrados. Siente el sabor”. Siente el amor, hágalo cuántas veces quiera porque el “Sistema Metro es como el amor; después de un tren siempre viene otro”.
Que coherencia.
El asunto no está en advertir que el consumo de dichos productos es nocivo para la salud, pues la obligación de todo gobierno es proteger la salud de sus habitantes de tal manera que las medidas deberían ser más drásticas.