Hechos recientes que nunca cesan, cada uno más bochornoso que el anterior, me impulsaron a evocar la preciosa Divina Comedia, con el propósito de adaptarla a la cruda realidad nacional; la que, empezando ante todo por la política, revela con escatológicos hechos cuán nefastos son sus protagonistas; y, apelo a ese odioso término “escatológico”, porque así definió Miguel Asin Palacios la relevancia de la “escatología musulmana en la estructura del infierno dantesco”
Así las cosas, tal como el legendario y maravilloso poema de Dante Alighieri se ordena en función del simbolismo del número tres, evocando ante todo, la sagrada trinidad y el equilibro y la estabilidad de suyo incorporado en un triángulo perfecto; por supuesto en esta columna, no me referiré ni al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, sino a los tres poderes estatales (ejecutivo, legislativo y judicial), símbolos también, pero, muchas veces de desequilibrio, inestabilidad y, tara.
Entrando pues de plano a esta desapacible “analogía” con la espléndida obra, en los nueve círculos del averno estarían (muy cerca al anillo más profundo e inmundo compuesto ante todo, por los abominables pederastas -civiles, diplomáticos, uniformados, eclesiásticos o como sean-); los corruptos definitivamente.
Aquellos de cuello percudido (jamás blanco) o de ajuares que sin ser sotanas fungen como tales, pastorcillos mentirosos, buhoneros del diezmo, el voto y el credo y demás portadores de costosas corbatas que terminan marchitas y estrangulándolos por tanta infamia.
Una extensa lista forjada por: juristas expertos en marrullería y sofocamiento de términos, leguleyos consagrados adalides de la estratagema dilatoria endiablada y la subasta de prueba falsa, “vedettes” de medios (tan extravagantes como nefastos para el sistema), «para-fiscales» al servicio de mafias, cohechadores togados, solapados y engreídos magistrados, burgomaestres, altos funcionarios con intereses oscuros que nunca se declararon impedidos (bienhechores de inmerecidos lucros, para sí o para sus pares), influyentes empresarios y demás, esos mismos que saquean inclementes las arcas públicas, pervierten contratistas y, feroces, se lucran inauditamente, o simplemente desdeñan cualquier principio, recibiendo polémicos aportes y salpicados recursos provenientes de cuestionadas multinacionales con tal de soplar exageradamente el presupuesto de campañas y estrategias publicitarias con miras a alguna reelección presidencial.
En otro nivel de este infierno narrado, ubico a aquellos que desde el vilipendiado legislativo, tranzan, compran, mercadean y zahieren conciencias, a cambio de votos y demás horrendos réditos políticos. Le seguirían entonces, esos mismos parlamentarios, adinerados judas, tránsfugas, pantalleros y solapados, que venden su alma al diablo o traicionan sus convicciones, según sea la generosa “limosna” que les prometan.
Muy de cerca a estas pécoras, en este infierno espantoso tendrían asiento, aquellos funcionarios que avivan el sainete, cebando el espectáculo y, llevando la comedia a unos niveles ciertamente dantescos en toda su extensión; es así que, aparecen los saltimbanquis que fingen ser atropellados por cámaras fantasmales y perseguidos injustamente por “hambrientos” periodistas.
Y en ese mismo flamante serpentín siniestro envuelto en llamas ardientes, estarían esos mismos legisladores que envalentonados y cegados por una enjundia parlamentaria iracunda, salen a defender al histrión comediante nato; pidiendo la cabeza y una lóbrega mazmorra para el espectral camarógrafo, “cazador de funcionarios ejemplares, probos y castos del «honorable» Capitolio Nacional”. Y, en fin, tal laya y afines, abarcarían los demás círculos restantes de este singular tártaro.
Llegado el “Purgatorio” y con alguna posibilidad de redención, asomarían sus crines, el funcionario incompetente, el acosador, el burócrata y el altivo; el perezoso, el irresponsable y el astuto; el negligente y el procaz. Y toda aquella recua de empleados públicos que esputan en el rostro del desahuciado usuario.
Finalmente, ya en el codiciado y precioso Paraíso, hallaríamos probablemente a aquellos dotados de cierta gracia y belleza, que enaltecen el nombre de la nación. Que con su donaire y talento y desprovistos de vanidades y fanfarronerías perversas, no se han dejado aún anular por la voluble y mórbida fama y, sí perseveran en hacernos sentir orgullosos de nuestra bandera.
Un Nirvana donde por supuesto, ningún político tendría balcón jamás.