La búsqueda de explicaciones al autoritarismo ha obsesionado al pensamiento social y político desde siempre. No sin razón a la tentación de ejercer un poder sin control se le percibe como la antesala de posibles dictaduras o formas de “democracia” que en la práctica pueda negar lo que de democráticas puedan tener. Después de la Segunda Guerra Mundial, toda una escuela de pensamiento, como lo es la Escuela de Frankfurt, se orientó a encontrar explicaciones acerca de Hitler y Mussolini, Franco y Stalin.
Sin embargo, en el concierto global, las democracias suelen ser juzgadas más por el lugar geográfico en las que se les practique, que por las características intrínsecas del propio modelo. No es extraño entonces que aquella canónica definición de democracia según la cual se trata del gobierno del pueblo (cuyo poder deviene y reside en el pueblo mismo), tiende a retorcerse y deformarse según el lugar del mundo al que se aluda.
Se piensa, por ejemplo, en España e Inglaterra como sólidas democracias, aunque allí perviven medievales instituciones monárquicas; si lo observamos con calma, en Alemania y Rusia se reeligen rutinariamente un par de líderes que parecen haber guardado para sí mismos las llaves del poder. El caso de Trump en Estados Unidos es patético si se considera –más allá del estrambótico personaje– que el diseño caduco y anacrónico del sistema electoral lo hizo gobernante, a pesar de que no obtuvo las mayorías en el voto ciudadano; sin citar casos más “marginales” como Siria, Turquía o Egipto.
Resulta curioso que las precariedades y déficits de aquellas democracias, cuando son observadas en áreas llamadas periféricas o propiamente de “países subdesarrollados”, aparecen como apenas obvias, en vista de que nuestros entornos sociales y políticos son definidos a partir de una presunta precariedad y barbarismo, en todo ajenos a Europa.
Aquí el patriarca, el gamonal, el varón electoral y el caudillo, serían solo una consecuencia de ese modelo. No obstante, visto en perspectiva, se admitirá que son tan nocivos para la democracia Trump o Putín, como Uribe o Maduro.
La tragedia consiste en que un líder puede llegar a ser altamente nocivo para su país, pero al mismo tiempo haber concitado la favorabilidad de amplios sectores que en su momento lo acompañan en el ritual democrático del voto. ¿Por qué sucede eso?
A estas alturas el lector habrá pensado en el ejemplo más notorio de la Colombia contemporánea, hace tan solo algunas semanas casi unánimemente equiparado el tercer pronombre del singular: “Él”. Para no empantanar más el ambiente con su ubicuo, pertinaz e insoportable nombre sigamos llamándolo así.
El éxito de “Él” como político se basa en realidad en algo muy simple: ha sido capaz de colonizar la mentalidad autoritaria, violenta e inmediatista de los colombianos, encarnando la supuesta promesa de que podría solucionar todos los problemas empleando para ello una mezcla de fuerza y paternal autoridad provinciana.
“Él” es en realidad un personaje bastante elemental, que gracias a su obsesión casi maniática por el poder tiene la capacidad de emplear energías psíquicas y corporales en tareas de autodisciplinamiento que para muchas personas serían simplemente imposibles, ridículas o rutinarias en demasía.
El sigo XX dejó una impronta de algunos “Él” que se convirtieron en lamentables referentes de su tiempo y que como en el caso de Hitler, Franco, Mussolini o Stalin, mostraron lo lejos que la ambición por el poder y los anhelos megalómanos de esas personalidades puede alcanzar.
Se dirá que ello suele decirse por envidia o impotencia; que quien dice algo así es porque no tiene el talento, el carácter o el empuje para hacerlo, sin embargo el problema es mucho más complejo de lo que se suele pensar. Una sociedad autoritaria, patriarcal, machista y donde se acostumbra la arbitrariedad para resolver temas colectivos o individuales, no puede esperar que salga de su seno y “triunfe” un Gandhi o un Buda.
Y como para aumentar la angustia y la confusión, son aquellas personas resueltas y agalludas las que suelen llegar a instancias de poder, dado que aquel (el poder) se sirve de esos sujetos para mantener el torrente de los acontecimientos que perpetúan el modelo. Si no fuera así, hace tiempo hubiéramos pasado del dicho al hecho condenando el machismo, la desigualdad económica, la depredación del medio ambiente, el racismo y un largo etcétera, que si lo juntamos al modo de rompecabezas nos dibuja claramente, con todos sus contornos, el capitalismo, modelo que no cesa de consolidarse desde hace 250 años.
Es por eso básicamente que ahí tenemos a Trump, ese “Él” patético al frente de un país cuyo arsenal nuclear puede evaporarnos (literalmente) de la faz del planeta, o que aquí se mantenga vigente ese “Él” que hecha cantaleta, miente, manipula y cizañea a diario, pero que ostenta una popularidad tan alta –por ese mismo motivo– con la que incluso se corre el riesgo de que elija presidente.
Hombre. Viejo amigo.
Me alegra esta «tu» cosecha.
Te felicito.
Al respecto un breve comentario.
En contextos democráticos, se asimilan a tal punto las diferencias y divergencias, que caben los «El», los Otros y los otros.
Sii competimos, seremos legitimdores, tal como ha sucedido. Lo hemos hecho en condiciones de inequidad, y aun sabiendolo, nos asimilarnos en nostálgica orfandad del poder de aquellos otros.
Nuestro lugar esta en su antípoda, pero sobre todo, no en perifonear que somos demócratas, cuando sabemos que su filosofía se desvirtúa en su mecánica electoral y que el ciudadano elector no es racional en estricto, sino un pragmatico a conveniencia, por eso, tendremos un merecido
Otras convicciones nos evocan no como socialistas, sino como quienes entendemos el capital compatible con el bienestar social, la estatización de la salud y la educación, así como la tierra y producción agraria.
Necesitamos una educación que punte a la formación sujetos políticos, no necesariamente modernos, pero si populares.
Gracias al proyecto de sociedad moderna capitalista, hemos alcanzado lo que tenemos en demasía y a desgracia.
Con ésta crítica, y quizá con los proyectos de educación popular sea posible contribuir a expandir aún sin sujetos ilustrados como tu, el conocimiento sobre nuestra realidaf política.
Infinito afecto fraterno.
Saludos