Últimamente en Colombia, nos hemos visto involucrados, en un una serie de episodios repetitivos, sucesos que dejan entrever las facetas más viscerales de algunos individuos, en los que de buenas a primeras, sale a relucir una lucha de egos políticos vociferantes como el aullido feroz de un lobo rapaz, capaz de devorar todo lo que perciba a su alcance.
Colombia, en medio de su idiosincrasia no es ajena a las realidades políticas de los países europeos, donde hasta los más finos diplomáticos, la emprenden unos contra otros, al mejor estilo de campo de boxeo. Y es que es prácticamente imposible que en medio de la pluralidad ideológica que inunda al país no se tejan odios y tormentas, que se empiezan por gestar en principio en medios de comunicación, hasta permear la esfera pública o, en el peor de los casos, la privacidad e intimidad de los individuos.
En este orden de ideas, y llevados por la teoría de las diferencias, la libertad de expresión en Colombia, ha logrado innumerables avances significativos en pro de la difusión de cadenas de relatos y diversos acontecimientos en lo que muchas veces, el afán, y el espíritu pasional por ser el primero en informar, les juega una mala pasada.
Y es que no es causal para asombrarse los cientos de casos, en los que periodistas colombianos se exceden en la divulgación de su información, que por últimas, en el peor de los casos terminan por edificar conjeturas, bastante subjetivas y peligrosas, emitiendo juicios a priori o condenando ante los micrófonos y en la otra orilla, el político de turno, o el que está en oídos de todos; abusa de su posición beligerante, altiva, y prepotente, se regocija en sus cenizas de poder y en su ambición por ser tendencia, y liderar sus adeptos el camino a seguir, por errado que parezca.
La Calumnia, y la Injuria, son tipos penales consagrados en la legislación colombiana, cuyo fin es mantener incólume la dignidad, honra y buen nombre de los individuos, de evitar “sacrilegios subjetivos”, ataques a la integridad personal, confusiones, o falsas acusaciones, que los acusadores edifican a su amaño, sin medir el grueso calibre de las palabras. Allí donde nadie sale bien librado, pues se convierte en un rifirrafe, un tira y hale, de nunca acabar, que termina por convertirse en cortina de humo, para eludir la relevancia social y política de temas realmente trascendentales para el país.
Por otro lado, cabe resaltar el valor agregado de la protección a la libertad de prensa, un país donde la democracia sea su pilar, no puede existir censura, no obstante, se debe encausar por la veracidad.
El periodismo tiene una “Responsabilidad Social” que no puede ser ajena al contenido de la información que divulga, son necesarias las denuncias, más aún cuando se encienden las alarmas de que algo no anda bien.
Pero en el peor de los casos , esa liberalidad de informar se trastorna en libertinaje para imputar una conducta delictiva, o hacer una imputación deshonrosa que termine por comprometer la vida e integridad de los individuos.
Tenemos que hacer un alto en el camino y discernir en el respeto por las diferencias, e incluir Altura en el debate ¿Qué pasó con las explosivas declaraciones en un reconocido canal contra el ex diputado del Valle, Sigifredo López? terminó en una condena millonaria al Estado colombiano ¿las persecuciones políticas y religiosas al MIRA, las acusaciones a la Ex Senadora y hoy Gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, de la exsenadora Nancy Patricia Gutiérrez, del senador Luis Fernando Velasco, el almirante (r) Gabriel Arango Bache, y de las condenas por falsos testigos en el caso de Luis Alfredo Ramos, entre otros? … ¡Nada!, todo quedó en el terreno de la presunción, en la ignominia de sus dolientes, que en la mayoría de los casos, terminó por lesionar la honra y buen nombre, daño que en la mayoría de veces, es irreparable.
Todas estos sucesos, sientan un gran precedente de la gravedad en la ligereza del vocablo, nos están sumergiendo en un lodo asfixiante, que nos está conduciendo a elegir siempre los mismos, mientras estos se encargan de distraer la atención del país, logrando sus perversos ideales.
La crítica y los cuestionamientos mantienen con vida el espíritu de la Justicia pero no se pueden convertir en dardos inescrupulosos que incrementen las tormentas mediáticas en un país que día a día se desangra por la corrupción, la desidia del gobierno en la periferia, el abandono de las minorías étnicas, y en general las crisis sociales.