Cuando un electrodoméstico se daña en la casa, tal vez la opción más racional sería mandarlo a revisar y reparar si es posible. Pero en Colombia las cosas antes de sacar la mano sirven con “mañita” y así, con ese medio andar tratamos de exigirles que hagan las mismas cosas y produzcan los mismos efectos.
La misma idea de la “mañita” se aplica inclusive a los ámbitos más elevados de los asuntos estatales, entre ellos la educación, en particular la educación primaria y media.
Desde la Constitución Política de 1991, se ha venido intentando fundar un Estado social y democrático de derecho, en el pluralismo y la participación (el efecto esperado) Mientras tanto los colombianos se educan en espacios donde en gran parte de los casos se promueve todo lo opuesto.
Pero la cosa es que así sigue “funcionando” como una cinta transportadora de hacer bachilleres y que trata a las personas como una materia homogénea a la que se le debe aplicar el mismo proceso.
Los problemas son múltiples: primero, no tratan con una materia homogénea sino con una heterogénea y volátil, personas; segundo, el proceso aplicado no es idóneo por no considerar las diferencias; tercero, la máquina de hacer bachilleres está sacando la mano.
La última afirmación se sustenta en que el efecto esperado y el conseguido son distintos. No se educa democráticamente, se educa en la imposición. No se educa en el pluralismo, sino en la repulsión a lo diferente. No se educa en la Constitución, sino en los reglamentos que la desconocen.
El debate sobre los manuales de convivencia, solo muestra una pequeña parte del catálogo de derechos que se vulneran en cientos de instituciones educativas en todo el país.
Existen muchos colegios que si bien continúan promoviendo bachilleres año tras año, lo hacen cercenando derechos fundamentales de los estudiantes, de los profesores e inclusive de las familias.
Nadie es ajeno a esa realidad, tal vez usted mismo o un conocido suyo haya sido objeto de dichas vulneraciones. Por ejemplo muchos hemos oído sobre alguna joven embarazada que fue expulsada o conminada a retirarse de un colegio confesional, que la separó de la institución para preservar la “buena imagen”.
Esta “buena imagen” que es el molde para cincelar la personalidad de los educandos, excluye a todo aquel que no se adapte. Mechudos, ateos, agnósticos, musulmanes, metaleros, anarquistas, marxistas, tatuados, perforados entre muchos otros que rompen con el molde, son parias en las aulas y repelidos por la institución.
La “buena imagen” es el cascaron que oculta las problemáticas que enfrentan muchos adolescentes, que han roto lazos comunicativos con quienes no los escuchan. Mientras los profesores vigilan el largo del cabello y el blanco de las medias, los estudiantes enfrentan problemas reales, son víctimas de matoneo y en casos extremos se citan para darse puñaladas.
Entonces se empiezan a escuchar las voces de los defensores de la maquina defectuosa, que se rasgan las vestiduras para defender el principio de autonomía institucional, oponiéndose al diagnóstico y la reparación.
Habrá que preguntarse, ¿autonomía institucional, para qué?, ¿para preservar lo que funciona cada vez menos? ¿Para imponer una forma de ver el mundo y excluir las demás? ¿Para omitir la aplicación de la constitución?
Ni la autonomía de los colegios, ni los manuales de convivencia son de carácter supraconstitucional, en ese sentido, tienen que adaptarse a ese marco. Debiendo reconocer los derechos de todos los integrantes de la comunidad educativa, eso no debería estar en entredicho, el debate está en la forma en la que se va a hacer.
Mientras tanto, agobia oír las voces que de manera cada vez más evidente se oponen a las disposiciones constitucionales, aferrándose al pasado, donde la letra con sangre entraba.
Es hilarante a la vez que temible escuchar a padres y docentes añorando aquellos tiempos de sostener dos ladrillos al rayo del sol. Se puede pensar fácilmente que todos los padres que exaltan estas prácticas tal vez sean los maltratadores que engrosan las cifras de violencia intrafamiliar en todo el país.
Al igual que muchas otras máquinas de la sociedad y el Estado, la educación en los colegios está dando claras muestras de que va a sacar la mano. Los colombianos deben decidir si seguirle buscando la maña o si de manera pluralista y democrática se le buscan soluciones reales, aunque el costo sea el revuelo de garantizar los derechos de los que se apartan del modelo y levantar el manto hipócrita de la “buena imagen”.
Sebastián mil gracias por este artículo, acertado, enfocado, actual, respetuoso y fácil de leer y comprender. Además estamos de acuerdo
El tema tiene de largo como de ancho; los extremos son peligrosos y hay que revisar cuidadosamente experiencias efectivas en educación de otros países y que podríamos usar como referente.
Sería muy bueno promover una sana discusión al respecto.