Como nunca antes en la historia de Colombia, la campaña Presidencial no se decidirá en las urnas, sino en el número de “likes” en las redes sociales.
Facebook y Twitter se han convertido, con el paso de los años, en plataformas que cumplen diferentes funciones: además de ser la ventana donde los humanos abren las puertas de su vida para exponerse al juicio público, es el lugar donde los indignados se emputan porque sí y porque no, donde la gente (inocente) cree que por comentar una publicación está haciendo uso de su derecho a la libre expresión. Pero especialmente, las redes sociales se han convertido en el escenario ideal de los políticos para desprestigiar a sus opositores.
En la campaña Presidencial que se avecina, no debemos esperar grandes discursos en la plaza pública, como se hacía antaño. Los días donde los grandes oradores endulzaban la oreja de las masas confundidas son cosa del pasado.
Ahora, solo basta con escribir en 140 caracteres una frase populista, muchas veces con mala intención hacia los rivales políticos, para generar una polvareda en los medios.
Fresco tenemos en el recuerdo el tuit del expresidente (así le duela aceptarlo) y ahora senador Álvaro Uribe contra el periodista Daniel Samper Ospina. Sin embargo, lo particular de ese escandaloso tuit no fueron en sí las palabras empleadas, sino el medio utilizado para desprestigiar.
Uribe, sagaz y venenoso como solo él sabe serlo, no desprestigió a Samper Ospina en un discurso en alguna de las universidades que visita para hacer proselitismo a favor de la guerra, ni en alguna reunión de su partido político para complotar contra el gobierno. No, él lo hizo a través de la plataforma que más réditos le ha dado después de dejar la Casa de Nariño: Twitter.
Con un número de casi cinco millones de seguidores, Uribe sabe que cualquier trino publicado se convierte fácilmente en noticia, y que cualquier ataque que haga hacia otra persona será respaldado incondicionalmente por una masa que no distingue entre “ser frentero” y “ser patán”. Sin embargo, todos estos comportamientos en las redes sociales del expresidente (así le duela aceptarlo) se le han vuelto en su contra. Uribe ha logrado desprestigiar a sus opositores, sí, y de paso a sí mismo según la última encuesta de Gallup, donde aparece por primera vez con una popularidad menor al cincuenta por ciento.
Toda esta larga introducción, con ejemplo incluido, nos lleva al punto de encuentro de todos los partidos políticos que se disputarán la presidencial: no ganará el candidato que más convenza a los colombianos, sino aquel que mejor sepa utilizar las redes sociales para desprestigiar a sus rivales. Analicemos los casos de los cuatro candidatos que más se perfilan a agitar las redes en esta campaña.
En primer lugar, tenemos a Álvaro Uribe, quién es candidato de facto y cuyo elegido simplemente será un rostro para los afiches. Es claro que su campaña se centrará, como sucedió con el plebiscito por la paz, en desprestigiar al gobierno Santos, al tratado firmado con las FARC y a todo aquello que pueda significar la participación en política de quienes asesinaron a su padre.
La estrategia en las redes sociales no se centrará en proponer un plan de gobierno, pues todos sabemos que en el Centro Democrático el único plan que existe es “lo que el jefe diga”, sino en enfurecer a sus fieles seguidores y alimentar el odio hacia todo lo que pueda acercarse al mal llamado “castrochavismo”. Ya les funcionó en el plebiscito, y como se dice en el fútbol, “equipo ganador no se toca”, excepto por la salida de Juan Carlos Vélez, quien hizo enojar al patrón. Uribe tiene asegurados millones de “likes”, y una maquinaria mediática que puede convertir un simple trino suyo en tema de debate.
Luego tenemos a la senadora, y prematura candidata a la presidencia Claudia López. Si bien se le aplaude su compromiso por la lucha contra la corrupción, su discurso también se apoya en el populismo y en la rabia de los ciudadanos hacia la clase dirigente. En incontables ocasiones, pues sabemos que disfruta tanto de los medios como de los gritos, ha dicho que el congreso está infestado de hampones, ladrones, corruptos y torcidos. Senadora, ¿en verdad cree que no lo sabíamos?
Otro de los errores en los que recae Claudia López es en considerarse la abanderada de la moralidad y la ética política. Todos son ladrones, menos ella. Todos complotan, menos ella. Todos tienen la mano untada, menos ella. Si algo nos ha enseñado la historia es que no hay persona que haya llegado al Congreso, y menos a la Casa de Nariño, sin ensuciarse un poco, por lo cual esa falsa moralidad y el tono de rectora de colegio no terminan de convencer. Tiene asegurados los “likes” de los emputados con el sistema, pero eso no significa que se vayan a traducir en votos.
En tercer lugar, tenemos a otro político adicto a las redes sociales: Gustavo Petro. El caso del exalcalde de Bogotá (así le duela aceptarlo) es similar al de Álvaro Uribe: su cuota de “likes” depende de sus incondicionales defensores de la “Colombia Humana”. Llega a la campaña presidencial con el lastre de haber sido el causante de que la alcaldía de Bogotá cayera de nuevo en manos de la élite derechista. Los bogotanos, hastiados de las administraciones llenas de escándalos de corrupción y de la ineptitud de la izquierda para administrar la ciudad, le pasaron la factura a Petro eligiendo a su opuesto, el dotor (sin C porque no tiene el título) Enrique Peñalosa.
Además de esto, Petro simboliza en estas elecciones la izquierda trasnochada, aún estancada en el discurso de la lucha de clases (igualmente populista). Es una lástima que quien fuera otrora uno de los grandes senadores de Colombia, ahora encuentre comodidad en polemizar a través de Twitter, como sucedió hace un par de semanas con Claudia López. Pelear a través de un Smartphone los rebaja a la categoría de barrasbravas, no de estadistas.
Los “likes” de Petro, además de los que ya tiene asegurados por su rebaño, dependerán más de cómo logrará desmarcarse de su turbulenta alcaldía. La estrategia de la victimización ya no funcionará, pues este fusible lo quemó cuando el cardenal Ordóñez intentó tumbarlo a la brava. Tendrá que reinventarse políticamente, y eso no se logra a punta de trinos.
Por último, tenemos a un candidato que no mueve masas, que no trina ni tiene un solo “like” positivo, pero aun así se muestra como el rival a vencer, Germán Vargas Lleras: el Frank Underwood colombiano. Es el político por antonomasia: delfín de una familia poderosa, educado para ser presidente y con la habilidad para reptar entre la clase dirigente hasta llegar a la cima.
La red social que más lo ha popularizado es Youtube: su coscorrón a uno de sus guardaespaldas tiene sesenta mil visitas, y a pesar de la indignación que provocó, obligándolo a pedirle disculpas de mala gana al pobre hombre, sigue en carrera a la presidencia. Su mutismo sospechoso con respecto al tratado de paz firmado por su gobierno con las FARC lo han hecho ver como un uribista infiltrado en la Casa de Nariño.
Nada más alejado de la realidad: Vargas Lleras juega para él, consciente de que puede atrapar un gran número de votos entre esa gran masa de la población que no quiere a Uribe, pero que tampoco desea ver a los guerrilleros vestidos de corbata en el Congreso. Al igual que Frank Underwood en House of Cards, Vargas Lleras no tiene escrúpulos al momento de hacer alianzas políticas que lo puedan catapultar a la presidencia, gracias a los votos conseguidos en las regiones. No se puede olvidar que su partido, Cambio Radical, es uno de los que aporta más investigados por la parapolítica, pero a él nada lo salpica.
Él se escabulle astutamente, y si llega a ser posesionado en poco menos de un año como presidente, pocos serán los sorprendidos. Puede ser la excepción a la regla: no necesitará un solo “like” para llegar al poder, pues él piensa que este le está reservado por derecho.
Dejamos de lado a candidatos como Humberto de la Calle, Jorge Robledo o Sergio Fajardo por ahora, pero a medida que avance la campaña, seguramente habrá otra columna analizando el movimiento en las redes sociales.
Algo es claro, la campaña a la presidencia para 2018 será no solo la más crucial en la historia reciente de Colombia, sino la más mediatizada y la más virulenta en las redes sociales. Así como Trump logró llegar a la Casa Blanca gracias a Twitter, más que a un plan de gobierno serio, en nuestro país las redes sociales serán el reflejo de la polarización política que vivimos.
Todos están emputados, todos están indignados, todos comentan, todos opinan, pero no todos votan. Vamos a ver cuántos millones de “likes” se convierten en votos, pues algo es claro: con un Smartphone en la mano, no hay izquierda ni derecha. Solo barrasbravas intentando ensuciar al adversario de turno.