Doralice Santamaría Gil nació el 30 de mayo de 1923 en Chaguaní Cundinamarca. Está próxima a cumplir 96 años, de los que ha vivido en gran parte en el Valle del Cauca: tierra que la acogió y en la que se reencontró con sus 3 hermanos mayores de los cuales fue separada por esos avatares de la vida, cuando apenas contaba con escasos 7 años.
La niñez de Doralice estuvo marcada por un sino de maltrato y explotación continuo tras la muerte de sus progenitores. Siendo apenas una niña quedó a cargo de sus despiadados padrinos que hicieron de su infancia una etapa muy cruel, esa misma que ella aún no logra borrar de sus recuerdos.
De Chaguaní pasó a vivir en la tierra grande de Colombia. El Tolima la vio hacerse mujer, esa provinciana humilde tuvo que enfrentar la vida como madre soltera, trabajando de sol a sol por un jornal de miseria y viviendo junto a sus 3 hijas pequeñas los horrores de la llamada violencia que azotó esta tierra, cuando godos y liberales se enfrentaron en una sangrienta guerra sin cuartel: asesinar al “enemigo” era su lema.
Desterradas de su parcela, permanecieron días y noches escondidas entre cafetales, padeciendo las inclemencias del clima, acorraladas por el hambre, la sed y presas de un infinito terror.
Doralice y sus pequeñas hijas, Mariela (mi madre), Leonor y Daisy (mis tías), lograron escapar de las garras de una muerte segura a manos de los “Chulavitas”.
Sus ojos presenciaron asesinatos indescriptibles por la saña y recalcitrada maldad con la que fueron ejecutados, que aún las atormenta en sueños emanados de esa época ya lejana, pero que se convierte en un Déjà vu replicado por más de 50 años…
Doralice es mi abuela materna: una mujer recia, labrada como una ceiba en medio de temporales, resolanas y pocas primaveras, de caminar muy erguido y señorial. Eso sí, nadie puede negar que ella conserva una vitalidad envidiable.
En su corazón se albergan una serie de sentimientos encontrados, que, a los ojos de algunos, la convierten en una mujer de repente fría, adusta, poco amorosa, le es difícil aflorar ese lado tierno de todo abuelo.
Fue una madre muy drástica, a sus 6 hijos los levantó con la vehemencia característica de esas mujeres campesinas acostumbradas a ganarse el pan de cada día, con el sudor de su frente y a corregir con rejo en mano.
Hoy Doralice es una bisabuela que vive su vida en la serenidad y sabiduría de sus casi 96 años, superando la pérdida de uno de sus hijos, víctima de esa violencia sin sentido que sigue haciendo de las suyas en cada recoveco de las urbes y campos que conforman este bello país, azotado inmisericordemente por esa maldita guerra que se obstina a enraizarse de nuevo, a cuenta del odio vil y purulento de algunos sectores políticos que manejan este país.
Quizás una de las ilusiones fervientes que aún guarda la bisabuela Doralice es morir en una Colombia en paz, no quiere que ese horror de la guerra se perpetúe con sus descendientes.
Con gran regocijo, la bisabuela contempló el desarme de la guerrilla, y el hoy vilipendiado proceso de paz, al que cataloga como una vela encendida en medio de un apocalíptico temporal.
¿Será que la Bisabuela cumple su sueño?…