Columnista:
Daniel Riaño García
Después de escapar de un centro de desintoxicación, ya en casa, Kurt Cobain cogió una hoja tamaño oficio en las manos. A pesar de que la hoja le era insuficiente en ese momento para lo que tenía que escribir, plasmó en una carta —mientras fumaba un Camel Light— su desasosiego por la vida, la humanidad y la empatía. Al terminar de redactar la epístola guardó la hoja y el bolígrafo en el bolsillo izquierdo de su abrigo.
El siguiente paso: sacar la escopeta de la funda, una caja de cartuchos, un par de cervezas, una gran dosis de heroína, un par de toallas —para limpiar la sangre— y una caja de puros Tom Moore. Al marcharse de la casa, rumbo al invernadero que hacía parte de su propiedad, advirtió la mañana mientras encendía un puro. Debía darse prisa. Al llegar sacó la carta del bolsillo, bebió unas cervezas y en los últimos cinco milímetros restantes de la hoja escribió: «Por favor, Courtney, sigue adelante, por Frances, por su vida, que será mucho más feliz sin mí. Las quiero. Las quiero». El 5 de abril de 1994, Kurt Donald Cobain se inyectó una abundante dosis de heroína y antes de perder el conocimiento se disparó la escopeta Remington en el paladar.
La generación que antecedió a la de Kurt tenía un problema con el sistema, por eso su objetivo consistió en avivar las masas para cuestionar lo preestablecido por la sociedad. Mayo del 68 fue su punto de efervescencia para terminar en los anales de la historia como los partidarios de la convulsión, el cambio y el fortalecimiento de los movimientos contraculturales que cantaban Blowin in the Wind bajo los melodiosos acordes de la guitarra de Bob Dylan. Por el contrario, los nacidos en los 60 no tuvieron problema alguno con el sistema, simplemente no encontraron su sitio en él y su objetivo no era cambiar el mundo, sino que el mundo los dejara en paz. La mayoría de ellos fueron jóvenes cualificados en busca del éxito trabajando para un Burger King —y otros que ya habiendo pescado la gloria del marlín no sabían qué hacer con él—. Esta generación tuvo que reinventarse a la Guerra Fría, la carrera espacial, la Guerra de Vietnam, la llegada del Internet, la epidemia del sida, el auge del neoliberalismo, entre otros significativos avances y acontecimientos de finales del siglo pasado.
Kurt Cobain y Krist Novoselic se conocieron en el Instituto Abeerden High School; sin embargo, nunca trazaron comunicación. Lo que los unió —además de escuchar a los Sex Pistols— fue una banda ya consolidada en Seattle llamada The Melvins. Por ello, frecuentemente se encontraban en el local de ensayo de este grupo. Cobain quería formar una banda y vio en el gran bajista una oportunidad, por eso se lo propone. Debido a que él no accede a su petición, Cobain le entregó un demo de su banda Fecal Matter. Este quedó impresionado al escucharlo y cede ante la propuesta del inadaptado joven. Fue de esta manera como Kurt (en la voz principal y la guitarra), Novoselic (en el bajo) y varios bateristas que transitaron por la banda (hasta que llegó Dave Grohl en 1990) fueron moldeando un grupo que pasaría por varios nombres —algunos fueron: Skid Row, Pen Cap Chew, Bliss y Ted Ed Fred—, hasta dar forma y llamarse, desde 1987: Nirvana.
La notoriedad de la banda de Seattle es un hecho innegable. Tras los éxitos de Love Buzz y su primer álbum llamado por Kurt Bleach —inspirado en una valla que sugería inútilmente a los consumidores de heroína que desinfectaran las agujas con las que se inyectaban para evitar contraer sida— lanzado con Sub Pop en 1989. Con esta disquera independiente Nirvana elevó su carrera a lo más alto de la escena underground y exportó su música a lugares nunca antes imaginados por ellos.
No obstante, la toga picta arribó con el segundo trabajo discográfico, titulado Nevermind. Ninguno de los integrantes del grupo creía en el impacto que iba a generar este álbum. Muchos cambios se percibieron: habían lanzado Sliver, cambiaron a Sub Pop por un sello discográfico más comercial llamado DGC RECORDS. Estos cambios llevaron a que Nirvana hiciera música al alcance de todos; también impulsó su acenso dentro de la cultura de masas e hizo del grunge el símbolo de una juventud.
Durante las pausas de la filmación de Spirit se diseñó su icónica portada (inspirado en uno de los dibujos de los cuadernos de Kurt) en la cual aparecía el bebé Spencer Elden que estaba desnudo en una piscina intentando atrapar un billete de dólar sujetado por un anzuelo; aparentemente significaba una metáfora de la vida humana en donde es arrebatada la inocencia —tal vez sin querer— al nacer, lo mismo que le sucedió a Nirvana con el cambio de disquera y su inserción en la música comercial.
Después de meses de arduas horas de trabajo el anhelado día había llegado: el empuje comercial del álbum lo dio el single Smells Like Teen Spirit y su recordado videoclip repetido con ferviente exceso por MTV. El 24 de septiembre de 1991 las tiendas en Estados Unidos estaban al tope con las copias de Nevermind (lo mismo sucedía en las británicas). El álbum tenía canciones potentes y pegadizas; con una mezcla de punk y The Beatles. Karen Schoemer del New York Times escribió en 1991:
“…Nevermind está por encima de la fácil categorización. Sus ritmos acelerados y sus riffs de tres acordes provienen del punk rock, pero las guitarras densas y fuertes son tan pesadas como el metal; Cobain tiene un gruñido amenazador que podría competir con los mayores exponentes del género metal, sin embargo, cuando las canciones se iluminan, muestra una voz que se adapta al pop melódico”. Y prosigue “Hay suficientes texturas intrigantes, cambios de humor, fragmentos instrumentales y juegos de palabras para proporcionar horas de entretenimiento”.
Luego de su arrollador ascenso promocionado por MTV, Nirvana hizo de Aberdeen una ciudad famosa por algo más que por ser un pueblo de leñadores y pescadores. Nevermind y sus impactantes letras acompañadas de ritmos pegadizos calaron en lo más hondo de la sociedad norteamericana sacando a la luz una generación que no encajaba en el statu quo. Con este trabajo discográfico, Teen Spirit dejó de ser solo una marca de desodorantes para convertirse en el himno de una generación que se sumía en el fatalismo y la introspección, al mismo tiempo que gritaba con Cobain, desde lo más profundo de su estómago, buscando una identidad propia: Come as You Are.
Para su tercer álbum titulado In Utero Nirvana decidió trabajar con Steve Albini (músico y productor reconocido por su trabajo en Surfer Rosa, de Pixies). Este álbum demostró que Kurt estaba más obsesionado con la idea del nacimiento que con la de la muerte, puesto que en algunas de sus canciones se vio reflejada la ruptura de sus padres cuando él tenía ocho años de edad y su nueva paternidad. A pesar de no ser tan bueno comercialmente como el anterior, este último álbum dejó al descubierto la fisura que tuvo el mítico vocalista con una sociedad que no estaba hecha a su imagen y semejanza.
En un memorable concierto de la banda, el Unplugged in New York en noviembre de 1993 —después hubo otros en Alemania y Roma— en la última canción (Where Did You Sleep last Night?), que no era propiamente de Nirvana, se le vio a Kurt taciturno y más concentrado que nunca. El público cantó con él, pero en el último coro todos callaron —puesto que nadie lo pudo haber hecho como él—. Junto con un blues; susurrando a los espectadores con sus ojos cerrados, con su rasgada voz y su tierna y rabiosa guitarra cantaba «…in the pines, in the pines. The sun, the shine. I’ll shiver… the whole». Tal vez muchas cosas pasaron por su mente antes de finalizar este coro: Aberdeen, Seatle, el divorcio de sus padres, su primera guitarra y una banda. Amigos: Novoselic, varios baterías hasta dar con Grohl. Algunos logros: un gran álbum, conciertos con pequeñas audiencias, una disquera independiente. Un gran paso y una traición para muchos: disquera comercial y Nevermind. Varios amores y Courtney Love. Una marca de desodorantes. Una pista, un riff, un solo de guitarra, una guitarra destruida en el escenario. Entre yonquis, uno que otro chute. Grandes conciertos con grandes audiencias. Una familia y su nueva paternidad. Una parada en la carretera y un dolor de estómago y para el dolor: otro chute. Un álbum que decía mucho de Kurt: In Utero. Un colosal concierto. Nirvana. De repente volvió al escenario, abrió los ojos, suspiró, volvió a cerrar los ojos y gritó desde lo más profundo de la garganta “…night through”. La canción terminó, el público reventó en aplausos y Kurt regresó a la realidad.
Todo terminó en 1994. Junto con Cobain murió la banda. De repente, Nirvana terminó encajando perfectamente en las pasadas, presentes y futuras generaciones. La búsqueda de una identidad propia pasó a ser de todos —una franela a cuadros, cabello largo, unos jeans desgastados, un suéter, unas converse y una camiseta con el logo del grupo—. Incluso el diseñador Perry Ellis lanzó una colección grunge y como si fuera poco, la demanda de los Alls Stars incrementó.
En lo musical, el efecto Nirvana desafió la forma de hacer Rock. Antes de su ascenso, la música estaba plagada de recursos técnicos. Cobain, Novoselic y Grohl se enfrentaron a enormes grupos como Guns S’ Roses, Mötley Crüe, Aerosmith (entre otras bandas); ya que estos últimos encumbraron la imagen del rockstar (autos lujosos, ropa de las mejores marcas, escoltas, maquillaje, música técnicamente demasiado limpia, etc.), pero este grupo la bajó, la incineró y se la dio a los hombres, dándoles la oportunidad de ser parte de un mundo que creían imposible alcanzar. Por eso después de Nirvana se concibió una escuela en la que todos podíamos intentar ser un rockstar —coger una guitarra y expresarnos como quisiéramos—, en la cual se formaron bandas como Perl Jam, Silverchair, Cris Cornell de Soundgarden, Stone Temple Pilots, Alice Chains, Foo Fighters, entre otras, que emergieron influenciadas por el legado de Nirvana.
El siglo pasado fue uno de los más agitados y abrumadores en la historia, la última centuria nos permitió entender que las próximas batallas ya no debían librarse en el fango junto con otras especies; sino que el adversario se encuentra en casa y puede estar diseñando un nuevo artefacto en la habitación de al lado para acabarnos. Las generaciones posteriores a la de Kurt lo hemos entendido tal vez sin quererlo. A pesar de que hallamos un espacio en la sociedad a un clic en Google, hemos enfrentado el vertiginoso ascenso de la tecnología, el consumismo, la ciencia, guerras —y ahora— el punzante bombardeo de información por parte de la prensa, las redes sociales, los medios de comunicación, etc. (otra forma de acabar con el otro). Seguir reinventándose en el mundo digital se ha convertido en un trabajo —para mostrarle a los demás que somos mejores que ellos— que se realiza a diario en frente de una pantalla con preguntas (en Facebook, Twitter, Instagram, etc.) como ¿qué estás haciendo?, ¿en qué sitio te encuentras?, ¿qué está pasando?, ¿dónde trabajas?, ¿dónde estudias?, ¿qué cosas te gustan?, ¿qué estás pensando? Sin duda, el enigmático, sensible y ensimismado genio de la música de la década de los 90 no habría sobrevivido ante la atosigante presión del siglo XXl.
Publicado en abril de 2019 en Revista Artificio (ya no se encuentra en línea).
Fuentes:
Charles R. Cross: Kurt Cobain la biografía
Ricardo Abdahllah: Kurt Cobain El rock estaba muerto
Martin Clarke y Paul Woods: El enigma Kurt Cobain