Columnista:
Lady Orozco
Todos hemos sido testigos del papel que ha jugado Julián Román al hacerle críticas justificadas al actual Gobierno de Iván Duque, ese supuesto presidente que muchos veneran, pero que muchos otros sabemos que solo es un títere puesto para poder realizar un plan orquestado por el eterno.
Todo empezó con pequeñas cosas: los actores no deberían meterse en la política, dedíquense solo a actuar, ya van a vender la idea de castrochavismo, váyanse para Venezuela, son unos guerrilleros, ojalá la izquierda les dé para comer… pero poco a poco se fueron subiendo de tono y generando angustias mayores, no solo en él, sino en quienes lo han acompañado en este proceso, como es el caso de Adriana Lucía, Diana Ángel, Martín de Francisco y muchos otros.
En Colombia es muy famosa la frase: «no patee la lonchera», que viene siendo, en otras palabras, «no se meta con quien le da de comer». Pero, ¿es posible que eso pase en la cumbre de la libertad de expresión como lo es Colombia?, ¿es posible que esos hechos pasen en el paraíso donde uno puede opinar y, aun así, conservar su trabajo?, no lo responderé yo, sino que lo harán los hechos:
“Perdí un contrato de una campaña de motos porque según el concepto de la persona (el contratista) yo era subversivo y guerrillero”: Julián Román (Tomado de entrevista realizada por Blu Radio).
En Colombia no existe libertad de expresión, pero peor aún, esta se filtra en tus medios profesionales, en tu carrera, en los años de experiencia. Tus palabras en contra de alguien se pueden tornar en una substracción de todos los años que pasaste formándote como actor, y este fue el caso de Julián Román.
Se le cerraron puertas en la cara, sus redes sociales se llenaron de insultos, su familia pasó a correr peligro y sus noches se convirtieron en una larga pensadera sobre aquello que puede pasar si las amenazas siguen escalando a más. Y si bien estas no han llegado a mayores, ha asegurado que no lo dejan dormir en las noches y que, en ocasiones se ha quedado en vela “hasta las 4 de la mañana, angustiado», pensando en qué se puede hacer.
Sabemos que, en algunas ocasiones, tememos más por nuestros seres queridos que por nosotros mismos. Ese amor por el otro puede pasar barreras gigantes, y sentir que los ponemos en peligro puede hacernos pensar cada vez más en lo que estamos haciendo, pero todo eso se acrecienta cuando sabemos que algunas personas tienen acceso a la información más sagrada: la privada. A Román le sorprende cómo algunas personas inescrupulosas han conseguido información personal suya para amenazarlo, incluyendo direcciones, nombres de familiares y ciudades en las que se encuentra. No sabe cómo consiguen estos datos. (Tomado de El tiempo)
Si bien el caso de Julián Román no es el único, si es uno de los tantos que permite ilustrar el país en el que vivimos. Ese donde se teme a cada segundo y donde tus ideologías políticas parecen ser una carga que llevas en la espalda cada vez que vas a una entrevista, o cuando te acuestas en tu cama y tratas de olvidarte de las infinitas amenazas con las que te podrás encontrar cuando abras los ojos (si es que logras hacerlo).
Aunque el artículo 20 de la Constitución política de Colombia asegura que tenemos derecho a la libertad de expresión, parece que hubiesen puesto en la letra más pequeña: esta solo se disfrutará si esta dispuesto a sacrificar su trabajo y, sobre todo, su tranquilidad en todo lo que haga. Los ciudadanos tenemos derecho a expresarnos, ¿pero a costa de qué?