Columnista:
Rafael Medellín Pernett
Luego de que Estados Unidos decidiera publicar unas supuestas imágenes sobre objetos voladores no identificados, en un desesperado e inoportuno intento de ganar protagonismo a nivel mundial, la nación nipona empieza a replantear su estrategia militar con base a un eventual ataque extraterrestre.
Cabe resaltar el esfuerzo de preparación bélica del país asiático que servirá, muy seguramente, de modelo para las acciones a seguir por el resto de ejércitos de la Tierra, sin embargo, no nos desilusionemos cuando los hombrecillos verdes desembarquen a las afueras de Tokio sin el más mínimo interés en apropiarse de los territorios del imperio asiático ni mucho menos de las islas adyacentes bien llamadas ‘militarmente estratégicas’. Mantengamos la compostura cuando, para mayor humillación, seamos considerados una de las especies menos avanzadas, sino la peor de todas, de las que han visitado en su amistoso y exploratorio tour intergaláctico.
Entonces será Estados Unidos, y no Japón, quien entrará en una severa crisis política al caer en la cuenta de que toda su carrera armamentista, toda su costosa preparación militar, todos sus incansables esfuerzos por detener el terrorismo (o monopolizarlo, cómo se entienda mejor), y toda su preocupación por asegurarse cuanta fuente de petróleo habida y por haber, no tiene significado alguno de la atmósfera terrestre hacia afuera y que como país no representa mayor aporte al Gobierno interplanetario.
En cualquier caso como la contundencia de las imágenes publicadas puede ser puesta en tela de juicio hasta por un joven de quince años que domine medianamente el moderno arte del Photoshop, y dado el desconocimiento con respecto al tema, sería muy adecuado generar una conversación internacional para debatir sobre el uso de las armas durante el hipotético encuentro, esto debido a que si no sabemos cómo son estos seres, no tendríamos por qué pensar que una pistola de balas de plomo sea más efectiva que una pistola de agua.
Y como en la cadena de la evolución, el hombre todavía es más mono que hombre, es normal que nos preparemos, con una aceptable inestabilidad mental, para proteger lo poco que queda de este planeta (si es que en realidad hemos dejado algo), y armarnos hasta los huesos para pelear así sea contra figuras de gelatina, porque los libros de historia podrán decir muchas cosas, como por ejemplo, que dos bombas atómicas mataron a más de cuatrocientas mil personas en menos de cuatro días, pero jamás dirán que un nipón sucumbió ante el mortífero láser de un extraterrestre a causa de una deliberada falta de planeación por parte del Ministerio de Defensa del país asiático. Ni mucho menos, mencionarán los mismos libros, que el Japón, pionero de tantas cosas, no fue la primera potencia capaz de tomar por verdades algunas mentiras, manteniendo así su primacía en conocidos rankings sin mucha importancia.
Nuestras esperanzas deben concentrarse en aguardar que la realidad sea como la dudosa opinión de este columnista, quien aspira a que los extraterrestres gocen de una inteligencia avanzada —lo que sea que esto signifique—, y que si algo les parezca repugnante sea precisamente iniciar una disputa universal por un barril de una sustancia negra y viscosa con supuesto valor económico. En caso contrario, si corremos con la mala suerte, y somos tan desafortunados, de cruzarnos con unos atarbanes del espacio, que busquen reducirnos a una nueva modalidad de polvo cósmico, solo queda rezar muy fervientemente al Dios que mejor nos parezca, dependiendo de la sociedad en la que nos encontremos, para que el temido ataque no empiece por Hiroshima ni Nagasaki, porque si hay lugares en el mundo que no merecen ser violentados de nuevo son esas dos ciudades.