Jaime Garzón hacía muecas cada vez que un escueto presentador decía:
—“Abogado de la Universidad Nacional”, “alcalde menor de Sumapaz”, “humorista político”.
En 1997, en una conferencia en la Universidad Autónoma de Occidente, Jaime Garzón se paraba, tomaba el micrófono y empezaba a jugar. Regalaba al público su humor inteligente que lo caracterizaba por la capacidad de crear sonrisas en un país bañado de tragedias. Igualmente se movía de aquí para allá.
Tomó su libro, movió sus lentes y comenzó desde su silla a encantar a un público universitario que se entregó completo a su presencia. Con una camisa azul oscura, sus dientes enchuecados y sus manos revoloteando junto con sus ideas, Jaime les otorgó a los universitarios un mensaje envuelto en humor: “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselos”.
El humor de Jaime Garzón puede ser comparado con el de los grandes maestros de la comedia: irónico, agudo, creativo e imponentemente crítico. Jaime fue la voz de la desobediencia que se enfrentó discursivamente a muchos solapados. Dicho de otro modo, Jaime Garzón era un héroe sin capa. Hacer reír para pensar era su talento. Como dijo el periodista Eduardo Arias “Jaime es igualito a Maradona. Nacieron con una semana de diferencia”.
Salsero, bondadoso, odioso del dinero y el poder era álter ego de todos aquellos que buscaban salir en la pantalla chica o grande. Mientras que unos querían aparentar riqueza, él se disfrazaba de lustrabotas, mientras unos querían mentir, él quería decir verdades a caudales. Jaime, el irreverente maniático de la burla con alta capacidad de inventiva, tenía un objetivo: vivir en una Colombia en paz.
Desde su asesinato no ha existido un comediante en Colombia que se acerque a su ingenio o a su capacidad y gracia que le permitían enjuiciar sin señalar, replicar y desacomodar a los políticos de turno, desenmarañar a los actores de la violencia y a todos aquellos que viven perdidos en un mundo institucional de complacencias.
¿Pero qué ha pasado con el humor político en Colombia? Aunque existió toda una generación que creció con grandes formatos de comedia: en televisión con los Francotiradores y en radio con La Luciérnaga, el talento del creador de Heriberto de la Calle para generar situaciones paradójicas llenas de sentido político no ha sido heredada. Los nuevos jóvenes se han perdido de un hombre digno de admirar, los nuevos comediantes —aunque talentosos— cargan en su memoria con un sujeto que hizo del humor y el arte una forma amigable de digerir y transformar el melodrama de la guerra.
Los medios de comunicación, tan ávidos de facturas, pasaron de tener un humor denso y complejo con Garzón a tener un humor ligero, lleno de lugares comunes, simple, de esos que hacen películas cada diciembre con más clichés que gracia.
Nadie volverá hacer el humor de Jaime. Nadie. La culpa recae un poco en él. Primero por trabajar de forma solitaria y segundo por querer siempre ser el centro de atención; su única falla fue guardarse su talento, ser egoísta y quedárselo. Aunque nos dio sus obras terminadas en la televisión, pocas personas conocieron su carpintería o el camino por el cual llegaba a tal calidad humorística. Los humoristas deberían mirarlo como el futuro y no como el pasado. Sus palabras, tan llenas de humor, fueron un bálsamo para la tristeza. Los humoristas deben pensar que Jaime los invitó a no reducirse a su mínima expresión: la risa fácil, sino a buscar formas de generar escenarios críticos repletos de risa, pensamiento y felicidad.
Por otro lado, el legado está perdido porque el humor político se volvió predecible, trivial y acelerado. El humor político se ha confundido con humor de políticos; no importa el contenido, sino la forma, cuando a Jaime le importaban los dos.
Los colombianos tenemos un deporte arraigado: recordar las fechas de las muertes de sus personajes más influyentes. El 13 de agosto de 1999, Jaime Garzón se montó a su camioneta Jeep Cherokee, tomó el camino a Radionet y en un semáforo fue baleado en seis ocasiones. El humor murió ese día, al menos un poco. Fue un múltiple homicidio, ya que con Jaime murió también Heriberto de la Calle, Dioselina, Godofredo Cínico Caspa, Nestor Elí, Inti de la Oz, Emerson de Francisco y más.
Hay muchos humoristas muy grandes, pero nunca habrá otro Jaime Garzón. La memoria de Jaime, que sigue sufriendo por la erosión y la velocidad con que sus culpables buscan el olvido, sigue intacta. En 2016 el Estado fue condenado por matar al mejor humorista de la historia de Colombia; tuvo tanta culpa Carlos Castaño como el DAS, tanta culpa la derecha cercana al paramilitarismo como los mismos sicarios. Lo mataron unas balas pero también lo mató el coronel (r) Jorge Eliécer Plazas y Jaime Santoyo —exjefe de seguridad de Álvaro Uribe—. Jaime ya sabía que lo iban a matar; fue una muerte anunciada y nadie hizo nada.
Hay dos vías para homenajear a Jaime: luchar por que su crimen no siga gozando de impunidad y anhelar más de su humor. Su asesinato no fue un hecho aislado, sino la consecuencia de un contexto posibilitador y de persecusión donde hay muchos culpables.
“Yo soy aburridísimo: creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz, creo en la democracia, creo que lo que pasa es que estamos en malas manos, creo que esto tiene salvación”. Decía Jaime en una entrevista.
Muchos colombianos quisieran saber qué hubiera dicho Jaime del proceso de paz, de la forma de gobernar de Álvaro Uribe, de los indignantes casos de corrupción. Pero no está y hay que aprender a vivir con ello.
La escena termina con un auditorio que aplaude de forma ensordecedora a Jaime después de escucharlo por hora y media hablar de muchos temas: política, legalización de la droga, educación y comunicación.
La escena termina con un Jaime sonriente después de hablar con los jóvenes, compartirles sus experiencias y motivarlos a analizar el país desde la crítica, todo acompañado de risas y ocurrencias.
La escena termina con Jaime aplaudiendo y con el auditorio absorto de silbidos y algarabía, celebrando la genialidad de un prócer sin estirpe.
Muy interesante y estamos de acuerdo, solo una cosa, él no era un humorista, en realidad y como él alguna vez lo dijo «yo no hago humor, yo hago crítica política a partir del humor».