Iván Duque: ¿jefe de gobierno o de una infame cofradía?

Columnista:

Germán Ayala Osorio

Falta poco para que el inquilino de la Casa de Nariño (o de Nari) se vaya a gozar de una inmerecida pensión. En el epílogo de su desastrosa administración, el fatuo del Iván Duque Márquez no solo malgasta el dinero público en inútiles viajes y traslado de nutridas comitivas, como la que llevó a la cumbre COP26 (149 personas), sino que pretende desconocer lo que le ordenó un juez: suspender la modificación de la Ley de Garantías. Pues bien, en una actitud infantil, desafiante y desinstitucionalizante, el ungido del 1087985 acaba de señalar que sí o sí, sancionará el texto normativo  que modifica la señalada ley de garantías.

Como aventajado uribista, Iván Duque Márquez no solo juega a desconocer la división de poderes y afectar la institucionalidad que tanto dice defender, sino que insiste en desafiar a la opinión pública que le es adversa y que critica su «obra de gobierno». Y lo hace, repartiendo condecoraciones a sus amigotes, el ministro de la Defensa, el fiscal general y la presidenta de la Cámara de Representantes. Eso sí, con la exaltación a Diego Molano no le alcanza para tapar la violación de los derechos humanos que desde la cartera de Defensa aupó y validó el hoy condecorado ministro. Y mucho menos podrá borrar el garrafal error, político, histórico y diplomático, de calificar a Irán como enemigo de Colombia.

De igual manera, con el reconocimiento a Jennifer Arias, Iván Duque pretende borrar el vergonzoso episodio de “Anatolio, vote sí”. Y con la exaltación a su amigo, el megalómano fiscal general Francisco Barbosa, simplemente el saliente inquilino de la Casa de Nariño o Casa de Estudio, le quiere agradecer los favores recibidos, en particular, por haber acogido, institucionalmente, la defensa y solicitud de preclusión del proceso penal que se adelanta en contra de quien lo puso en la presidencia: Álvaro Uribe. Debió condecorar al fiscal Jaimes, ficha clave en ese entramado judicial para sacar en limpio las oscuras actuaciones del expresidente. 

Duque premia y exalta a los tres ladinos funcionarios, arrastrado no solo por el espíritu pendenciero que heredó de su mentor, Álvaro Uribe Vélez (el ‘Imputado’), sino por la circunstancia que marcó su paso por la presidencia: jamás se asumió como jefe de Estado. Y además, tampoco fue visto por sus tres amigos y por la mayoría de los colombianos como el presidente en ejercicio, pues siempre se sospechó y se evidenció que los hilos del poder los manipulaba Uribe Vélez. Por lo anterior, Duque Márquez nada más le alcanzó para manejar los asuntos de Estado y los de Gobierno, como si se tratara de un club de amigotes, o una infame cofradía o perversa congregación.

Al reducir los asuntos público-estatales al talante de una cofradía, Duque Márquez no solo afectó las finanzas públicas, sino que mancilló la figura del presidente de la República. El daño es tan grande, que ya cualquier badulaque puede aspirar a sentarse en el solio de Bolívar, pues, si Duque pudo, la verdad es que cualquiera puede.

Ojalá Iván Duque, en su calidad de la inmerecida condición de expresidente, decida abandonar la vida pública. Espero que entienda que, al haber superado con creces a Andrés Pastrana Arango, lo mínimo que le debe al país es autoexiliarse. Si le quedó grande fungir como presidente, de la misma manera le quedará imposible actuar como expresidente.