Columnista:
Germán Ayala Osorio
El proceso de implementación del Acuerdo de Paz soportó las embestidas del gobierno uribista de Iván Duque, que buscó a toda costa ralentizarlo, hasta hacerlo sucumbir. En las huestes uribistas lo llamaron hacer trizas la paz. A pesar de las perversas intenciones, el proceso sobrevivió y los anhelos de paz se multiplicaron en millones de colombianos que vieron con buenos ojos la llegada de Gustavo Petro al poder político, con el ánimo de pacificar totalmente al país.
Así entonces, llega el gobierno de Petro con un ramo de olivos para el ELN y una mano comprensiva para las bandas criminales que operan sin mayor sustento político. Mientras que la ONU respalda la posibilidad de dar continuidad a los diálogos, con el fin de consolidar la paz completa, es importante preguntarse hasta cuándo negociar.
No debería el país, el Estado y la sociedad eternizar los diálogos de paz y las acciones de sometimiento a las organizaciones criminales que cada cierto tiempo surgen, se refundan o se reencauchan. Ya es tiempo de que las políticas de sometimiento y los procesos de paz se funden en decisiones de Estado conducentes a que por fin el monopolio de las armas esté en las instituciones legal y legítimamente constituidas.
Para lograr ese cometido no solo se necesita de compromisos serios con los procesos de implementación y de sometimiento a la justicia de aquellos grupos sin estatus político, sino que se deben emprender otras acciones, a saber: la primera, lograr que el Estado haga presencia y se gane a la población civil en aquellos territorios en donde los criminales de diverso pelambre brotan casi que de forma natural. Y para ello, se requieren decisiones en materia económica que terminen por desestimular el contrabando y el tráfico de drogas, entre otras actividades ilegales que prosperan, justamente, porque no existen aparatos productivos que brinden oportunidades de desarrollo. Ello implica generar riqueza con disímiles actividades productivas, acompañadas de procesos civilizatorios serios y consolidados, que deben iniciarse con la revisión de las representaciones sociales que han triunfado en esos territorios en torno a eso de ser Macho. También es posible que quienes hacen parte de esas organizaciones delincuenciales, el Estado los acoja, incluso, en instituciones que les brinden lo que creen haber logrado al vivir por fuera de la ley.
La segunda acción está asociada al desmonte de las redes, legales e ilegales, en las que se amparan los Señores de la Guerra que insisten en vivir del conflicto armado. Por ejemplo, el tráfico de armas, que cuenta con la anuencia de las autoridades. También es necesario el cambio de cartilla al interior de las fuerzas armadas, lo que implica romper con las viejas conexiones de oficiales, suboficiales y soldados con narcotraficantes, paramilitares y contrabandistas.
La tercera acción está soportada en el establecimiento de límites temporales para aquellas estructuras que nacen y que pelechan por la complicidad con autoridades civiles, policiales, políticos y militares y que estén dispuestas a someterse al Estado. Una vez fijados esos límites, las acciones desplegadas para combatirlas deben darse con la mayor exigencia en los resultados operacionales. Eso sí, dichas exigencias no pueden ser la patente de corso para revivir la peligrosa política de seguridad democrática y sus falsos positivos.
Una cuarta acción tiene que ver con la negación del respaldo social que reciben muchas de estas organizaciones al margen de la ley. Y ello se conecta con la idea de que la ciudadanía confíe en el Estado y en sus instituciones. Y, por último, una quinta acción apunta a que las comunidades ancestrales y comunitarias existentes en zonas en las que confluyen narcos, paracos, guerrillas, delincuencia común, señores de la guerra (vendedores de armas y pertrechos), con la autorización del gobierno central, inicien procesos de paz regionales y locales, con el ánimo de pacificar esos territorios.
Ojalá el Comando Central (COCE) del ELN entienda que insistir en tomarse el poder por las armas no tiene hoy mayor sentido. Por el contrario, la operación de esa guerrilla hace cada vez más anacrónica su lucha.
El anhelo de paz y los tiempos de la paz no pueden ser eternos, pues se corre el riesgo de que pierda sentido, circunstancia que sabrán aprovechar los Señores de la Guerra que están parapetados en instituciones estatales y de la sociedad civil.