Me indigna que una mujer sea víctima de abuso sexual, y que la gente solo esté pendiente de quién es el macho que cometió el delito, inventando teorías absurdas e irrespetando la memoria de nosotras las víctimas.
Me indigna que, en este país, especialmente en Barranquilla y el Atlántico, las cifras de feminicidio y abuso sexual a menores de edad están por las nubes, pero las autoridades no les interesa porque no es un “proyectico” de “inclusión productiva” basado en la belleza, la cocina o los servicios generales. Me indigna que esta sociedad prefiera tomarse fotos con Popeye, el jefe y segundo al mando de la estructura de Pablo Escobar, que respetar que las FARC tienen la voluntad y están “intentando” ganarse los votos con la palabra.
Me indigna una sociedad doble moral que consiente las formas de violencia, de toda clase, contra lo que rompe esa homogeneidad impuesta por cientos de años de colonialismo cultural, político y económico. Me indigna que no seamos capaces de ir a la acción, que dejemos a un lado la revolución de las conciencias, por la revolución de lo banal y lo incoherente.
Me indigna que se declaren apolíticos, que digan que la educación sexual no es necesaria, que las ITS son un mito o que las mujeres tienen que pedir permiso para hacer lo que les plazca con su cuerpo. Me indigna que seamos buenos cristianos, pero malos ciudadanos que somos capaces de odiar la diferencia, pero amar la semejanza que nos llena de prejuicios.
Me indigna que los animales sigan muriendo por nuestra acción, que sigamos destruyendo nuestro planeta y que pensemos que la energía, los minerales y el petróleo son más importante que el agua para la vida. Me indigna la cultura de la fecha de vencimiento, del obsoletismo instantáneo, de la artificialidad y el narcisismo, de la búsqueda del sentido en lo material y del sentido espiritual en lo aún más metafísico.
Me indigna que nos engañen con lo que nos presentan en medios de comunicación que pertenece a los poderosos, que tienen un criterio nulo para presentar noticias y que replican ideas equivocados sobre gran parte de la sociedad que no cumple sus estándares. Me indigna los millones que no tienen vivienda, los que mueren por hambrunas y guerras, por la intolerancia.
Esta semana que pasó la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín en un acto escabroso sacó un artículo donde recomendaba a sus estudiantes como “vestirse adecuadamente”. Lo más ofensivo, machista y misógino fue estigmatizar a la falda como un instrumento que genera lascivia y va en contra de las buenas costumbres. Señores, las faldas son poder, rompieron los esquemas de las feminidades y permitieron que las mujeres tomaran una posición política de mostrar lo que se le diera la gana de mostrar.
Me Indigna que sea más importante una prenda de vestir, lo que usen las mujeres, que migrar hacía una educación de calidad, mediada por el desarrollo de competencias para una ciudadanía que responda a los retos de la sociedad actual y que tenga pensamiento crítico. Me indigna que importe más una falda que la brecha existente entre mujeres, hombres y población LGBT en todos los aspectos de la vida social, desde el reconocimiento y hasta la inclusión laboral.
Me indigna que el día de la Guacherna Gay de Barranquilla y el Atlántico el espacio de movilización LGBT más antiguo de Colombia con 34 años de tradición, sigamos siendo objeto de rechiflas, de burlas, de comentarios ofensivos, de discriminación y rabia por parte de algunos asistentes. La paradoja es que es uno de los desfiles del carnaval con mayor visibilidad, cantidad de asistentes y puesta en escena. Para mí fue un placer acompañar la comitiva de la reina poderosa, Diana Marcela Kopp Ardila, porque ella nunca dejó que los gritos la amilanaran, sino por el contrario los usó a su favor.
Pudieron más los aplausos, las vivas y las manos esperando el baile de una reina poderosa que representa a las mujeres Trans como son, poderosas llenas de ímpetu y ganas de romper la heteronormatividad. Soy una marica orgullosa, porque el espacio público es mío. Yo puedo mostrarme tal cual soy, no me importa si me gritan, si me insultan; me vale, porque es más importante mostrar que hay gente que creemos que hay maneras distintas de vivir las masculinidades, una hombría consciente que no está basada en la violencia ni en la búsqueda de la aceptación.
Me indigna que las mujeres trans sigan sufriendo una discriminación estructural en nuestra sociedad, hasta de población LGB, y que sigan teniendo barreras de acceso a educación, salud, justicia, entre otros servicios del Estado. Me indigna que la esperanza de vida de una mujer trans, promedio, en Latinoamérica sea de 35 años, en el mejor de los escenarios. Me indigna que se nos estigmatice porque solo podemos ser peluqueros o prostitutas.
Me indigna nuestro sistema político plagado de lazos con la ilegalidad, con el clientelismo, con una ciudadanía desconectada y que no concibe lo público como de todos, una escena política plagada de debates sin sentido que no tienen el nivel de una democracia avanzada. Me indigna que las instituciones no sean capaces de adaptarse a los nuevos momentos, que hayamos abandonado la paz y la implementación en los territorios a la deriva de un Estado que no ha sido capaz de responder a los retos del posconflicto.
Me indigna la xenofobia contra nuestros hermanos venezolanos, acusando su país de volver este caos que tenemos más caótico. ¿Eso será posible?
Me indigna que le exijamos más a nuestras personalidades públicas, sepamos más de ellas, que por quién votar en las próximas elecciones. Me indigna que sectores políticos capitalicen políticamente la muerte de policías, el rechazo a las actuaciones del ELN, los crímenes de las FARC y el profundo rechazo en Colombia contra la izquierda para hacer su carrera política.
Me indigna que sigamos en la postura política de perder amigos y tener enemigos por política, que no seamos capaces de reconciliarnos y entender que nuestra discusión debe estar basada en argumentos y no debe ser personal. Me indigna que propaguemos información falsa, plagada de mentiras solo porque nos pareció que era un campanazo de alerta.
Me indigna que no nos comprometamos con la educación, con la cultura, con el desarrollo sostenible, con la equidad de género, con un Estado más eficiente y democrático, que no respetemos los derechos de las minorías, que nuestra justicia sea inoperante y paquidérmica, que nuestras administraciones municipales y distritales asalten la buena voluntad de nuestros ciudadanos, que no tengamos una cultura cívica y política más avanzada, que creamos que todo se soluciona con leyes y no con desarrollo de competencias para vivir en sociedad acompañados de pensamiento crítico.
Me indigna que no tengamos un Estado Laico que respete todas las formas de espiritualidad, o de no espiritualidad, sin tomar partido por ninguna. Me indigna que nuestros lideres sociales y comunitarios los estén matando, mientras el Estado lo niega al igual que la existencia de grupos herederos de los paramilitares. Me indigna que nuestro río, el mar Caribe y el Océano pacífico estén abandonados. Me indigna, y me duelen, Buenaventura, Chocó, Montes de María, Catatumbo, Barranquilla, La Guajira, el sur de Colombia, toda Colombia me duele porque está sumida en la mayor crisis social de la historia.
Tantas cosas que me indignan, pero quiero terminar con una reflexión profunda. ¿Cuál fue el éxito de “Podemos” en España? Capitalizar a los indignados y llevarlos a votar por una opción que no representaba la continuidad de un régimen perverso entregado a la corrupción. Eso debemos hacer en Colombia, en vez de canalizar la rabia, la indignación y el sufrimiento en nuestras redes sociales, salgamos a la acción, participemos activamente y seamos actores activos en esta revolución de la conciencia.
Votemos por alguien que represente un cambio real, no que le siga el juego a los mismos con las mismas. Votemos a conciencia, libre y sin ataduras de ningún tipo. Apropiémonos de la democracia, para que sea verdaderamente participativa y podamos ser críticos y contrapeso a las actuaciones de nuestros gobernantes.
Encendamos la llama ardiente de la vida en cada rincón del país, para demostrar que es posible el cambio, que los jóvenes estamos comprometido con la política distinta y que todos en Colombia queremos firmar un nuevo pacto que materialice la constitución del 91, los acuerdos de Paz y que recoja todas esas cosas que nos faltan para migrar hacía un territorio feliz, prospero y lleno de vida.