«Lo que más nos aproxima a una persona es esa despedida,
cuando acabamos separándonos,
porque el sentimiento y el juicio no quieren ya marchar juntos;
y aporreamos con violencia el muro que la naturaleza ha alzado entre ella y nosotros».
Friedrich Nietzsche
Con todo el cliché: un aeropuerto, un abrazo, una lágrima y ese hueco que de repente nos grita que tal vez sea última vez que nos veremos. Fue bastante emotivo, con la tristeza característica que deja toda despedida. Hace dos años no nos veíamos y puede que pasen otros dos para que suceda de nuevo. También, siempre existe la posibilidad de que no vuelva a pasar. Unas cuantas lágrimas brotaron y pensé si me vería ridícula ante usted, que minutos antes me había contado que en su pueblo, allá donde vive, no lloran al despedir los muertos. ¿Cómo puede condicionarse un sentimiento? Hace poco usted también tuvo una despedida, la de su hermana, y en su pueblo donde nadie llora a los muertos, nadie la lloró. Ahora me veo, parada ante usted, con lágrimas en los ojos despidiéndolo.
Me despedí de usted todo el camino hacia el aeropuerto. En mi cabeza lo abrazaba con fuerza y le agradecía por haber venido a verme, por darme todo, sobre todo su presencia. Digo —en mi cabeza—, porque abrazarnos es algo que por lo general no hacemos. Los abrazos en nuestra familia se acabaron cuando despedimos al eje, al polo a tierra, a la dirección de nuestras vidas: su mujer. Desde esa despedida, los abrazos solo pasan cuando partimos a un viaje largo, cuando no nos queda la certeza de volveremos a ver.
La violencia del país en el que nos tocó vivir, nos hizo nacer con el chip de las despedidas. Tal vez por eso en su pueblo se despiden sin lágrimas, porque han llorado tanto a sus muertos y han despedido tanto a su gente, que ya el dolor lo llevan muy adentro; por eso en el mío, en donde usted me engendró, las lágrimas son el sello de nuestra tristeza, somos más débiles, pasionales y dramáticos, es nuestra forma de demostrar fragilidad ante la misma violencia.
Hoy me despedí de usted. Como ya lo había hecho de mi madre cuando murió, de mi familia, de mi país y de uno que otro amigo. En cada despedida se deja un pedazo de uno y aparece algo nuevo, o tal vez algo que no sabíamos que teníamos: fortaleza.
Cualquier despedida es triste, acongoja el alma, tiene la incertidumbre de un futuro, la ilusión de sentirse de nuevo cerca, o en algunos casos, la esperanza y el deseo de que sea la última.
Al final, parece, la vida es una sola despedidera.
No lo sabes, pero aquí en casa, esperamos ansiosos un nuevo escrito tuyo, para poder tenerte cerca en cada palabra que llega más profundo de lo que pudiésemos creer alguna vez. Gracias por tus escritos, porque nos dan vida, nos permiten abrazarte en la distancia, nos permiten conocerte cada vez, nuevamente y enamorarnos más. Siempre pensándote bonito, desde el corazón….