Columnista
Juan José Ríos Arbeláez
Viene manchado el abrazo que dice darle la Alcaldía a la plaza Botero y al parque Lleras. No solo porque se metió sin preguntar e intenta detener hemorragias con curitas que más tarde sancocharán, sino porque, como en casi todas las veces, nos deja ante otro Gobierno que confunde a las consecuencias como las causas y le apuesta todo a mantener la fachada de la ciudad.
Ciertamente andan lacerados los espacios públicos de Medellín. En especial, esos en los que la economía se mueve por el turismo y la fiesta. Atracos con armas de fuego, cuchillos, escopolamina y prostitución infantil se volvieron parte del paisaje cotidiano.
Hace un año, Nelson*, que vendía guarapos cerca del Soldado Romano, decía que a la plaza Botero le debía mucho, que la relación urbana con las esculturas significaba una oportunidad laboral para él, para las tinteras, los comerciantes y las trabajadoras. Y al final, bajando el tono de voz, preguntaba si podía hablar de lo malo, que distaba de ser solo atracos, y que iba de exhibicionismo y agresión, de fornicar en las fuentes públicas y de hacer las necesidades en cada esquina.
Ya en el 2021 habían cerrado la plaza durante cuatro meses como parte de un plan piloto para mejorar la seguridad del sector. Según la Secretaría de Seguridad de Medellín, los hurtos disminuyeron un 76 % al mes siguiente. Además, se logró ejecutar el plan de restauración de las esculturas por más de $500 millones por las afectaciones que habían sufrido. Pero cuando bajaron las vallas y la burbuja de la plaza se esfumó, volvió la inseguridad, el microtráfico y la destrucción del patrimonio.
Todavía, a finales de marzo, había esculturas con el pipí teñido de pintura roja de aerosol, aunque desde febrero de este año la administración de Daniel Quintero decidió intervenir al estilo de la arquitectura hostil, haciendo uso de controles para que las personas en situación de calle no se apropiaran de los espacios públicos, se mitigara la rapiña interna de la plaza y, aunque no se diga de manera oficial, se desplazara la prostitución.
El primero en sentir el golpe fue el museo, que es inherente a la plaza y ahora estaba encerrada. La alcaldía actuó sin consenso del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia ni del Museo, sin considerar que el trabajo del Museo de Antioquia, dentro de la Red de Museos, es precisamente generar estrategias para incentivar la participación de espacios culturales en los ciudadanos de Medellín y la habían dejado con las manos atadas.
En entrevista para Blu Radio, María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, atendió a los motivos que daba la alcaldía para la intervención aludiendo a una problemática histórica de inseguridad. Sin embargo, sostuvo la postura del maestro Botero a que las personas transiten libremente por la plaza, invitando al diálogo para generar soluciones de profundidad y no desplazar una realidad para otro lugar, como ha ocurrido tantas veces en la ciudad.
Viejos abrazos
– El 22 de septiembre de 1951, Luis Peláez, alcalde de Medellín, declaraba a la calle principal de Barrio Antioquia como la única zona de tolerancia de la ciudad por medio del Decreto 517.
Lejos de desplazar las actividades de Lovaina, porque el centro nunca se desentendió de la noche, los juegos, las copas y las damas; el decreto terminó por partir el problema en dos. Cambiaron las vidas de las familias tradicionalmente obreras que habitaban el barrio. Pasaron a vivir en medio de la cantina y el comercio nocturno de la noche a la mañana.
Se reveló el cura del barrio y le tuvieron que poner esquema de seguridad, algunas de las familias marcharon y resistieron, otras, vendieron su casa a los dueños de las cantinas y se fueron lejos de allí. El decreto, finalmente, se derrumbó por su mismo peso, sin necesidad de revocación. Pero la mancha sobre el barrio se abrazó tan perennemente que al final terminaron por cambiarle el nombre a Barrio Trinidad.
– En febrero de 2002, la administración de Luis Pérez dio el golpe a Las Cuevas de Barrio Triste. Un laberinto de 18 habitaciones del que se desalojaron hasta 300 personas en situación de calle.
Los sacaron con la furia del taladro sobre la loza. En ese entonces, el alcalde decía que “los que viven de la miseria humana, y son muchos, tratan de dejar mal parado al gobierno para que no adopte medidas, pero tenemos que hacerlo”. Mientras tanto, gestionaba con el CTI la entrega de un terreno entre Amagá y Angelópolis, donde se abriría un centro de rehabilitación para 250 personas, pero ya tenía 300 desalojadas, en el vicio y en las calles.
– Doce años más tarde la historia se repitió en el sector de Barbacoas y El Raudal, del que desalojaron a 500 personas que quedaron a la intemperie y se reunieron en el espacio público de Bolívar y la avenida De Greiff.
El resultado fue el mismo que en el caso de Las Cuevas, mover de un lado para otro, dividir el problema en medio de represión y nulas posibilidades para tener una reinserción. Quedaron a tientas, a una cuadra de la plaza Botero, sin mucha sombra y con la mano turista a escasos metros.
Código de vestimenta
Desde el pasado 2 de mayo la alcaldía intervino en el parque Lleras cerrándolo con más vallas y disponiendo seis puntos de acceso. “No se permite la prostitución, la explotación infantil, el abuso infantil, el baile a extranjeros por parte de mujeres y de niños. Va a quedar como la Plaza Botero”, dijo el alcalde Daniel Quintero.
Dice que quisiera poner materas y no vallas, pero que esas las tienen que pagar los comerciantes, y no el municipio. Antes llenaban el parque con agentes de la Policía que ignoraban el centenar de menores de edad en el lugar. Ahora pretenden que con vallas y un código de vestimenta sobre las mujeres, se mitigue la explotación.
En la plaza Botero también reparan en la ropa de quienes vayan a entrar, pero como no está en el epicentro de El Poblado no importa tanto. En un artículo para Universo Centro, María Isabel Naranjo intentó entrar con una trabajadora sexual, no la dejaron porque llevaba minifalda y escote pronunciado. Al rato se puso un impermeable y la dejaron pasar como si nada.
Parece pulcra la plaza, con sus jardines verdes y amarillos, sin basuras en los rincones, con las esculturas rutilantes, con cada vendedor uniformado de chaleco azul. Mientras que al borde del abrazo se apretujan entre puñados algunos de los 8 000 habitantes de calle de la ciudad, al frente de la Iglesia de la Veracruz se recogen entre montones las prostitutas, Emvarias limpia las mierdas de las esquinas y al borde de las vallas de seguridad, para que los hampones no se escapen, matan a sangre fría. Como el pasado 1 de marzo que murió un desconocido a puñaladas.