El Mundial es el reloj vital de los futboleros. Cada cuatro años llega para recordarnos a los amantes del deporte rey que somos más viejos, que ya no somos los mismos, que ya no seremos otros.
Los mundiales nunca acaban. El maracanazo de los uruguayos todavía inspira a románticos y mitómanos. El gol imposible que le hizo Maradona en México 1986 a los ingleses todavía excita. Inolvidables las madrugadas para ver sonreír al Brasil de Ronaldo, Ronaldinho, y Rivaldo en Korea-Japón 2002. Aún da congoja Alemania 2006, porque hay muchas formas de decir adiós, pero el cabezazo que Zidane le dio en el pecho a Materazzi en el Olympiastadion de Berlín fue la peor despedida de todas, la más triste, la más mítica.
Las vuvuzelas de Sudáfrica 2010 siguen chirriando. Rodrigo Palacio continúa tabulando injurias y calumnias por ser mortal y fallar el gol que le daba el título a Argentina en la final de Brasil 2014. Rusia 2018 terminó y por igual se habla de lo que fue y lo que pudo ser: si Pékerman salía a la cancha con dos y no con tres volantes de marca para enfrentar a Inglaterra, la revolución del VAR, Francia y su piel africana, la gallardía de los croatas, Putin y el paraguas… los mundiales, como el fútbol, cada vez más se juegan fuera de la cancha.
Los mundiales comprueban que el fútbol lo permite todo: que un africano represente orgulloso la nación que invadió su país, esclavizó, y asesinó sus ancestros, suspender dos horas la jornada laboral, hacer posible lo imposible, dividir, unir, inventar patrias, filosofar, putear, odiar, creer que cada cuatro años el mundo gira en otro sentido, reiterar que las victorias y las derrotas las determina un ser sin forma y sin grupo sanguíneo comprobado, democratizar y legitimar la tristeza, esconder —exterminar si es necesario— a los mendigos, occidentalizar el comunismo, mentirle a la prensa —al mundo, ignorar lo demás— lo realmente importante, lo realmente trascendental.
Para mí tiene razón Juan Tallón: “El fútbol es un universo alternativo, en el que todo es artificial, incluida la tristeza”; y también Martín Caparrós: “El fútbol es la mejor máquina de ficción que hemos inventado desde que un tal Saulo dijo que un tal Jesús había resucitado, desde que un tal Robespierre insistió en que una república da a sus ciudadanos libertad, igualdad y esas cosas”.
Si podemos vivir sabiendo que cada ocho horas, ocho mil personas pueden morir de hambre, podríamos vivir sin el fútbol, aunque finjamos lo contrario. Si algo caracteriza a los humanos es su capacidad para creerse sus propias mentiras. El fútbol y los mundiales son de los pocos inventos humanos que no necesitan justificación porque son injustificables. Resulta muy difícil explicar cómo nos convencieron de que si pierden o ganan once, perdemos o ganamos siete mil millones de millones; muy inútil e impopular preguntarse por qué se juega tanto en algo que define tan poco; más inútil aún tratar de entender por qué quienes más trascendencia le dan al fútbol —al mundial— son los que menos se benefician de él.
Vivimos —¿vivimos?— en un mundo de extremos, de excesos. Dicen que el gobierno ruso dijo que habían invertido más de diez mil millones de dólares para realizar el mundial, es decir, el dinero suficiente para alimentar por un día, tal vez por una o varias semanas, a los 1.400 millones de pobres que hay en el mundo, a las 1.400 millones de personas que gastan menos de 1,25 dólares por día. Otra vez: con el dinero que se alimenta la ilusión de gloria de millones, se podría saciar el hambre de 1.400 millones. Habrá quien descubra la lógica siniestra; los demás, mientras tanto, calculan los días y las horas que nos separan de Qatar 2022.
Ojalá la hipnosis rusa no haya terminado demasiado tarde y nos preguntemos —ocupemos— de aquello que ignoramos cuando se juega el mundial. Tal vez sintamos la vergüenza que siente el artista “cuando da el paso atrás, mira su obra, y ve una porquería”. Tal vez cambie algo. Tal vez, porque si la pobreza, el hambre, los migrantes, las injusticias, los derechos humanos, la corrupción y el ébola movieran el dinero y las voluntades que moviliza el fútbol, tal vez no existiría el fútbol, tampoco los mundiales.
__________
Imagen tomada de Marca