Columnista:
Álvarez Cristian
Esta semana me dio por mirar con cierta curiosidad un fenómeno que nos ha dejado la pandemia y que ha surgido con el auge de la virtualidad y la democratización de los medios digitales.
Gracias a estos extraños tiempos hemos notado como la mayoría de las instituciones alternativas e independientes a los cánones tradicionales han optado por desplegarse en el ciberespacio o han surgido nuevos espacios de información alternativos.
Otra característica de este fenómeno es que más allá de publicar su contenido en formato digital, dichos espacios han optado por organizar conversatorios, simposios, charlas, paneles y cuanta reunión puedan realizar.
Sin embargo, llama la atención que en muchos se repite el mismo patrón.
Casi todos han escogido convertirse en un cónclave sin voces disidentes u opiniones contrarias que llevan a percibir estas discusiones como un debate de «yo con yo».
Para algunos de estos espacios la ausencia del que piensa diferente a la mayoría de los invitados o al organizador del evento se volvieron norma tácita. Y esto conlleva a una situación por lo menos curiosa (aunque también muy diciente) donde el moderador de una charla hoy es el invitado de otra mañana, y viceversa.
Claro, hay excepciones y «excepciones». Mención aparte merece el espacio El Debate de la Revista Semana. Allí, por darle un saludo a la bandera a la «imparcialidad» llevaron al caricaturista Matador a debatir con otros panelistas y la moderadora —la señora de Gnecco—.
Pero el tiro le salió por la culata a la polémica opinadora, ya que, hasta ahora el dibujante se ha batido como un león dándoles sopa y seco a los invitados de la «periodista ¿periodista?».
Volviendo al tema que nos compete, estos «diálogos con el ombligo» los vemos en los representantes de todos los espectros políticos. Desde la izquierda progresista; pasando por el tibio centro; y la derecha moderada y extrema.
A mi juicio, sin lugar a duda la culpable de semejante despropósito de la democracia criolla es la polarización que actualmente agobia nuestra jodida patria.
Actualmente, estamos llegando a un punto en el que nos resultan intolerables e irreconciliables las posiciones opuestas a las nuestras aun sin son provenientes de nuestro «propio bando».
Cada día hay una competencia por ver en el otro un rival que no es tan «puro» de ideología como nosotros y por ello, lo vemos como un potencial enemigo o un «traidor» agazapado esperando la mínima oportunidad.
Y tal vez por la misma razón, decidimos silenciar al que no opina o ve el mundo igual que nosotros. Vemos cada vez que las posiciones se ponen más radicalizadas y el espacio para el disenso desaparece ahogado en opiniones calcadas de las mencionadas por el «gran líder» del espectro político que sea.
¿Qué hacer entonces?
Después de pensarlo por un rato, he llegado a la conclusión de que nuestra meta —si realmente somos tan democráticamente maduros o queremos un cambio que por fin transforme la nación— es comenzar a ver al otro con unos ojos diferentes.
Es entender que —pese a que estamos en el mismo mar, pero en diferentes barcos— hay que ver al otro como alguien que más allá de las pasiones que nos genere o los sentimientos que nos irradien.
Es encontrar en el contrario de pensamiento a un ser que también puede participar de una discusión en la que esté en capacidad de brindar buenas ideas. También, debemos hacer un esfuerzo para ver las perspectivas y no a su portador.
Admitámoslo, puede haber ideas buenas que vengan desde la otra orilla, o que simplemente si juntamos uno de nuestros contrarios ideológicos y una nuestra pueden ayudar a surgir un pensamiento transformador.
Sé que la tarea suena dura, y que empezar un nuevo diálogo de país parece una tarea imposible y más en estos momentos en que nos gobierna el cavernario más contumaz a través de un presidente que es la incompetencia hecha pasta.
Pero créanme, que —a mi juicio— destetarnos de pasiones y de caudillos para darle más cabida a un pensamiento producto de un consenso colectivo y plural, es el único camino que nos queda para salir del atolladero.
Sino halamos juntos hacia una misma meta a través de varios caminos donde nos reconozcamos, vamos a seguir en las mismas. Y ya nuestros campesinos saben lo que eso significa.
A nuestros abuelos, a nuestros padres, e incluso a nosotros nos tocó padecer un conflicto de 200 años. Esperemos que a nuestros hijos no les toque lidiar a un país dividido por otros dos siglos donde solo hablemos entre nosotros sin los otros.