La discusión actual sobre el Área Metropolitana del Oriente Antioqueño (AMOA), se ha centrado principalmente en los aspectos jurídicos e institucionales que dicha figura representa para el ordenamiento territorial y las asociaciones entre distintos municipios de la región.
Quisiera llamar la atención sobre las limitaciones que tiene el enfoque que se le ha dado a ese debate, y sobre la importancia de ampliar la discusión sobre lo que significa la figura asociativa del Área Metropolitana en términos del modelo de ciudad que promueve.
Ya sabemos lo que se repite una y otra vez en los foros regionales: que –entre otras cosas- el AMOA es una figura de asociación supramunicipal para la organización de la movilidad, los servicios públicos y el ordenamiento territorial.
Sin embargo, ¿Qué visiones sobre el territorio están implícitas en el proyecto del Área Metropolitana? ¿Qué forma de ver la ciudad es la que está oculta bajo los planteamientos de dicho proyecto? ¿Cuál es el “modelo de ciudad” que se está vendiendo bajo esa idea? ¿Hacia dónde nos lleva el AMOA?
La tendencia del modelo de ciudad en Colombia es hacia la conurbación no planificada, en la que distintos centros urbanos van creciendo de forma ilimitada, producto del desplazamiento de comunidades rurales, que migran debido a la precariedad de sus formas de vida o al conflicto armado.
En este sentido, es evidente que las Áreas Metropolitanas en Colombia (Valle de Aburrá, Centro Occidente, Bucaramanga, Barranquilla, Valledupar y Cúcuta), se han construido a partir de un fuerte relacionamiento entre las zonas rurales y urbanas, pero con un marcado desequilibrio a favor de las últimas.
El crecimiento de las ciudades en el altiplano del Oriente Antioqueño (en especial de Rionegro, Marinilla y la Ceja), ha sido un fenómeno que depende de manera muy estrecha de los recursos económicos y naturales provenientes de los municipios más rurales de las zonas de Aguas, Bosques y Páramos.
Dicho crecimiento, generó una serie de inequidades territoriales en términos de la distribución de la población, de los beneficios económicos, de la huella ecológica y a nivel de las capacidades político-institucionales, lo que ha hecho que actualmente las ciudades del altiplano tengan acceso a ciertos servicios y derechos, mientras el resto de territorios orientales de Antioquia sufren las cargas de la urbanización (por ejemplo con minería e hidroeléctricas).
En el proyecto de conformación del AMOA, se acepta de manera natural que las ciudades del Oriente Antioqueño seguirán creciendo sin límites. Bien vale la pena preguntarse qué tanto pueden crecer las ciudades orientales y cuáles son sus límites, puesto que su consumo de materiales y energía proviene de territorios que son sacrificados en función de la expansión urbana, reproduciendo viejas desigualdades regionales.
Lo anterior señala la necesidad de tomarse en serio una discusión profunda sobre los límites del crecimiento de las ciudades en el Oriente Antioqueño y en el resto de Colombia.
La implementación de nuevos proyectos urbanos sobre la ruralidad en el marco del AMOA, implica la profundización de dinámicas históricas de transformación territorial que tuvieron graves impactos sociales y ambientales. Un ejemplo de ello fueron los proyectos urbanos construidos en la segunda mitad del siglo XX (Represas, Aeropuerto Internacional, Autopista Medellín-Bogotá, Desarrollo Rural Integrado), que vincularon a la región con los mercados globales a través del desarrollo de la idea “clúster” empresariales.
Además de ello, la urbanización dispersa que caracterizó la expansión de la ciudad en el territorio, implicó el desplazamiento de la población rural originaria, producto de las nuevas dinámicas urbanas que aumentaron los ritmos de vida en términos culturales y económicos.
En este proceso, es posible apreciar la forma en que la planificación externa sobre el territorio derivó en una transformación de los estilos de vida y de los hábitos de consumo, lo que facilitó a su vez la privatización progresiva de los espacios públicos y la promoción de la figura de los “centros comerciales” como espacios privilegiados para socializar.
Mientras tanto, también se privatizó una parte importante del territorio mediante la especulación inmobiliaria excesiva que favoreció los procesos de acumulación y concentración de la propiedad.
En ese contexto, el AMOA se presenta como una vía político-institucional para profundizar ese modelo de ciudad que se viene construyendo desde mediados del siglo XX. Está pensada como un proyecto de reconfiguración territorial que implica la construcción de una serie de condiciones para atraer la inversión de capitales productivos.
Es evidente que a través de este proyecto, se visualiza un territorio flexible y amable para el capital extranjero, por medio de la oferta de servicios, la construcción de equipamientos e infraestructura, y el posicionamiento de las ciudades orientales como espacios conectados a diversos nodos de la economía global.
El AMOA nos lleva hacia una constelación de discursos, símbolos y prácticas materiales que abarcan servicios, capital extranjero, consumidores, centros comerciales, carreteras, marcas de ciudad, especulación inmobiliaria y privatización del espacio público. Todo ello, promete el sueño de montar la región en un nuevo tren del progreso, en el que la “ciudad empresarial” resulta ser el motor fundamental.
Sin embargo, existen diversos actores y fuerzas sociales en la región que vienen adelantando una reivindicación de la justicia territorial y la democracia real. Entre estas expresiones están los movimientos de defensa del territorio, ambientalistas, jóvenes, feministas y también quienes defienden la idea de “provincia”; todas ellas, evidencian lo que podría ser nombrado como expresiones de “autonomía territorial”.
Ese es finalmente el fondo de la discusión: ¿El territorio seguirá siendo planeado bajo intereses de capitales externos? ¿O más bien desde el criterio de la autonomía territorial?
Fotografía cortesía de Periódico El Campesino.